› Por Javier Lewkowicz
Desde Beijing
China festejó dos semanas atrás un nuevo aniversario de la creación de la República Popular, que inauguró en 1949 el comunismo en el país asiático bajo el liderazgo de Mao zedong, tras dos décadas de lucha interna. La economía china, si bien mantiene un fuerte grado de planificación estatal, es hoy distinta de la que llevó adelante Mao, aunque la apertura económica, el crecimiento y la acumulación de capital en los últimos años no habrían sido posibles sin el avance educativo y de reducción de la pobreza que se produjo en los primeros treinta años de la Revolución, cuando la esperanza de vida se duplicó de 32 a 65 años y la tasa de alfabetización subió del 15 al 80-90 por ciento. En la actualidad, China es una economía de mercado con fuerte presencia estatal en sectores clave, disponibilidad casi ilimitada de fuerza de trabajo que mantiene los salarios en niveles bajos y una inequidad creciente en la distribución del ingreso. El país asiático no crece a partir de su comercio exterior, sino que lo hace traccionado por la demanda interna, en especial por la inversión pública.
“Socialismo de mercado con particularidades chinas.” Así definió al nuevo modelo de economía de mercado Deng Xiaoping, líder de la transición luego de la muerte de Mao, en 1977, que estuvo a cargo del gobierno chino durante 27 años. Deng planteó la necesidad de encarar la modernización en cuatro grandes sectores: agricultura, industria, defensa nacional y ciencia y tecnología. El primer paso lo dio con la agricultura, a partir de la ruptura de la propiedad colectiva de la tierra. Desde mediados de la década del ’80, en la economía urbana comenzó a establecerse una organización mercantil de la producción y el sistema de precios. A la vez, la operatoria de las empresas públicas se separó del control directo gubernamental, y comenzó a primar allí la lógica de la rentabilidad económica. Para controlar el crecimiento de la población, se instaló el control de natalidad que hoy sigue vigente.
El contexto internacional era de un renovado liberalismo económico y de ataque al Estado keynesiano, movimiento encabezado políticamente por Margaret Thatcher en Inglaterra y Ronald Reagan en Estados Unidos. El equilibrio en la relación de fuerzas que a Deng le permitió llevar a cabo las reformas fue logrado a partir del apoyo de la burocracia política, sector al que no afectó ya que mantuvo el esquema de partido único.
Desde 1978, cuando comenzaron las reformas económicas, el PBI de China se multiplicó más de 13 veces medido en dólares constantes según el Banco Mundial, y el Indice de Desarrollo Humano de ONU creció un 30 por ciento, desde 0,53 hasta 0,77. Acompañó a ese proceso un fuerte flujo de migración interno desde el campo a la ciudad. El peso del sector agrícola en el PIB cayó de 40 a un 10 por ciento, mientras que los servicios se incrementaron desde un 6 al 36 por ciento y la industria, del 20 al 55 por ciento.
Según datos de Unicef, la población de China que vive con el equivalente a 1,25 dólares al día o menos, valor que define la línea internacional de la pobreza, bajó del 85 por ciento en 1981 al 16 por ciento en la actualidad, son más de 200 millones de personas. La población con mayor grado de privación de riqueza material se encuentra en las áreas rurales.
Con la apertura, uno de cuyos símbolos fue el ingreso de China a la OMC en diciembre de 2001, el peso del comercio exterior (suma de exportaciones e importaciones) pasó de 9,8 por ciento del PIB en 1978 a cerca del 65 por ciento en la actualidad. Las ventas al exterior representaron, en el pico de 2008, un 40 por ciento del PIB. Sin embargo, esas operaciones implicaron un 17,5 por ciento del valor agregado total. Esa diferencia se explica porque China ingresó en las cadenas globales de valor en la fase de ensamblaje, para abaratar costos aprovechando el bajo costo laboral. Sin embargo, cabe resaltar que en los últimos años China es cada vez más relevante como lugar de realización de actividades de investigación y desarrollo de parte de las firmas. El valor agregado de sus exportaciones, en buena medida compuestas por electrónicos, ha crecido.
La importancia del comercio exterior no implica que China crezca en función de sus exportaciones. De hecho, el superávit comercial llegó a un máximo antes del estallido de la burbuja sub-prime al 10 por ciento de la demanda total, mientras que el otro 90 por ciento del producto se explicó por demanda interna, que es la principal tracción de la economía china, especialmente a través de la inversión pública. El consumo privado, en cambio, ocupa un papel secundario y muestra una caída continua desde comienzos de los ’80, cuando representaba un 52 por ciento de la demanda agregada, hasta el 34 por ciento en la actualidad. El movimiento inverso registró la inversión, en particular la realizada por el sector público.
La conjunción entre una inversión muy dinámica y el consumo privado relativamente relegado puede darse porque la economía tiene un fuerte grado de planificación, es decir que la decisión de invertir no se moviliza a partir de las expectativas de los empresarios de poder vender más, como sucede en una economía de mercado, sino que parte de una decisión estratégica del Estado. El excedente que obtiene el Estado a partir de la venta al mundo de productos con un esquema de producción de mano de obra barata y de los ingresos de inversiones en el exterior es utilizado tanto en la mejora de la productividad, como en la provisión de bienes públicos para la satisfacción de necesidades que no se cubrirían con los ingresos personales actuales en una economía liberalizada.
Según un reciente informe de la Unctad en base a datos de 2008 del Bureau de Estadísticas Laborales de los Estados Unidos, el salario promedio por hora de un obrero industrial es en China de 1,36 dólares. En Japón ese valor es de 32 dólares, en Corea, 16,6; Taiwán, 8,36 y Filipinas, 1,90 dólares. En Argentina es de 12,7 dólares, por encima de Brasil (10,1) y México (6,2 dólares).
La productividad laboral en la industria china creció a un promedio anual del 10 por ciento entre 1991 y 2008, en función de la inversión y la mejora en la capacitación de la mano de obra, junto a la tecnología incorporada por las empresas multinacionales. Aun así, los salarios permanecieron bajos en función de una oferta de trabajo casi ilimitada.
De todos modos, los analistas advierten que los salarios industriales en China comenzaron una fase de crecimiento. Esto tendría que ver con la reducción en la tasa de aumento de la oferta de trabajo por un menor ritmo de migración del campo a la ciudad. Además, en 2008 se estableció una nueva legislación laboral que estipula un salario mínimo, permite que los trabajadores se organicen en forma activa para luchar por sus condiciones laborales y dificulta el despido al aumentar la indemnización.
Las reformas económicas favorecieron la acumulación de capital y la reducción de la pobreza, aunque incrementaron la desigualdad. En su último informe sobre comercio y desarrollo, la Unctad muestra que desde la segunda mitad de los ’80 la brecha de ingresos entre el campo y la ciudad comenzó a crecer, al igual que la inequidad hacia el interior del agro y de las ciudades, a medida que los salarios se fueron volviendo más heterogéneos a partir de la lógica del mercado. El coeficiente de Gini, que refleja mayor grado de equidad cuanto más cerca está del cero y de inequidad cuando tiende a uno, pasó de 0,27 en 1984 a 0,47 en 2009.
La desigualdad se refleja en la segmentación de los mercados. En Beijing algunas tiendas presentan precios muy bajos (incluso para el bolsillo argentino) para el consumo obrero, mientras que tiendas de lujo con las primeras marcas del mundo y modelos exclusivos captan a ejecutivos de las multinacionales y de las empresas públicas. Del mismo modo, en la zona de los hoteles y oficinas más lujosas conviven modernos edificios con construcciones bajas al estilo del realismo soviético bastante deterioradas. En Beijing no se observa marginalidad ni personas durmiendo en la calle o pidiendo dinero para comer.
La porción de riqueza que se apropia el 1 por ciento más rico de la población subió del 2 al 6 por ciento, aunque sigue siendo bajo en términos internacionales. La evolución de China en este aspecto no escapa de la tendencia global al aumento en la inequidad, que se manifiesta con más crudeza en muchos países desarrollados desde fines de los ’70. Los dos ejemplos más claros de esa tendencia son Estados Unidos y el Reino Unido, donde el 1 por ciento más rico se apropia del 20 por ciento y del 15 por ciento del ingreso, respectivamente. En la Argentina, ese valor es del 15 por ciento aproximadamente según la Unctad
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