› Por Enrique Aschieri y Demian Dalle
El incidente chino-argentino en el ámbito del comercio exterior se relaciona, por un lado, con las exportaciones argentinas de aceite de soja destinadas al gigante asiático, y por el otro con las importaciones chinas hacia nuestro país de un par de productos industriales. Todo revés tiene su trama, sobre todo en los intercambios internacionales, en el que los países exportan para poder importar, cuidando desde siempre que no se afecte la balanza de pagos a través de su componente más importante: el balance comercial. En este camino de doble vía, la piedra la arrojó China. Según se sabe, las importaciones chinas del aceite de soja argentino contendrían una cantidad de solventes residuales por encima de lo establecido por sus normas de calidad, razón por la cual la Cámara de Comercio de Importaciones y Exportaciones de productos alimenticios, afiliada al Ministerio de Comercio de China, sugirió que el mismo sería retirado del mercado.
Si ladra como un perro y mueve la cola, es un perro, aunque sea la cola la que lo mueve y, de acuerdo con la información recogida, la razón por la cual China inició la represalia es consecuencia de la aplicación de medidas antidumping argentinas sobre los bienes originarios de ese país, en especial, aquellos vinculados con los hilados de denim y a la vajilla. Un productor de un país hace dumping cuando vende un bien a los compradores externos a un precio que es más bajo (neto de costos de transporte, aranceles y demás) que el precio al que vende a los clientes nacionales por el mismo bien (o por uno comparable).
Desde 2009, un 63 por ciento del total de las aperturas de las investigaciones antidumping iniciadas ante las autoridades argentinas por empresas nacionales corresponden a importaciones chinas. Pero ello no implica necesariamente la aplicación de aranceles antiimportación, sino apenas las evaluaciones de la existencia o no de daño a la industria local generadas por las importaciones incriminadas. En caso de daño, sí corresponde proceder a la defensa del sector argentino perjudicado por una práctica desleal. Las medidas antidumping son una conocida y difundida práctica que se encuentra bajo las normas establecidas por la Organización Mundial de Comercio.
Conforme la información de la Comisión Nacional de Comercio Exterior –organismo argentino encargado de evaluar daños a la producción– desde el 1º de enero de 2009 al 17 de febrero de 2010, China cuenta ocho resoluciones que justifican la aplicación de derechos preventivos, de los cuales, tres devinieron en definitivos. Dentro de este comportamiento defensivo frente a importaciones con precios dudosamente bajos también se le aplicaron a China Licencias No Automáticas: el importador tiene que pedir permiso mostrando de qué se trata y no siempre se le concede, dependiendo del cupo autorizado. Datos de 2008 indican que esas licencias sólo afectan al 16 por ciento de las importaciones provenientes del gigante asiático. Para más, la Argentina no se ubica ni siquiera entre los primeros diez mercados principales de exportación de China.
China optó por pasar a la ofensiva ante la predecible estrategia defensiva del nivel de actividad y el empleo por parte de la Argentina; ciertamente adecuada a la normativa internacional. En el plano del comercio exterior, jugar a la ofensiva –por caso por medio del dumping– está penado, defenderse no. A partir de los hechos reseñados, la posición China no luce muy sólida en el plano formal. Pero, ¿qué tanto lo es en el plano de las relaciones de fuerza?
Al escombrar este terreno lo primero que se encuentra es la necesidad china de proveerse tanto de alimentos como de otros tipos de materias primas a buen precio en el mercado mundial. Por caso, un grupo de industriales chinos ha instado a sus empresas nacionales de acero a dejar de comprar mineral de hierro de Brasil. El gigante asiático ha sostenido una estratégica política en la cual se ubica en el mundo como uno de los principales compradores de productos primarios a fin de que sea China quien incorpore el valor agregado a estos bienes primarios, dada las condiciones salariales y los niveles de tecnología requeridos para realizarlo. Estas necesidades tiñen su comportamiento inmediato y asimismo el de índole estructural.
A corto plazo, parecería que estos movimientos se inscriben en una nueva estrategia de China para controlar la potencial inflación que conlleva un alza salarial. Con los salarios muy bajos que paga no puede lograr que la mano de obra fluya del campo a la ciudad. Así y todo, frente a la escasez de mano de obra se incrementaron los salarios empinando los costos. Pero no resultan suficientes. La autoridades chinas están inquietas por la repercusión sobre el tipo de cambio, clave en el desarrollo basado en las exportaciones. Las multinacionales norteamericanas asentadas en su territorio también.
De hecho, sin ceder ante la presión norteamericana para la eliminación de rigideces sobre la política monetaria que provocaría una apreciación del renminbi, los chinos, utilizando su gran poder de compra, han golpeado para generar la apertura de mesas de negociaciones con la Argentina. Seguramente lo hagan pronto con Brasil por el mineral de hierro y con Chile por el precio y la atomización de la producción del cobre, y así sucesivamente. El objetivo es claro: acceder a estos bienes con menores precios para apaciguar su propio incremento de precios, a costa de los países menos desarrollados. A largo plazo, el gambito se enmarcaría en aquellas metas estratégicas divulgadas por el gobierno chino en 2009 de lograr hacia 2020 que el 60 por ciento del mercado interno de soja sea abastecido por productores locales.
A todo esto, ¿cómo le puede ir a la Argentina en general, y en relación con la soja en particular, en el tire y afloje con China? Algunos datos claves para ir armando el cuadro. En 2009, el complejo sojero exportó por 12 mil millones de dólares. El destino principal fue China. En 2009, el 72 por ciento de la exportación de los porotos de soja y el 45 por ciento de los aceites fue a China. Cabe agregar que el 70 por ciento de las exportaciones argentinas de esos productos se encuentra en manos de diez empresas multinacionales, que prácticamente son las mismas que desde 2004 controlan alrededor del 75 por ciento del mercado chino de las refinerías de aceite. Las estimaciones argentinas acerca de la cosecha de la soja para este año se incrementaron en los últimos días, pasando de unos 48 millones de toneladas a más de 53,5 millones de toneladas, ubicándola como un volumen record de producción para el país y como uno de los principales del mundo. Esto contabilizará un piso de ventas, incluso con un escenario de precios bajos, de unos 18 mil millones de dólares, realizadas por el concentrado complejo sojero que incluye granos, harina y aceites.
A la Argentina no debería irle nada mal, más allá de que formalmente lleva las de ganar. Es cierto que China tiene poder de compra, pero no es omnímodo. Su límite está en la voluntad argentina y en el hecho de que si China deja de comprar aquí va a pagar más caro lo que compre, dada nuestra importancia en el mercado mundial. De momento, teniendo en cuenta la baja capacidad cultivable (17 por ciento de su territorio) la seguridad alimentaria china depende de la capacidad de abastecimiento de aquellos países exportadores de materias primas (sea el caso de Argentina) y, en ultima instancia, de la necesaria expansión de inversiones en alimentos por todo el mundo.
Es normal que afloren este tipo de conflictos cuando de administrar el comercio se trata. No hay que dramatizar ni dejarse llevar por los cantos de sirena de algunos analistas locales, que apurados salieron a afirmar que el contragolpe chino obedecía a la mala administración de la política comercial argentina. Todo lo contrario. Se está en presencia de un episodio coyuntural con tela para cortar con respecto a la estrategia argentina de inserción internacional, en donde la voz de esos analistas apurados no son simples atolondramientos. Son estertores de lo viejo que muere y quizá lo nuevo que nace
* Los autores son economistas y coordinadores del Departamento de Comercio Internacional de la Sociedad Internacional para el Desarrollo (SID-Capítulo Buenos Aires).
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