› Por Ricardo Aronskind *
En el ambiente financiero se usa una imagen contundente: “gato muerto”, para representar una situación en la que se produce una profunda caída de los indicadores económicos, luego de la cual éstos parecen repuntar pero, a poco de comenzar a subir, caen nuevamente a los peores niveles. Esa falsa recuperación es llamada “gato muerto” porque no es el autoimpulso de un organismo vivo que se está reanimando, sino el rebote –dictado exclusivamente por las leyes de la física– de un cuerpo sin vida. Luego de unos meses de optimismo mediático, volvió a aparecer en los mercados financieros globales el fantasma del “gato muerto”.
Mientras las bolsas suben y bajan al compás de la anécdota del día, siguen esperando un resurgimiento mágico, que no llega. El presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Ben Bernanke, continúa emitiendo señales que dejan implícita la preocupación por el pálido clima de negocios que hay en su país, y el temor a que se desate la deflación de precios, que podría desencadenar nuevas quiebras en el sector productivo y financiero.
Del otro lado del Atlántico, la corrida contra el euro, precipitada a partir de la crisis griega, llevó a que varios Estados europeos reaccionaran ajustándose a los requerimientos de los “mercados”, tomando medidas recesivas y antisociales.
El episodio mostró una jerarquía del poder global que pocas veces se visualiza con tanta claridad. Valga para observarla el testimonio del presidente del gobierno español, Rodríguez Zapatero, quien relató en un reportaje lo siguiente: “He pasado alguna noche sin dormir. La noche del 9 al 10 de mayo la pasé en blanco, primero en contacto telefónico con la vicepresidenta, que estaba negociando en el Ecofin (Consejo de Ministros de Economía de la UE) nuestro compromiso de reducir el déficit un punto y medio más, que supuso un esfuerzo grande para nosotros. Luego estuve a la espera de ver cómo reaccionaban los mercados. Digamos que pasé la noche esperando al índice Nikkei (de la Bolsa de Tokio)”. ¿De qué manera se llegó a que una economía como la española esté pendiente de cómo abren los mercados en algún lugar del mundo? ¿Es admisible que el destino de decenas de millones de personas se juegue en las caprichosas apuestas especulativas de los brokers? ¿Dónde quedó el principio de la soberanía política de los Estados?
Esa es la jerarquía de poder realmente existente, en la cual los sectores financieros más concentrados han demostrado su poder para imponer políticas sobre los gobernantes electos. Ese estado de situación traslada, en la presente crisis, ciertos dilemas decisorios al sector financiero privado. Este sector, que no es homogéneo salvo en su ultraliberalismo primitivo, deberá decidir entre privilegiar el cobro de sus acreencias en el cortísimo plazo, como si nada ocurriera en la economía real y en las finanzas públicas –arriesgando que esa presión precipite una depresión que ponga en riesgo la capacidad de pago de los deudores públicos y privados–, o dejar que se implementen políticas públicas más reactivadoras, que den impulso a la economía real (cosa que viabiliza en el mediano plazo el cobro de sus acreencias), sometiéndose al peligro de eventuales inflaciones o desvalorizaciones de activos financieros, con lo cual sus capitales podrían depreciarse en los próximos tiempos.
Todos los medios financieros hablaron en los últimos meses del repunte que inició la economía norteamericana en el primer trimestre del año (ahora en declinación) y hubo explosiones de optimismo por el crecimiento de la economía alemana en el segundo trimestre. En el momento “expansivo” norteamericano, el euro aún estaba fuerte con relación al dólar, pero luego, gracias a la “crisis griega”, el euro se devaluó y los exportadores europeos –y especialmente Alemania– se vieron favorecidos por la nueva cotización. El sube y baja cambiario coincide con los momentos en que las respectivas economías muestran signos de revitalización.
Parece que las inyecciones de “consumo externo” son las salidas implícitas que aparecen para intentar compatibilizar presupuestos contenidos y reactivación, ya que nadie está muy dispuesto a impulsar el consumo interno. El único problema es que no es una receta que puedan aplicar todos los países al unísono: alguien –deficitario– tiene que ser la contrapartida de los superávit comerciales del resto. Para el mundo como un todo, las exportaciones totales no pueden jamás superar a las importaciones totales.
En esa perspectiva, el presidente norteamericano Barack Obama convocó a los europeos a “fortalecer la recuperación”, mientras el secretario del Tesoro, Timothy Geithner, llamó a Europa a “optar por poner en marcha reformas y políticas susceptibles de desembocar en tasas de crecimiento más elevadas en el futuro”. Y por si no se entendió el mensaje, explicó que el mundo “no podrá depender de Estados Unidos tanto como en el pasado” como gran comprador universal.
Mientras Alemania recurre al neo mercantilismo para estimular su economía –vender mucho más de lo que compra a los otros países–, Estados Unidos no parece querer continuar siendo la contraparte necesaria de esas políticas, y no sólo en relación a los alemanes.
Todo el andamiaje económico que ha quedado luego de estos dos años de crisis es sumamente precario. Desde la incertidumbre sobre si griegos, españoles e irlandeses puedan cumplir en tiempo y forma con todos sus compromisos de deuda externa, pasando por una alta tasa de desempleo que no parece desvanecerse, siguiendo por la dudosa solidez de numerosas entidades bancarias y la anémica reactivación de la economía atlántica, y llegando a la precaria situación en países sensibles del Este europeo, o al presunto orden de los mega-déficit fiscales, nada es sólido.
En Estados Unidos se debilita la modesta reactivación: el crecimiento reciente del Producto fue del 1,6 por ciento anual. Se continúa hundiendo el mercado inmobiliario, en ventas y en precios, y se espera, oficialmente, un repunte del desempleo. Se van terminando los programas de estímulo público a la demanda y el Congreso es reacio a prolongarlos. Cuando concluyó recientemente el censo de población en ese país, los empleos coyunturales creados por dicha actividad no pudieron ser reemplazados por el sector privado. El gobierno de Estados Unidos está usando fondos anticrisis para ayudar a diversas ciudades y condados a pagar los sueldos del personal (maestros, policías, bomberos) porque los ingresos fiscales de los mismos no alcanzan para sostener las actividades mínimas.
Mientras tanto, en España desaparecieron, desde que estalló la crisis, un millón de empresas. Muchos municipios españoles no les pueden pagar a sus contratistas, y éstos amenazan con despedir a su personal. En Gran Bretaña el nivel de endeudamiento privado es tal que no podría soportar una elevación mínima de la tasa de interés sin caer en incumplimientos masivos.
La volatilidad de los mercados no se explica por problemas “psicológicos” de los brokers. El trasfondo de la fragilidad bursátil está constituido por datos reales: el alto desempleo, el súper endeudamiento privado en numerosos países, tanto de empresas como de particulares, la contracción del crédito, el freno conservador a las políticas públicas de estímulo, la ausencia de un “demandante de última instancia”.
Pero no son ésas las prioridades de los financistas.
Entre tanto, los máximos protagonistas iniciales del desastre están terminando de desembarazarse de los restos de sus crisis. Un caso extremadamente interesante es el caso de la firma Goldman Sachs (GS), empresa acusada de fraude por el gobierno de los Estados Unidos –por si hace falta recordarlo, el país más poderoso del planeta–. Ante las contundentes pruebas sobre su responsabilidad –GS creó y vendió paquetes de préstamos hipotecarios dudosos, ocultando información clave a sus clientes tanto de Estados Unidos como de Europa–, fue sancionada con una multa “histórica” por el gobierno.
La multa impuesta a GS por la Securities and Exchange Commission, que dio por cerrada una acción de fraude civil contra esa empresa, fue de 550 millones de dólares. Pero GS ganó en 2009 ¡12.200 millones de dólares! Es decir que lo que pagó de multa equivale a dos semanas de utilidades. La sola noticia del “arreglo” extrajudicial significó que las acciones de GS se elevaran en 10 veces el monto de la multa. El caso revela el grado de influencia en el poder con el que cuentan estos gigantes financieros. El castigo resultó insignificante, perdió todo su efecto punitivo y consagró la impunidad de quienes habían delinquido flagrantemente.
Lo mismo, en un plano más general, ha ocurrido con la nueva legislación financiera aprobada en Estados Unidos: los especialistas no comprometidos con los bancos sostienen que la regulación es insuficiente, no genera cambios estructurales y por lo tanto no significará una prevención para nuevas crisis. Los vacíos regulatorios son importantes. Nada se avanzó en relación a un tema central: el “too big to fail”, es decir, las desmesuradamente grandes corporaciones financieras que no pueden ser enviadas a la quiebra a pesar de sus tropelías, debido al peligro de que generen un derrumbe sistémico. En ese sentido, no se ha puesto remedio a la situación más anticompetitiva que pueda pensarse: si ganan, ganan ellos. Si pierden, la sociedad los rescata, degradándose.
Sentar las bases mínimas para que la economía norteamericana-europea despegue, en un nivel muy básico, debería consistir en cambiar la proporción entre los ingresos de los deudores (individuos, empresas y Estados) y el monto de sus deudas con los acreedores (el sistema financiero global). Si se re-proporcionara la deuda (reduciéndola en términos relativos), los deudores serían mucho más solventes, estarían en condiciones de abonar sin demasiados sacrificios, y dispondrían de mayores recursos para la inversión y el consumo. Eso se puede lograr por dos vías: inflar los ingresos de los deudores a una velocidad mayor que el aumento de sus deudas, o recortar las deudas directamente, mediante una quita. La reducción de las deudas tiene legitimidad económica ya que equivaldría a un resarcimiento: quienes provocaron la crisis se harían cargo de solventar una parte de los daños causados por la misma. Es, por otra parte, una medida realista y sensata para relanzar las economías centrales. Pero ese paso, gigantesco por su significado político, sería sólo el punto de partida de una verdadera reforma global.
Por ahora, y hasta que no crezca una fuerte presión social que supere el actual conformismo, se ha optado por la vía más miope y regresiva.
Volviendo a la metáfora financiera del “gato muerto”: si el gato es la economía real, las medidas reclamadas por los financistas e implementadas por los políticos subordinados implican “ir matando al gato”. Así como las razones de la caída del gato no aparecen explicadas en la metáfora, tampoco ésta explica por qué, a pesar de haber sobrevivido, se sigue haciendo todo lo posible para el desgraciado animalito se transforme, finalmente, en un cuerpo inanimado
* Coordinador del Programa interdisciplinario para el seguimiento de la evolución y los impactos de la crisis del orden económico mundial (Pisco), del Instituto de Desarrollo Humano, Universidad Nacional de General Sarmiento
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