LOS DESBALANCES GLOBALES Y LA GUERRA DE DIVISAS
El viceministro de Economía, Roberto Feletti, afirma que sin un cambio en el modelo económico-social el mundo desarrollado no podrá superar su actual crisis. En ese contexto, sostiene que para los países de la región es imprescindible profundizar las políticas de autonomía nacional.
› Por Roberto Feletti *
Las economías desarrolladas presentan un rasgo común: no pueden superar la crisis, y esto se expresa en sus raquíticas tasas de crecimiento sin generación de empleo. Los únicos matices son las recetas que aplican para hacerle frente. La Eurozona prioriza preservar la solvencia del sistema financiero, limitando el gasto fiscal como forma de apuntalar la demanda. Se eligió el ajuste fiscal por sobre el crecimiento para generar los recursos que garanticen el pago de la deuda que han emitido y de esa manera limitar la depreciación del euro frente a otros activos financieros. Las definiciones son menos categóricas en Estados Unidos, pero la devaluación del dólar respecto al oro le marca los límites al gobierno demócrata en cuanto a recuperar la demanda y luchar contra el desempleo, que ya alcanza el 10 por ciento.
En ambos casos, la preocupación central es el deterioro de sus patrones monetarios, el dólar y el euro, respecto de otros activos de reserva de valor, especialmente el oro, y esa preocupación prima sobre las políticas de incentivos destinados a la recuperación de la demanda efectiva. Este es el núcleo de la debilidad de las economías centrales: la recuperación del consumo interno se traduce en el deterioro de su patrón monetario.
Este punto deriva al problema de los desbalances globales, el otro gran impedimento que enfrentan para la recuperación económica. El comercio internacional, que se había retraído en un 20,5 por ciento en el 2009, se recuperó este año por el repunte de las economías centrales, y con ello se reforzó el desequilibrio global a favor de los países emergentes. Es decir, cuando crece el PBI en los países desarrollados, crece el comercio internacional y se produce un desbalance de sus cuentas corrientes (sobre todo por la balanza comercial desfavorable) y por lo tanto se deteriora el patrón monetario.
Este cuadro demora la salida de la crisis por medio de políticas para incentivar el consumo, y explica las presiones que ejercen los países desarrollados para transferirnos parte de sus desequilibrios. En esa clave debe leerse el renovado impulso otorgado al FMI por parte del G-7 para que se ocupe de “la sustentabilidad de la economía global”, recabando información de las economías nacionales de mayor tamaño y promoviendo en los foros internacionales la apreciación de los tipos de cambio de los países emergentes y la eliminación de todo tipo de regulaciones para el libre flujo de mercancías y capitales.
Para el pensamiento dominante, la apreciación de los tipos de cambio y la desregulación del comercio y los movimientos de capitales configuran el escenario que les permitiría resolver la crisis de depreciación de sus divisas y beneficiarse con una ampliación de la demanda accediendo a los mercados emergentes. En suma, el retorno al crecimiento económico en Estados Unidos, Europa y Japón se subordina a la capacidad de estas economías para construir un equilibrio global consistente con sus intereses.
La lógica de este pensamiento dominante en el mundo desarrollado es negar la magnitud del desequilibrio entre activos reales y financieros, pues, si se lo aceptara, debería encararse un fuerte cambio en el patrón de distribución de la riqueza en esas naciones, procediendo a la ampliación del volumen y el precio de los activos reales y despreciando o directamente destruyendo los financieros. Eso sólo puede ocurrir mediante una fuerte inyección de fondos para impulsar la demanda efectiva, que opere como palanca del empleo, el salario y la ampliación de la oferta de bienes y servicios reales. Una liquidez aplicada en esa dirección tenderá a ampliar el desbalance de la cuenta corriente de Estados Unidos y Europa a favor los países emergentes, cuya corrección se produciría a partir de la depreciación del euro y el dólar frente a otras monedas.
Un modelo de salida de la crisis, de carácter mercado-internista, devaluando las divisas que hoy tienen poder cancelatorio mundial (dólar, euro, yen), determinaría un cambio en el patrón de acumulación de esas economías, un fuerte shock de ingresos a favor de los asalariados y una pérdida de influencia del sistema financiero y de la red de empresas globalizadas, bloque de poder que se ha mostrado efectivo frente a las izquierdas demócrata, laborista y socialista del mundo desarrollado.
Este bloque financiero-empresario es el que apuesta con fuerza a resolver la crisis por dos vías: devaluación fiscal en los países desarrollados y apreciación cambiaria con libre comercio en las economías emergentes. La actualidad está atravesada por esa doble tensión planteada desde el mundo desarrollado: por un lado imponerles a sus propias poblaciones un ajuste doloroso e inédito y a la vez exigir a los países emergentes mecanismos la liberalización comercial y financiera para corregir sus desequilibrios.
En esta instancia el núcleo de conflicto se desplaza de lo económico hacia un profundo replanteo político sobre las relaciones de poder en el interior de las economías centrales, y a la vez desafía la capacidad de nuestras naciones de proseguir con sus desarrollos autónomos y las experiencias de cooperación SurSur.
En las economías menos desarrolladas de Europa, pero fuertemente atadas al euro, como España y Grecia, se verificaron los primeros picos de tensión, y donde sus poblaciones pueden llevar adelante una ofensiva contra el ajuste que pretenden imponerles. Es posible que en los países europeos la protesta social se transforme en un proceso revolucionario que altere drásticamente el patrón de la propiedad y distribución de la riqueza dentro de la pretendida sociedad de la información y el conocimiento. Las clases hegemónicas descreen de la posibilidad de una modificación profunda del esquema de propiedad de los medios de producción y riqueza como producto de la contestación social. Esto se debe a que la organización de la producción en torno al cambio científico-tecnológico neutraliza la posibilidad de transformar la sociedad mediante los mecanismos de expropiación o cambio de propiedad de los medios de producción, como se pensaba en otras épocas. Esta lucha de clases se tornaría estéril sin la intervención de los dueños del conocimiento científico-tecnológico, quienes conforman un concentrado núcleo.
Sin embargo, cobra fuerza la perspectiva de contar con una suerte de vanguardia revolucionaria capaz de apropiarse de los núcleos duros del conocimiento y difundirlos masivamente, alcanzando un estadio en el que el avance de la tecnología sirva para reducir la carga laboral de la gente y no para excluirla de la sociedad. Este es el cuerpo teórico de un nuevo socialismo, que redefina la estructura productiva en un doble movimiento, ampliando la oferta de bienes y reduciendo el tiempo socialmente necesario para obtenerlos. Reducción de la rentabilidad empresaria globalizada, más empleo, menor jornada laboral e igual salario, sosteniendo cuantitativa y cualitativamente la producción, conforman las únicas posibilidades que tienen los países desarrollados para superar la crisis. Debe terminarse la denominada “Dictadura de la Moneda”, que sacrifica el desarrollo y la competitividad de esas economías en el altar del mantenimiento de un signo monetario.
En tanto eso no ocurra, para nuestros países es imprescindible afirmar y profundizar las políticas de autonomía nacional implementadas hasta ahora, con fuerte sustento en la solvencia externa y fiscal. La emergencia de naciones como China y Brasil, que tercian con fuerza en los foros internacionales y traccionan a economías de menor porte pero con modelos similares e intereses comunes, requiere la consolidación de un bloque alternativo al de las alicaídas economías centrales, sólo posible a partir del apoyo de sociedades que legitimen el proceso económico y político en curso. La legitimación vendrá de la mano de un fuerte proceso de inclusión social, con políticas que apropien riqueza para volcarla masivamente al bienestar de sus ciudadanos
* Viceministro de Economía.
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