› Por Roberto Navarro
“NNi siquiera con la confiscación de las jubilaciones el Gobierno podrá cumplir con los vencimientos de la deuda pública de 2009: porque tendrá pesos, pero no dólares para cancelar los vencimientos.” El 9 de noviembre de 2008, el diario La Nación recogió esta opinión del economista Miguel Angel Broda. En el peor momento de la crisis financiera internacional, el consultor de la city generaba incertidumbre entre los inversores alertando sobre la posibilidad de un nuevo default argentino. Un año después el país no sólo cumplió con todos sus compromisos de 2009; también constituyó un fondo con unos 6600 millones de dólares para pagar sus deudas de 2010. Se trató de otra equivocación de Broda en sus pronósticos, como el que vaticinó de un dólar a 10 pesos en 2002, valor que nunca alcanzó. Pero no está sólo. Desde hace varios años el elenco de economistas de la city, cuya especialidad es el error en sus pronósticos, tropiezan una y otra vez con la misma piedra: su concepción ortodoxa de la economía junto a la tarea de actuar como instrumento de presión con sus opiniones a favor del establishment los precipita a equivocarse. Al ya mencionado Broda, en ese equipo de gurúes que hace mucho dejaron el análisis riguroso para transformarse en profesionales de estimaciones fallidas se encuentran varios más: Aldo Abram, Ricardo Arriazu, Daniel Artana, Mario Brodersohn, Juan Carlos De Pablo, José Luis Espert, Orlando Ferreres, Miguel Kiguel, Ricardo Delgado, Ricardo López Murphy, Manuel Solanet, Carlos Melconián, entre otro más. De todos modos, ese elenco de economistas son afortunados: en cualquier otra profesión ya estarían buscando trabajo en otra actividad. Es difícil que un médico que haya sido acusado de mala praxis pueda seguir ejerciendo, o un arquitecto que se haya equivocado en los cálculos de construcción provocando un derrumbe pueda continuar su carrera laboral. Estos economistas, en cambio, son premiados en gran parte de los medios y en el establishment por sus errores.
En estas semanas cuando la tradición de la mayoría de los medios obliga a consultar a esos economistas sobre los pronósticos económicos de 2010, Cash prefirió evaluar lo que afirmaron y su resultado, para evitar caer en esa trampa de las estimaciones fallidas. Y, en última instancia, poder brindar en las fiestas sin el agobio de esos especialistas en el error. Como antídoto aquí se reproducen algunos de ellos.
Broda insistió el 3 de diciembre de 2008 en el programa A dos voces: “La inflación está desbocada, el año que viene no bajamos del 25 por ciento”. Otra vez se equivocó: para el Indec los precios subirán un 8 por ciento este año; las consultoras más respetadas de la city están cerrando el 2009 con registros del 12 al 15 por ciento. Ricardo López Murphy fue entrevistado por la revista Noticias el 21 de febrero de 2009, al salir de un supermercado en Cariló y se jugó con uno de sus acostumbrados pronósticos apocalípticos: “Esto me recuerda a 2002. Va a ser un año muy difícil para el interior, tendremos una desocupación galopante y entraremos en una fuerte recesión. La Argentina no supo aprovechar las oportunidades que tuvo en los últimos años y ahora enfrentaremos los resultados”. El ex ministro de la Alianza no sólo ignoró en sus declaraciones que los problemas económicos locales se debían a la crisis financiera internacional; además vaticinó un desastre que jamás ocurrió.
Errores de diagnóstico. Mala praxis. Confusión. Operaciones políticas. Defensa de intereses sectoriales. ¿Cómo llamarlo? Desde que se desató la crisis de las hipotecas en Estados Unidos los diarios se inundaron de presagios de catástrofe vertidos por esos economistas mediáticos. Hoy, lo peor de la crisis internacional pasó y Argentina fue uno de los países que mejor soportaron el sacudón. Estados Unidos y las principales potencias de Europa sufrieron fuertes caídas de su producto bruto interno, déficit fiscales que llegan al 10 por ciento del PBI, elevaron fuertemente sus deudas públicas, tuvieron que salir a salvar a sus principales entidades financieras de la quiebra y aún siguen sufriendo el crecimiento del desempleo.
“El Gobierno sólo cuenta con la Anses. De los 30 mil millones de dólares de stock que guardan los jubilados, quedan para utilizar 12 mil millones y entre este año y 2009 hay vencimientos por 19 mil millones. Y eso es todo. La fiesta se acabó. No hay más plata y no se podrá pagar.” Con esas palabras, Manuel Solanet también apostaba al default en la Conferencia Anual de Fiel en noviembre de 2008. Después Daniel Artana completaba el diagnóstico: “El Gobierno no podrá frenar la fuga de capitales, porque la desconfianza llegó para quedarse. Así, el país volverá a sus cíclicas crisis de divisas”. La fuga terminó en junio pasado y ya se recuperaron 5 mil millones de dólares. Las reservas del Banco Central cerrarán el año prácticamente en el mismo nivel que cuando Artana pronosticó lo peor. Luego subió al púlpito Fernando Navajas y vaticinó: “El peor problema será la inflación, que no bajará del 25 por ciento. Así la situación será insostenible”.
“Predecir es difícil... especialmente el futuro”, dijo el físico danés Niels Bohr, galardonado con el Premio Nobel en 1922. Pero el problema de esos economistas no parece radicar en la dificultad de lidiar con la dinámica de los acontecimientos económicos que impide predecir el futuro con precisión. Si sólo se trata de errores, por qué siempre los pronósticos de estos famosos economistas de la city apuntan al desastre. ¿Por qué alguna vez no se equivocan augurando un futuro venturoso para el país? Miguel Kiguel, ex funcionario del equipo económico del gobierno de Carlos Menem, afirmó en El Cronista el 4 de diciembre de 2008: “Nos espera una fuerte caída del PBI, porque los commodities volverán a los precios de hace un lustro. Tampoco parece que puedan funcionar los intentos por sostener el empleo mediante una política fiscal expansiva que incremente la obra pública, ya que los anuncios chocan con la imposibilidad de encontrar recursos para financiarlos. La falta de crédito limita la posibilidad de llevar adelante políticas macroeconómicas contracíclicas”. Kiguel no embocó una. Los commodities están en los niveles de hace un año; el Gobierno consiguió una caída del empleo mucho menor que en el resto de los países y el Ministerio de Planificación sobrecumplió su presupuesto.
“La única forma de que el Gobierno honre sus compromisos de deuda pública en 2009 es si consigue un superávit primario del 4 por ciento”, señaló a Ambito Financiero Aldo Abram. Hoy se sabe que el Estado canceló sus compromisos de 2009 con poco más del 1 por ciento de superávit fiscal. Abram no sólo erró sus estimaciones; también surge de sus palabras que estaba pidiendo un ajuste fiscal en el momento en que la mayoría de los países del mundo aumentó sus gastos para enfrentar la crisis. “Pero este Gobierno no lo va a hacer –siguió Abram–. Seguro volverá a capturar reservas del Banco Central para cerrar el 2009. Pero debo advertir que eso debilitaría la capacidad de la autoridad monetaria de defender el valor del peso y de nuestros ahorros en el sistema financiero. En cuyo caso, podríamos terminar incentivando una corrida cambiaria y bancaria que desemboque en una nueva crisis en la Argentina y, luego, quizás, en un default.” Tremendo augurio apocalíptico sólo es comparable con algunas declaraciones de Elisa Carrió. Pero la dirigente política no cuenta con un doctorado en Economía.
En los días en que se elaboró esta nota, varios de esos especialistas comenzaron a realizar sus pronósticos para 2010. El año que viene se verá si afinaron su puntería. El 2009 no fue un buen año para los economistas mediáticos. Algunos desnudaron sus falencias técnicas; otros jugaron a la profecía autocumplida; casi todos confiaron en la legendaria mala memoria de muchos argentinos
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