POLéMICA
› Por Eduardo Bustelo Graffigna *
En la modernidad tardocapitalista la confusión y la tergiversación conceptual están a la orden del día. En una situación cultural carente de ejes centrales que sustancien discusiones originales y novedosas para re–teorizar nuestra historicidad y cargarla de sentido, se han reciclado vetustas visiones. En este caso, el esquema tiene nuevos desplazamientos. Se trata ahora de plantear una inviabilidad estructural del capitalismo que no pasa por cuestionar la modalidad financiera hegemónica de acumulación sino por el único “bien colectivo global” que limita sin cuestionamientos toda forma de desarrollo: el medioambiente. Puesta la frontera intraspasable fuera de la cual sólo es posible el apocalipsis, surge un nuevo personaje y su forma de argumentación antipolítica: el progresista verde.
La construcción discursiva social a la que se apela sigue los cánones de la espectacularización mediática. Primero la bucolización de un paisaje idílico, ingenuo, intocado, puro, virgen e inmaculado, el que va ser profanado y destruido. Segundo, la estetización de comunidades originarias que conviven armónicamente en su ecosistema sin agredir la naturaleza. Esta población va a ser desplazada y devastada. Tercero, la aparición del dragón depredador que arrasa sin piedad, vomitando fuego a poblaciones indefensas e inocentes, talando bosques, envenenando las aguas, destruyendo glaciares y montañas. Esta escenificación necesita ser llevada a su punto paroxístico, para lo cual emerge el cineasta progresista convertido ahora a los cánones de Hollywood que coloca esta fantasmagoría en términos dantescos, produciendo el grand finale: comunidades y poblaciones hambrientas y harapientas, y niños deambulando entre basurales y desechos.
Los planteamientos originales del ecologismo occidental tienen una larga historia, pero comenzaron a tener más difusión con el escritor inglés William Morris y su inspirador libro Noticias desde Ningún Lugar, publicado en 1890. Morris era marxista y, como tal, sustentaba una posición ecológica antiindustrialista basada en la abolición de la propiedad privada y la socialización de los medios de producción, algo que nuestro progresismo verde nativo está lejos de demandar. Aquí se está mucho más cerca del planteo del escritor norteamericano Ernest Callenbach que en su libro Ecotopía: además de promover un ecologismo comunitario, artesanal y vegetariano, argumenta que hay que vivir en pobreza como opción, “pero con estilo”. Esta narración frecuentemente está precintada con el hedonismo new age que postula comida natural, caminatas al aire libre, turismo ecológico, un orientalismo insustancial y mucho té verde. Estas ideas, más otras asociadas a visiones distópicas sobre el fin del mundo como efecto de la superpoblación y la devastación total de la naturaleza, inspiraron en los países desarrollados la muy divulgada ideología conservacionista que propugna la vida silvestre: en la naturaleza, todo debe quedar como está. Consecuentemente, se está en contra de toda forma de desarrollo económico y de expansión poblacional. Todo pasado fue mejor y el futuro es retornar a un pasado impoluto. En nuestro país, este enfoque es similar a la llamada ecología profunda, que tiene su principal inspirador en el magnate norteamericano afincado en los esteros de Iberá, Douglas Tompkins. En este caso, naufragan los argumentos del progresismo verde sobre un potencial cambio social sustentado desde la ecología.
Por otro lado, se trata de provincias periféricas que aspiran a su desarrollo, lo que implica colocar en discusión el modelo de desarrollo agrario exportador basado en la Pampa Húmeda. Destaquemos que estamos hablando de provincias, una categoría histórica anterior a la Nación y que tiene un estatuto jurídico e institucional que conforma la arquitectura constitucional del país. No se trata de meras fundaciones o ignotos organismos no gubernamentales. Las provincias tienen una historicidad que las remite a luchas y dramáticas jornadas por defender su autonomía y crecimiento. Defienden un federalismo que en su lenguaje significa autonomía real del centro portuario. Su debilidad sobrediagnosticada radica en una economía generalmente monosectorial, en la escasa disponibilidad de recursos productivos y en una fiscalidad que extrema su dependencia del gobierno central. Como resultado de sus estructuras económicas vulnerables y su dependencia de variables económicas exógenas, la generación de empleo se ha basado principalmente en el sector público, lo que somete a las provincias a conocidos y crónicos déficit. Por esta razón se las ha denominado en el pasado reciente “provincias inviables”.
Las provincias andinas tienen una composición geográfica montañosa y desértica, por lo que la minería tiene claras ventajas competitivas y es una posibilidad concreta para su desarrollo. La minería, como parte del dinamismo que genera, empalma eslabonamientos productivos y progresivamente se integra a los restantes sectores económicos locales y nacionales. Igualmente, la minería asegura la generación de puestos de trabajo productivo y un nivel de ingresos de lejos muy superior a los niveles históricos. Estamos hablando aquí también de derechos humanos: del derecho al trabajo y el derecho al desarrollo de los pueblos.
La explotación de recursos mineros requiere extensas etapas de exploración e inversiones con largos períodos de maduración en una escala y con una composición tecnológica generalmente fuera de las posibilidades de las provincias. El Estado nacional no ha tenido nunca en cuenta la posibilidad de impulsar un sector minero acoplado a un modelo de desarrollo y de acumulación nacional de modo de integrar a las provincias cordilleranas que sobreviven en la periferia del centro agropampeano. Tampoco el sector privado “nacional” que, incluso, ha preferido hacer inversiones en minería en los países vecinos. Clausurada la vía minera, estas provincias no tienen otras posibilidades para expandir sus fronteras productivas, de modo que su “sobrevivencia en dependencia estructural” será a través de crecientes transferencias directas del Tesoro nacional o aumentando sus niveles de percepción en la coparticipación federal de impuestos. Una “solución” de este tipo no sería en principio aceptable para nadie.
Las provincias andinas han llevado a cabo desde su origen actividades mineras. Es una forma de relacionarse con la naturaleza. Así como quienes viven a la vera de un río pescan, en estas provincias se vive, entre otras cosas, de la extracción de recursos de las montañas. Las actividades mineras a “cielo abierto” tienen ciertamente riesgos, pero son controlables. Las provincias conocen y están preparadas para aplicar las tecnologías más avanzadas de prevención y remediación. Aunque cualquier esfuerzo para fortalecer y mejorar los sistemas de control es bienvenido. En la ecuación económica financiera que regula las actividades mineras en nuestro país hay mucho para avanzar. Es necesario discutir la distribución del excedente minero, pero también del excedente sojero y el excedente petrolero, entre otros. Asimismo, en las dimensiones asociadas a la integración de cadenas productivas y en la incorporación de mayor valor agregado hay mucho por hacer. No menos importante: hay que discutir una agenda para el desarrollo sustentable, y valga aquí remarcar que el problema ambiental no es sólo un problema de las provincias cordilleranas sino de todo el país. Por eso sería adecuado acordar un Pacto Federal Ambiental.
Las provincias andinas son las primeras en valorar, proteger y cuidar el agua, pues de ella dependen para su sobrevivencia. En la actividad minera, nadie podría dudar que no estamos en presencia de “ángeles” multinacionales. Tampoco de “santos” progresistas que reparten relicarios e indulgencias verdes que nos van a redimir con la propuesta de un desarrollo hacia atrás: un desarrollo regresivo. En política juega aquello de la ética de la responsabilidad y la ética de las convicciones de Weber. En esta dualidad, la filosofía moral está lejos de tener conclusiones definitivas. Pero las responsabilidades existen y entre ellas la históricamente mayor: generar empleo productivo y emancipar las provincias cordilleranas de su situación estructural económicamente dependiente
* Vicepresidente primero de la Legislatura de la provincia de San Juan.
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