INDUSTRIALIZACIóN INCOMPLETA Y RESTRICCIóN EXTERNA
Sustituir importaciones y estimular las exportaciones requiere una compleja articulación de política comercial, industrial y tecnológica.
› Por German Herrera *
El angostamiento del superávit comercial reintrodujo en el debate el riesgo de una restricción externa, aquel viejo problema estructural de la Argentina. La paulatina apreciación del tipo de cambio real y el notable aumento del ingreso medio en dólares explican el dinamismo de las importaciones y alertan sobre su trayectoria futura. Sin duda, la holgada posición de reservas internacionales, las buenas perspectivas de las exportaciones tradicionales, y la solidez actual de nuestra macroeconomía matizan la urgencia que esta cuestión supo tener en el pasado. Sin embargo, ello no quita que se requiera articular medidas para afrontar un escenario de mayor estrechez de divisas que el vivido en estos años.
Una radiografía básica del comercio exterior muestra a una economía superavitaria en el intercambio de productos primarios y sus procesados y, en cambio, deficitaria respecto a las manufacturas de origen industrial. Parte considerable de ese déficit responde a bienes de consumo –computadoras, celulares, acondicionadores de aire y productos farmacéuticos–. Otra parte muy relevante descansa en los insumos y bienes de capital requeridos por el propio sector productivo.
El año pasado, las importaciones se aceleraron y encendieron la alarma. La elasticidad de las compras externas totales en relación al PIB superó los 4 puntos, muy por encima del nivel medio mostrado en los años previos. Fue, sin duda, una “sobrerreacción” frente a lo sucedido en 2009, cuando –crisis internacional mediante– la actividad y el consumo doméstico se frenaron abruptamente induciendo un derrumbe de las importaciones. Los datos iniciales de 2011 exhiben una convergencia hacia coeficientes más “normales” de elasticidad entre importaciones y PIB. El problema es que esos niveles son estructuralmente altos, sobre todo en ciertas ramas clave de la industria.
Con los bienes de capital, durante 2005-2008, por cada punto porcentual de crecimiento del PIB, la demanda de maquinaria importada se elevó en algo más de 3 puntos. Este componente de las compras externas, esencial para viabilizar la inversión productiva, fue aún más elástico al crecimiento del Producto que la –de por sí elevada– demanda total de importaciones. La dependencia de los bienes de capital importados para el desarrollo productivo interno constituye un ejemplo perfecto de lo que algunos economistas han caracterizado como “casilleros ausentes” de la matriz industrial, dando cuenta de la exigua o nula producción interna en importantes segmentos de la trama productiva. No se trata de un designio adverso del destino sino de la consecuencia directa de las políticas aplicadas en el último cuarto del siglo XX. Estas indujeron un quiebre estructural regresivo al destruir capacidades acumuladas por la industria en buena parte de sus tramas más complejas y determinar el retorno hacia una estructura más “primarizada”, protagonizada fundamentalmente por el procesamiento básico de los alimentos.
La etapa reciente marcó un freno y reversión parcial de esa tendencia negativa. Rompiendo con la trayectoria previa, la política macroeconómica jugó a favor del sector productivo y la industria logró crecer fuertemente, incluso en las ramas más castigadas durante la fase anterior. Sin embargo, como lo muestra la persistencia de los elevados coeficientes de importación, es imprescindible avanzar en políticas sectoriales explícitas y coordinadas que ayuden a “rellenar” aquellos casilleros aún ausentes. Sustituir importaciones y estimular las exportaciones no tradicionales requiere una compleja y sostenida articulación de herramientas de política comercial, industrial y tecnológica. A su vez, esto implica formar y consolidar desde el Estado equipos técnicos solventes y estables, que logren especializarse en las distintas realidades sectoriales y sean capaces de construir una interacción cooperativa pero autónoma con el sector productivo privado. Se trata de un desafío que encierra una buena dosis de riesgo y que requiere creatividad, pericia y constancia en la instrumentación “técnica,” pero sobre todo determinación y capacidad política
* Economista de la UNQ
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