DE LA FERIA DE FRANKFURT AL REGRESO DE UN OLVIDADO: FéLIX WEIL
Mario Rapoport rescata a Félix J. Weil, quien con una cuantiosa fortuna fue el principal financista de la famosa Escuela de Frankfurt, que congregó a prestigiosos e influyentes intelectuales de distintas corrientes del marxismo.
› Por Mario Rapoport *
En 1988, en un libro que organicé y coordiné titulado Economía e Historia, publicado en los comienzos de la apertura democrática y en el que participaron jóvenes economistas e historiadores, tuve el gusto de rescatar cuatro textos perdidos en la nebulosa intelectual argentina. Uno de ellos, el de un joven Raúl Prebisch sobre las crisis financieras locales e internacionales en el siglo XIX, después incluido en sus Obras. Otro de un sociólogo estadounidense, Carl C. Taylor, que trata de la propiedad de la tierra en los años ’40 y pertenece a un importante y más extenso trabajo, Rural Life in Argentina, y, sobre todo, la traducción de dos capítulos de un libro escrito por un personaje muy singular, Félix J. Weil, Argentina Riddle (El enigma argentino), publicado en inglés en 1944. Este último, editado recientemente por la Biblioteca Nacional y presentado en la Feria de Frankfurt –el lugar más adecuado para ello–, y la trayectoria de su autor son los motivos de esta nota. Pero debo aclarar otras dos cosas antes de continuar: me enteré de la existencia de Weil gracias a un querido amigo, Jorge Schvarzer, y siempre me pregunté por qué había sido casi ignorado, salvo excepciones, en nuestra vida académica, en la cual esta obra debería ser de consulta obligatoria.
Las razones estaban claras al desentrañar la vida personal de Weil y el contenido del libro. Su sola historia de vida es fascinante. Nacido en Buenos Aires en 1895, era hijo de Hermann Weil, un judío alemán emigrado a la Argentina en 1890, dueño de una de las empresas exportadoras de cereales más importantes del país (una de las llamadas cinco grandes que monopolizaban a principios del siglo XX ese negocio) y cuya riqueza se había debido sobre todo al extraordinario boom agroexportador argentino de aquella época.
Pero Weil hijo fue enviado desde chico a Alemania, donde estudió en el Gimnasio Goethe de Frankfurt y luego en la universidad de esa ciudad. Allí terminó, en 1920, un doctorado, y se consustanció con las ideas marxistas que comenzaban a predominar en Europa, en pleno fervor de la Revolución Rusa (también intentada en Alemania). En su caso no sólo participó en diversas actividades de izquierda sino que, con una cuantiosa fortuna que lo respaldaba, fue el principal financista de la famosa Escuela de Frankfurt, que congregó a prestigiosos e influyentes intelectuales de distintas corrientes del marxismo o cercanas a él, como Theodor W. Adorno, Mark Horkheimer, Erich Fromm, Friedrich Pollock, Karl Korsch, Walter Benjamin y uno que se hizo célebre en mayo de 1968 por su influencia en las revueltas estudiantiles de París: Herbert Marcuse. Puede decirse que la actividad marxista en la Alemania de aquella época se financió en parte con la riqueza agraria argentina.
Sin embargo, el peligro se cernía en ese país y, en 1933, cuando Hitler llegó al poder, el Instituto de Frankfurt tuvo que cerrarse y sus principales figuras se dispersaron por el mundo. Weil, que había retornado ya a Buenos Aires, quizás oliendo la tormenta, para hacerse cargo de los negocios de su padre, se encontró aquí, después del golpe de Estado de 1930, en plena restauración conservadora (los gobiernos de Uriburu y Justo), integrando de nuevo unas elites de cuyos negocios su familia participaba. No es de extrañar entonces su colaboración con el equipo económico que condujo el país por esos años y, sobre todo, con la figura que más sobresalía en él: Raúl Prebisch. Pero si Weil colaboró con ese régimen, especialmente en la recientemente creada Dirección de Impuesto a los Réditos, que correspondía a su espíritu reformista, lo hizo por poco tiempo. Luego emigró a Estados Unidos, donde trabajó en un lugar en que se refugiaron muchos de los exiliados de Frankfurt, The New School for Social Research, de la Universidad de Columbia (que también había ayudado a financiar), y en otras instituciones. Desde allí, y con su experiencia y contactos argentinos, Weil escribió su libro, cuyos alcances históricos llegan casi hasta la fecha de su publicación, justo el momento de una nueva ascensión de los militares al poder, pero ahora bajo la figura predominante de Juan Perón. Weil, como la gran mayoría de los del medio social que lo rodeaba, iba a ser antiperonista, pero su pensamiento conjugaba un fervor industrialista con una acendrada crítica a la vieja oligarquía terrateniente, que conocía íntimamente.
El año 1944, cuando se publicó El enigma argentino, es, por otra parte, un momento crucial, de una profunda crisis política local, enmarcada primero en la depresión de los años ’30 y luego en la Segunda Guerra Mundial. Esto produjo fuertes cambios internos y una “conexión” diferente con el mundo, circunstancias como las que de otro modo se viven hoy nuevamente a partir de 2001 y de la crisis actual del proceso de globalización. Entre otras cosas, tuvo impulso una industrialización por sustitución de importaciones que iba a reemplazar en gran medida al esquema agroexportador.
Sin embargo, como la Argentina es un país peculiar, a diferencia de Brasil, donde el desarrollo industrial fue llevado a cabo por una nueva coalición política que dejó afuera a la oligarquía cafetalera, aquí ese proceso se dio en un principio con gobiernos que expresaban el retorno al poder de la vieja elite conservadora. Esta, para hacer frente a la crisis, sobre todo del sector externo, fortalecería el rol del Estado mediante un marcado intervencionismo económico para intentar salvar sus propios negocios agropecuarios. No tenía intención de realizar ningún cambio social o político de envergadura. Así, mientras el país transformaba su estructura productiva a través del crecimiento obligado de su industria, de una mayor participación de los trabajadores en la vida nacional, de una intensa urbanización y de migraciones rurales hacia las ciudades, nada de eso se veía acompañado por políticas sociales, ni por un proyecto claro de industrialización, y la oligarquía gobernaba como en un feudo, a través de una democracia ficticia, con proscripciones políticas y represión.
Evidentemente había habido transformaciones, aunque Weil estaba preocupado. El tenía una mirada intelectualmente crítica, pero conocía a fondo a la elite gobernante porque había colaborado con los gobiernos conservadores del ’30. Weil se preguntaba en esa coyuntura hacia dónde iba la Argentina; porque seguía siendo una gran estancia, seguía predominando el latifundio en la vida rural, y era preciso –a su juicio– realizar algún tipo de reforma agraria e impulsar la industrialización de una manera más consciente. Planteaba, sobre todo, que lo que predominaba hasta entonces en el país era una cultura rentística, porque la riqueza fundamental de sus elites provenía de la renta de la tierra. Así, daba por nombre a uno de los capítulos clave de su libro, casi para definir a la Argentina de la que hablaba: “La tierra del estanciero”. Lo que vendrá después formará parte de otra historia que Weil no nos contó
* Economista e historiador. Investigador superior del Conicet.
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