› Por Claudio Scaletta
Para quienes están preocupados en saber cómo sigue el modelo económico en los próximos cuatro años, la referencia ineludible es conocer qué piensan los “economistas K”. La tarea sería rápida si no existiesen al menos dos interferencias importantes. La primera es que estos economistas distan de ser un conjunto homogéneo. La segunda, bastante más compleja, incluso para los propios involucrados, es que muchos son militantes y/o funcionarios.
A grandes rasgos –esto no es una genealogía– los subconjuntos son tres y parcialmente superpuestos. La primera línea es la vinculada al candidato a vicepresidente, Amado Boudou, quien tiene una tropa propia de alrededor de 200 funcionarios incondicionales dentro del Ministerio de Economía, a lo que debe sumarse la Anses. Por una cuestión de número y “llegada a Cristina”, los integrantes de este grupo están convencidos de que no necesitan de nadie más y que su influencia quedará asegurada incluso cuando el jefe parta al Senado para hacerse cargo de la campanita. El segundo subconjunto es el recientemente agrupado en torno de “La gran MaKro”, cuyas cabezas más visibles son Roberto Feletti y Alejandro Robba; y el tercero es, según propia definición, el “más académico”, el integrado por el grueso de los economistas de AEDA, uno de cuyos líderes es el director del Banco Nación Matías Kulfas. Existe también un cuarto subconjunto referenciado en La Cámpora, con economistas como Axel Kicilloff e Iván Heyn, pero hoy aparecen más vinculados a sus roles como funcionarios que a tareas propositivas en materia de política económica. Vale insistir en que estas corrientes son subconjuntos superpuestos y que las separaciones mezclan lo ideológico, lo personal y lo político instrumental.
Como es posible imaginar, en las disputas internas a Boudou se le cuestiona su “ilegitimidad de origen”; el estigma de haberse formado en el CEMA, la principal usina del neoliberalismo noventista, y su militancia universitaria en UPAU. Tales cosas no espantan en el peronismo, donde muchos prefieren no acordarse qué hacían en los ’90, pero sí entre intelectuales progresistas capaces de discutir durante horas qué tan heterodoxa o pro demanda efectiva es tal o cual medida. El mismo Boudou suele repetir algo que a los heterodoxos puros les pone los pelos de punta: que él fue al CEMA “a estudiar economía y no política”.
La separación entre el “felettismo”, por llamarlo de alguna manera, de La gran MaKro y los principales referentes de AEDA es, en cambio, más personal que de raíz ideológica. Peleas menores por pergaminos y espacios. A modo de ejemplo, algunos integrantes de AEDA susurran con malicia que Feletti “es contador”.
Repasada la heterogeneidad es posible avanzar hacia las propuestas y visiones de política de cada subconjunto. Es aquí cuando aparece la segunda interferencia: el carácter de militantes y/o funcionarios de la mayoría de estos economistas, razón que los obliga a ser ubicuos y cuadrarse. Esto puede ser bueno para la causa, pero malo para el debate. Se comprende que siempre es más fácil y menos arriesgado enumerar los logros del modelo que señalar sus limitaciones, tarea que luego de las traiciones de 2008 puede ser sospechada de contrera. Sin embargo, aunque octubre todavía no pasó, las limitaciones ya llegaron. Y aquí aparece el debate central, el que abusando de la simplificación, divide a optimistas y pesimistas.
Los optimistas son quienes creen que las restricciones que están a la vista, como la externa, podrán superarse con “volver a los mercados”, no sólo para evitar una potencial sangría de reservas sino, dando un paso más, para financiar una sustitución de importaciones que permita continuar con el crecimiento. Sostienen que la ratio deuda/PIB, en especial en moneda extranjera, es “innecesariamente baja” y que deben aprovecharse las reducidas tasas internacionales. Restricción externa e inflación de costos no aparecen en el discurso. También son optimistas respecto a que Asia seguirá traccionando la economía mundial a pesar de los frenos en Estados Unidos y Europa, a lo que agregan mucha confianza en la demanda brasileña. Esto último resulta extraño, porque la economía brasileña se está frenando: luego de crecer al 7 por ciento en 2010, este año no se sabe si llegará al 3 y, además, en el gobierno de Dilma Rousseff se habla de un ajuste fiscal preventivo. Obviamente, los opositores internos de Amando Boudou sostienen que esto de volver a los mercados tiene el “imprinting” del ministro. Pero quizá sea injusto atribuir esta voluntad sólo a Boudou, pues el tema también fue planteado en el reciente congreso de AEDA: tales las superposiciones de los subconjuntos.
Por las razones enumeradas, los pesimistas sólo se desahogan off the record. “Si realmente hubiesen leído a (Marcelo) Diamand –sostiene uno de ellos con oficina en el Ministerio de Economía– sabrían hace años que la restricción externa iba a reaparecer. Ahora nos quieren tirar por la cabeza que no hay otra que volver a endeudarse.” “Tuvo que salir alguien cuestionado en la opinión pública a decir cómo son las cosas”, completó. El funcionario se refería a las declaraciones de esta semana de la ex ministra Felisa Miceli acerca de que el desendeudamiento era “un paradigma de la economía kirchnerista”, a lo que sumó que existen alternativas para hacer frente a la restricción externa. Aquí aparecen las propuestas de quienes hablan de “profundizar”. Estos economistas, algunos de ellos de La gran MaKro, otros de AEDA, sostienen críticamente que muchas de las decisiones difíciles se postergaron. Como “difíciles” destacan al control de capitales, la cuestión energética, la reducción del diferencial cambiario y una sustitución de importaciones más activa con tipos de cambio diferenciales. Como se ve, el camino para los próximos cuatro años puede ser muy diferente de acuerdo a qué sector de los economistas K prevalezca en el debate
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