› Por Maximiliano Montenegro
Inadmisibles
“Son presiones
inadmisibles”, bramó días atrás Roberto Lavagna.
En apariencia, se había enojado porque en la tapa del diario La Nación
se decía que el Gobierno compensaría a los bancos por los amparos,
emitiendo bonos por un monto de 2400 millones de dólares. En declaraciones
radiales, el ministro interpretó el titular como un apriete de los banqueros
y exageró hasta el ridículo su enfado, suspendiendo la reunión
que tenía prevista ese día con ABA (Asociación de Bancos
de la Argentina) para discutir el tema.
Antes que preocupación, el supuesto desplante de Lavagna despertó
sonrisas entre los ejecutivos de los principales bancos privados. Aquella cifra
es apenas un bocado en el menú de pagarés que el ministro entregará
a los bancos, después de haber accedido a todos sus reclamos.
El Estado ya emitió Boden 2012 por 9500 millones de dólares –unos
31.300 millones de pesos– para compensar a las entidades financieras por
la pesificación asimétrica (la diferencia entre los créditos
pesificados 1 a 1 y los depósitos pesificados a 1,40) y los préstamos
contraídos por los bancos con acreedores del exterior (por la diferencia
entre 1 peso y el dólar libre).
Pero, además, Lavagna se comprometió en la Carta de Intención
firmada con el FMI a emitir más bonos para resarcir a los bancos por
otros 5060 millones de dólares, en concepto de los siguientes items:
-Créditos con el exterior de filiales de bancos extranjeros radicados
en el país: 7800 millones de pesos.
- Indexación asimétrica (la diferencia entre ciertos créditos
que se ajustan por el CVS y todos los depósitos pagan el CER): 3800 millones
de pesos.
- Amparos (diferencia entre 1,40 más CER y dólar libre): 5100
millones de pesos.
En todos estos puntos, durante las discusiones que se dieron el año pasado,
el Ministerio de Economía había rechazado las exigencias de los
banqueros, con el argumento de que pretendían demasiado de un Estado
exhausto. En especial, las entidades extranjeras, que habían esquivado
la responsabilidad de capitalizar a sus filiales para responder a los ahorristas.
Sin embargo, la carta magna suscripta con el Fondo, que el Gobierno deberá
cumplir a rajatabla demuestra que, en silencio –sin titulares de los diarios
que lo anunciaran–, cedió a todas las exigencias. Semejante concesión
es difícil de defender para un funcionario que sigue firme del lado del
mostrador adecuado. Por ejemplo, así como la pesificación de créditos
locales no excluyó a las empresas exportadoras con ingresos dolarizados,
redundando en un subsidio escandaloso, la compensación por los préstamos
externos de los bancos abarcó incluso a aquellos créditos tomados
por las filiales con sus propias casas matrices, es decir, sus autopréstamos.
Página/12 publicó que, durante el 2001, los bancos extranjeros
retiraron del país unos 7000 millones de dólares para cancelar
créditos con sus propias matrices. Ahora, el Estado les pagará
la diferencia al tipo de cambio libre por lo que les resta girar.
Otro ejemplo: el Gobierno aceptó abonar a los bancos por la llamada indexación
asimétrica, pero de aplicarse el CER a los créditos hipotecarios
de vivienda única la morosidad hubiera estallado, por lo que el CVS es
un buen mecanismo para mejorar la cobrabilidad de las carteras.
En cuanto a los amparos, hasta fines del año pasado los funcionarios
de Lavagna consideraban “inaceptable”, porque estimaban que las entidades
podían responder solas, siempre que las decisiones judiciales se distribuyeran
en el tiempo y no afectaran su liquidez. Pero, tal vez persuadido por Anoop
Singh, lo cierto es que el ministro aceptó. Dicho sea de paso, como confesó
el ex ministro Jorge Remes Lenicov, los más interesados en la pesificación
de los préstamos fueron los propios bancos, conscientes de que jamás
podrían cobrar en dólares a gente que toda su vida percibirá
sus salarios en pesos.
Así, contablemente las entidades financieras no perderán un solo
dólar con la devaluación. En total, el Estado se comprometerá
a desembolsar unos 14.500 millones de dólares durante los próximos
10 años. Si el Estado podrá afrontar con la recaudación
tributaria semejante deuda, nadie lo sabe, porque equivale casi al presupuesto
nacional de un año. Pero sí es claro la escala de prioridades
de un Estado tan reacio a abrir la billetera para otras áreas: a los
valores actuales, dicho monto equivale a 32 años de planes Jefas y Jefes
de Hogar; a 4 años de los gastos totales de Nación y Provincia
en educación; o a 102 años de inversiones en ciencia y tecnología.
Un párrafo aparte merece la probable redolarización de depósitos
todavía atrapados en el corralón. Después del fallo de
la Corte en favor de San Luis, en los últimos días, los bancos
redoblaron las presiones para que el Estado se hiciera cargo de la diferencia
cambiaria mediante un bono compulsivo. Teniendo en cuenta la “doctrina”
de la política económica del duhaldismo y las condiciones del
FMI, no hace falta ser un profeta para adivinar quién asumirá
la factura.
Petrodólares
Durante todo
el año pasado, Lavagna amenazó a las petroleras con aplicarles
la ley penal cambiaria si no ingresaban al país las divisas cobradas
por sus exportaciones. Por un decreto de Carlos Menem del año ‘90,
las petroleras fueron autorizadas a dejar en el extranjero el 70 por ciento
de sus dólares. Sin embargo, el equipo de Lavagna interpretó que
la Ley de Emergencia Económica, de marzo de 2002, invalidaba el decreto
y por lo tanto debían liquidar la totalidad de sus ventas en Argentina.
Para ello, se solicitó un pronunciamiento al Banco Central y dos dictámenes
al procurador general del Tesoro, que avalaron esa perspectiva jurídica.
No hay país subdesarrollado que se dé el lujo de mantener un esquema
de tipo de cambio libre sin posibilidad alguna de controlar la oferta de divisas
en el mercado cambiario. En especial, si la provisión de dólares
está muy concentrada en un producto o sector. Para mencionar el caso
paradigmático de la economía liberal, en Chile una corporación
estatal continúa administrando las exportaciones de cobre. En Argentina
sería descabellado estatizar la pampa, pero no suena alocado que las
exportaciones de petróleo y derivados ingresen al país, sobre
todo porqueson el segundo rubro de ventas al exterior detrás de los cereales
y aceites.
No obstante, el 27 de diciembre pasado, el presidente Duhalde firmó un
decreto que ratifica el decreto de Menem: “... la conveniencia de desarrollar
una sana política en materia de hidrocarburos aconseja permitir la libre
disponibilidad de una parte de las divisas provenientes de la exportación
de esos productos...”, argumenta. “Una parte” es el 70 por ciento.
En las últimas semanas, el titular del Banco Central, Alfonso Prat Gay,
envió dos cartas a Lavagna, solicitando instrucciones sobre la liquidación
de las divisas petroleras. Prat Gay quiere resguardarse legalmente: es consciente
de que el decreto de Duhalde viola la Ley de Emergencia, considerando los dos
dictámenes del procurador. Pero, además, no cree que sea sano
para la administración de la política cambiaria que las petroleras
puedan dejar sus dólares en el exterior.
Un estrecho colaborador del ministro, que no está de acuerdo con el decreto,
dice que fue obra del jefe de Gabinete, Alfredo Atanasof, y del secretario de
la Presidencia, José Pampuro. Según esa versión, Lavagna
no quiso entrometerse porque el acuerdo con las petroleras incluiría
aportes monetarios para la campaña bonaerense del ala política
del Gobierno.
Sea como fuere, con el decreto, Lavagna resignó una carta clave en la
negociación por los precios de los combustibles en el mercado local.
Por eso, debió salir desesperado a amenazar con aplicar retenciones del
100 por ciento a las exportaciones del sector, si las empresas trasladaban la
suba del petróleo a los surtidores. Y, con lo justo, logró anudar
un precario acuerdo que expirará a fin de mes, tal vez en medio de la
guerra.
Panamá y después
La concesión
a las petroleras se vincula con otro decreto firmado también en la víspera
del Día de los Inocentes. Se trata de la creación del Fondo Fiduciario
para la Reconstrucción de Empresas, un traje a medida para un puñado
de empresas periodísticas y una prestadora de medicina prepaga, que conseguirían
así un seguro de cambio para las deudas que contrajeron en dólares
con acreedores extranjeros. El Fondo debía constituirse con el aporte
a préstamo de las petroleras (en particular, Repsol-YPF), unos 350 millones
de dólares. Hubo una larga discusión sobre dónde poner
el dinero. Las multinacionales no quería colocarlas en Argentina –porque
las calificadoras de riesgo castigarían sus balances–; en el Banco
Nación Nueva York no había forma de sortear las regulaciones de
la Reserva Federal para un país en default, y finalmente se decidió
que lo mejor era la sucursal del Nación en Panamá. Sin embargo,
como el Gobierno no puede otorgar garantías sobre el depósito,
hasta hoy, las petroleras se hicieron las distraídas. Y dentro del propio
equipo de Lavagna aseguran que, para no seguir cargando la mochila del Estado,
lo mejor sería que el Fondo no se constituyera durante la administración
Duhalde.
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