› Por Javier Lewkowicz
Diego Borja es un exponente del nuevo pensamiento económico latinoamericano. Fue ministro de Economía y presidente del Banco Central de Ecuador bajo la presidencia de Rafael Correa. “El verdadero problema de Europa no es la salida del euro, sino la salida del neoliberalismo, y eso no se está discutiendo en la actualidad”, explicó, en diálogo con Cash, invitado a Buenos Aires por el Cefid-Ar. Es coordinador regional del proyecto de la Nueva Arquitectura Financiera y de políticas económicas del ALBA, y sostiene que la integración regional, en el marco de la visión política que hoy predomina en América latina, puede crear herramientas de impulso al desarrollo. Plantea una agenda concreta con objetivos de corto, mediano y largo plazo, opuesta al neoliberalismo. Sistemas de compensación de comercio en moneda local, Banco del Sur, Fondo de Reservas y, eventualmente, una moneda común, son sus propuestas.
¿La falta de regulación financiera y el esquema institucional de Europa provocaron la crisis o las razones tienen un carácter más estructural?
–No es una crisis coyuntural. No es financiera ni europea. Se trata de una crisis muy profunda. Una crisis del sistema del capital en general, que se expresa por el lado financiero. La cuestión de fondo es el sistema de regulación del capital y es la acumulación, porque hay crisis en la base tecnológica, en la matriz energética y en el sistema de incorporación al mundo del trabajo, que muestra tasas de desempleo del 25 por ciento, y mayor al 50 por ciento en los jóvenes. Entonces es una crisis generalizada. Su expresión en el mundo financiero es fenoménica, porque su base no está ahí. Por lo tanto, no se va a resolver a partir de medidas financieras coyunturales.
¿Se podría alcanzar la salida con una respuesta expansiva de tipo keynesiana, como sucedió en la segunda posguerra?
–No creo que la solución venga sólo a través de medidas coyunturales orientadas a cierta recuperación del crecimiento. También debe haber respuestas más profundas. Me refiero a la modificación de la matriz tecnológica en general, que permita dar soluciones a problemas de “productividad”, pero sobre todo a los problemas laborales, y de la matriz energética, porque un mundo consumiendo combustibles fósiles o energía atómica puede generar crisis ambientales y económicas muy profundas.
¿La salida de la Zona Euro de los países más comprometidos de la periferia europea es la solución para Europa?
–En el caso europeo, el problema fundamental no es la discusión sobre la salida del euro. Creo que hay países que probablemente tengan que salir del euro, como Grecia. Pero el verdadero problema de Europa es la salida del neoliberalismo, y eso no se está discutiendo. Porque si se sale del euro para continuar con medidas neoliberales, no habrá habido modificación alguna.
¿Cree que el armado institucional dificulta el tránsito de la crisis?
–Yo creo que no. Se podría tener un entramado institucional no centrado en el euro y sin embargo tener crisis. Es lo que sucedió en América latina. Aquí no teníamos una moneda común, pero sí teníamos un entramado institucional neoliberal que condujo durante décadas a crisis en la región. Europa tiene un problema derivado de la manera en que se configuró el euro, con la idea de restringir al conjunto de la economía y de la sociedad al objetivo monetario, pero el problema de fondo no es ése. El problema está en la conducción que configuró esa institucionalidad y en la que hoy intenta sostenerla con un paquete neoliberal que hace inviable la recuperación, porque reprime la demanda agregada de una forma brutal, poniendo incluso en riesgo la recuperación de los bancos alemanes.
Si el esquema institucional no es en sí mismo tan determinante, ¿considera que podría ser positivo tener una moneda única en la región, siempre que se sostenga con una lógica diferente de la neoliberal?
–El entramado institucional sí es importante, pero lo es más todavía el objetivo que se pretende lograr con el mismo. Europa debería configurar instituciones que le permitan salir del neoliberalismo, porque desde la perspectiva del ajuste, estabilización, disciplina, como plantea Angela Merkel, no hay manera. El problema financiero europeo se podría solucionar con una voluntad política diferente en dos días, si el Banco Central Europeo se hiciera cargo de las deudas y tratara al conjunto de la unidad monetaria como un todo. Es como si en Argentina las provincias salieran del peso cuando hay problemas.
¿Qué condiciones tiene que haber para una moneda única?
–Si hay unidad monetaria, tiene que haber unidad política que permita la cohesión. Por otro lado, y en relación con nuestra región, las lecciones para América latina tienen que sacarse a la luz de las diferencias históricas entre lo que fue la integración europea y lo que es la nuestra.
¿Cuáles son las diferencias?
–Varias, que hay que aprovechar en el medio de la crisis, que genera oportunidades. La región está creciendo, tiene reservas, fortaleza macroeconómica y tiene una visión de unidad política inédita. Unasur, Celac y el ALBA proporcionan un contexto sustancialmente distinto respecto de la situación europea, porque nos permite tomar acciones muy concretas de muy corto plazo y de largo plazo para fortalecer una institucionalidad de integración, pero no desde la perspectiva neoliberal. Otras iniciativas como el Banco del Sur, sistemas de compensación monetaria, el Fondo de Reservas, en América latina pueden avanzar. En ese contexto de integración concreta, podría haber en Sudamérica una moneda común. En términos de integración se pueden configurar escenarios de distinta velocidad, magnitud y profundidad.
¿De qué manera se podrían favorecer los países de la región con esas iniciativas de integración?
–La posibilidad de compensar en moneda local operaciones de comercio exterior daría margen de libertad a la autoridad monetaria en términos fiscales y monetarios. Un banco de desarrollo, por ejemplo, permitiría que la región cuente con una institución diferente del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo, que apoye iniciativas de desarrollo sin condicionalidad, donde las decisiones sean soberanamente definidas y sometidas a la autoridad democrática, cosa que hoy no hay en Europa, donde vemos una erosión de la democracia. Además, la región acumuló reservas por casi medio billón de dólares y siguen siendo manejadas bajo un esquema neoliberal, porque están invertidas en bancos extranjeros, en los mismos epicentros de la crisis, poniendo en riesgo esos activos. En cambio, no son utilizadas para movilizar la inversión en la región.
Argentina utiliza parte de las reservas para pagar la deuda. ¿Está de acuerdo?
–Por supuesto, en Ecuador lo hemos hecho. Como presidente del Banco Central tuve el honor de haber modificado ese concepto disfuncional para nuestras economías de que las reservas tienen que estar depositadas en un banco extranjero ganando una tasa de interés mínima, en el caso nuestro de 0,4 por ciento, mientras el endeudamiento tenía un costo de entre el 7 y el 8 por ciento. Reciclar ese ahorro nacional de una forma diferente, en condiciones de seguridad y rentabilidad, es de sentido común y de sentido económico. Sin embargo, nosotros también hemos utilizado las reservas para temas de vivienda, crédito productivo a productores agrícolas e infraestructura del Estado.
En Ecuador la moneda de curso legal es el dólar. ¿Utilizar reservas en inversión productiva podría generar en la economía local algún tipo de desequilibrio cambiario?
–La dolarización añade una restricción a la política económica, porque deja de existir la política monetaria. En cambio, Argentina también tiene política monetaria propia, la emisión, el margen de libertad es mucho mayor.
Está la idea sumamente instalada de que la emisión se traduce automáticamente en inflación y que no genera efectos reales.
–Ese es un resabio de los modelos de Metas de Inflación conducidos por el FMI como justificación teórica para otros objetivos económicos y políticos. Hay que poner las barbas en remojo de todo eso. Hay economías que en determinado momento requieren de crecimiento, y si eso conduce a una inflación, será así.
La integración en Europa representa hoy la cristalización de los intereses del sector industrial y financiero, sobre todo de Alemania. ¿Podría la hegemonía brasileña replicar de algún modo esa situación?
–Creo que la unidad en Europa se dio bajo condiciones históricas particulares. Los primeros acuerdos en la posguerra tuvieron lugar en el contexto de la Guerra Fría, y Europa era el patio más cercano a esa delicada situación geopolítica. Su proceso de integración estuvo muy marcado por eso. Las condiciones de América latina son distintas. Ni Alemania es Brasil, ni América latina es Europa. Alemania es un país bastante cohesionado, incluso luego de la unificación. Eso no sucede en Brasil, que tiene una zona sur desarrollada y el norte pobre, situación que también se da al interior de las propias ciudades. Son condiciones totalmente diferentes y por tanto la modalidad en que Brasil cumple un rol hegemónico también lo es.
¿Por qué cree que en el Cono Sur no han mostrado avances significativos mecanismos de integración como la compensación en moneda local, el fondo de reservas o el Banco del Sur?
–El Fondo de Reservas y el Banco del Sur estaban en la agenda en agosto del año pasado. Si no han prosperado es porque no hay voluntad política, porque las condiciones económicas están dadas. Creo que en general hay una recomposición de las fuerzas de la vieja arquitectura financiera que intenta parar estas nuevas iniciativas
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