Dom 11.10.2009
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ENFOQUE

Medios y riesgo país

› Por Ricardo Aronskind *

No cabe duda del valioso aporte que han realizado las ciencias de la comunicación a la comprensión de los hechos sociales. Entre otras cosas establecieron que quienes reciben un mensaje de los medios no son simples cabezas vacías, a ser “llenadas” a voluntad por los medios de comunicación masiva. Así, contribuyeron a complejizar el fenómeno comunicacional alejando la tentación de un conspiracionismo primitivo. Lamentablemente a partir de aquella constatación, algunos avanzaron hacia una conclusión opuesta, igualmente fantástica: no sólo que los medios no nos llevan de las narices adonde se les plazca, sino que los mensajes son recibidos por una suerte de “ciudadano culto e informado”, que desmenuza el mensaje y los reelabora críticamente. Para pensar la importancia de los medios en materia de su capacidad de creación de escenarios colectivos resulta ilustrativo elaborar un caso concreto. Hubo un experimento casi perfecto. Lo ocurrido en 2001 en Argentina. Hubo una vez una cosa que se llamó riesgo país. Aclaro, ante todo, que he constatado entre los más diversos públicos no especializados en economía, que casi nadie supo ni entendió qué era el “riesgo país”. Pero lo que sí percibieron perfectamente es que se trataba de algo grave. No grave. Gravísimo. Y que introducía una premura extrema en la necesidad de que el Gobierno tomara decisiones económicas para que el “riesgo país” no siguiera agravándose. El Gobierno tenía que actuar para calmar al riesgo país. Y el riesgo país no daba tregua. Subía cada día más, empeoraba constantemente. ¿Cómo se sabía? Porque los medios incesantemente, sistemáticamente, insistían con la gravedad de lo que estaba sucediendo –como si eso tuviese un significado unívoco–, realidad “objetiva” que era captada por esa “medición científica” llamada riesgo país. Riesgo país mañana, tarde y noche, junto con la temperatura y la humedad. “Información” que incluía la posición de Argentina en la tabla mundial de riesgo país. Ese indicador había superado el de Nigeria. Eso significaba algo definitivamente grave.

Vale aclarar que el riesgo país es una expresión financiera que alude al peligro que hay –para los acreedores financieros– de que dicho país no pueda cumplir con sus pagos de deuda externa en tiempo y forma. Pero, ¿todo el país estaba angustiado por la suerte de nuestros acreedores? Si y no. Seguramente había un gran malentendido, y lo que el común interpretaba como riesgo país distaba de los problemas de los financistas. Sin embargo, la expresión provenía de estos últimos y reflejaba sus intereses. ¿Cómo ocurrió esto? Lo primero que aparece con claridad es que sin incorporar al análisis el comportamiento de los medios masivos de comunicación es imposible entender este hecho relevante de aquella coyuntura política y económica. Había suficientes problemas que aquejaban al argentino de a pie como para que éste –además– se angustiara por sus acreedores. Pero fue así.

En la agenda excluyente de la Argentina del 2001, el capital financiero inscribió el único tema público relevante en serio: cómo hacer para cumplir con los pagos de la deuda externa, a costa de lo que fuera. Los grandes medios lograron transformar esa preocupación de los acreedores –que Argentina pague– en angustia cotidiana de todos. Muchos cuya situación laboral y profesional se deterioraba aceleradamente comenzaron a indignarse porque las autoridades no satisfacían rápidamente las demandas de “los mercados” para que el riesgo país amainara. Así, las insólitas leyes votadas a contrarreloj en aquellos meses de agonía de la convertibilidad, todas ideadas para satisfacer las demandas de los prestamistas de la Argentina, tuvieron el envión suplementario de una parte de la opinión pública que suponía o prefería pensar que el “riesgo país” era algo que reflejaba sus propios problemas. Ignoro cómo se generó un mecanismo de desinformación mediático tan espectacular. Probablemente para una explicación definitiva haya que rastrear la propiedad de los principales medios, y su relación con grupos económicos y financieros; también la ideología de los comunicadores más conocidos y quienes solventaban sus programa, y hasta los importantes niveles de ignorancia de muchos otros comunicadores-repetidores que se dedicaban a “informar” del riesgo país y a reiterar los argumentos creados por los “líderes” de opinión. Lo cierto es que buena parte de la ciudadanía fue objeto de una maniobra de manipulación descomunal, en la cual los mercados financieros parecían compartir las mismas metas económicas que los sufridos argentinos, y donde los políticos eran el único obstáculo para que se resolvieran todos los problemas.

Esta deformación grosera, brutal, de la realidad, no fue la única desde el reinicio de la democracia. Pero en este caso el bombardeo mediático fue tan intenso y concentrado que puede ser estudiado como un modelo en el que el poder comunicacional puesto al servicio de los intereses más concentrados supera la capacidad colectiva de elaborar la propia realidad y sacar sus propias conclusiones. La concentración mediática sigue siendo un riesgo para el país, y especialmente para los intereses de sus desprotegidos habitantes

* Economista UNGS-UBA.

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