Dom 08.01.2012
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O globo

› Por Alberto Müller *

Días atrás fue noticia en el mundo que Brasil ha superado en el 2011 a Gran Bretaña en el tamaño de su economía. Esto es, en su Producto Bruto Interno. Se convirtió así en la “sexta potencia mundial”. El ministro de Hacienda de Brasil, Guido Mantega, ha redoblado la apuesta, apuntando a superar a Francia antes del año 2015.

Estos anuncios han dado lugar a interpretaciones algo apresuradas. Se ha aludido a nuevas configuraciones de poder internacional marcadas por el ascenso de países periféricos como India, China o Brasil, y la consecuente pérdida de poder de los países centrales, que supieron detentarlo durante dos siglos.

Pero no es oro todo lo que reluce. La economía es demasiado compleja como para prestarse a rankings simplistas. Se brindan aquí algunos elementos para un análisis más rico.

Por lo pronto, Brasil alcanza el lugar que alcanza ante todo por su tamaño. Cuenta con 196 millones de habitantes, y no hay más que ocho países en el mundo que superen los 150 millones de habitantes. Cualquier país de esta escala cobra visibilidad simplemente por su peso relativo, aunque de los ocho, sólo cuatro (China, India, Estados Unidos y Brasil) son “potencia” o candidatos a serlo. Los restantes países centrales –algunos ellos también “potencias”– muestran tallas mucho menores, siendo el mayor de ellos Alemania, que tras la unificación en 1990 suma alrededor de 82 millones de habitantes.

El tamaño de un país es medido por su Producto Interno Bruto (PIB). Esta medición es la evidencia más cabal de la capacidad de los economistas de sumar virtualmente todo a través de los precios. Pero el problema es que precios relativos hay muchos. La comparación que se realice dará diferentes resultados según cuáles sean los precios. El cuadro 1 compara, por ejemplo, los valores del PIB, a precios corrientes y a precios del año 2000 (valores en millones de dólares, para el año 2010), para Brasil y el Reino Unido.

Podemos constatar que la paridad brasileño-británica se desvanece cuando cambiamos la base de precios.

Se argumentará que los precios más recientes son más “reales”. Pero el criterio es otro: debe apuntar a la sostenibilidad. Y esta diferencia entre ambas valuaciones resulta muy sugerente al respecto, como se observa a continuación.

Comparemos, en cuadro 2, lo ocurrido con el crecimiento del PIB en el período 1990-2010, según ambas medidas:

En ambos países, el crecimiento a precios constantes fue notoriamente inferior al que surge de comparar las valuaciones en dólares corrientes. En una década donde la inflación en dólares fue muy baja, que muestra una muy fuerte apreciación cambiaria, fue mayor en términos relativos en el caso de Brasil.

Si “descomponemos” el crecimiento total en dólares en cantidades y precios, veremos que el crecimiento de Brasil se explica en un 19 por ciento por cantidades, mientras que en el caso británico llega al 29 por ciento. El resto es sólo revaluación de la moneda local, como bien saben quienes veranean en Brasil en estos días.

Además, el ritmo anual de crecimiento del PIB per cápita entre 2000 y 2010 de ambos países no fue descollante: 2,4 por ciento en el caso de Brasil, y 0,9 por ciento en el británico.

Seguramente este panorama trae ingratos recuerdos a los argentinos; sobre todo si se ve acompañado por una acumulación de déficit en cuenta corriente, algo que ocurre tanto en Brasil como en Gran Bretaña. Se trata todavía de déficit moderados (1,1 por ciento del PIB en Brasil, 2,3 por ciento en Gran Bretaña, en los últimos cinco años); pero en definitiva está en duda la sostenibilidad. En ambos casos, la cuenta corriente deficitaria se ve enjugada por la entrada de capitales de inversión o especulación. Pero esta acumulación de pasivos externos tarde o temprano cobra su precio.

En definitiva, Brasil logra su lugar de “potencia” no tanto sobre la base de un crecimiento acelerado y robusto, como por una apreciación de su moneda. En este sentido, es notable el contraste con el caso argentino. Entre los años mencionados, el PIB per cápita creció 3,4 por ciento, la cuenta corriente fue siempre superavitaria (por eso el desendeudamiento), y el PIB en dólares creció “solamente” 30 por ciento por obra y gracia de la salida de la Convertibilidad. Y no está de más recordar que el PIB per cápita de nuestro país, corregido por paridad de poder adquisitivo, es algo menos que la mitad del británico, pero un 40 por ciento más alto que el de Brasil. No tan mal, pese a que no somos “potencia” ni lo seremos en las próximas décadas, probablemente.

La ortodoxia le recuerda sistemáticamente al “populismo” que nadie puede vivir endeudándose indefinidamente y disfrutando de tipos de cambio sobrevaluados, que permiten veraneos baratos. Pero cuando los gobiernos dejan de ser populistas esa lección se olvida inmediatamente. Un reciente análisis de Mario Brodersohn, comparando los casos de Brasil y Argentina, subraya que Brasil, por ser más confiable, crece con déficit externo, cosa que la Argentina no puede hacer por la baja reputación de su gobierno. Ojalá sigamos así.

Por lo demás, se sugiere que los rankings de las “potencias” atiendan a aspectos más de fondo y no a resultados poco sostenibles

* Economista Cespa-FCE-UBA

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