Dom 20.01.2013
cash

“Es un mito...”

› Por Arturo H. Trinelli *

Eduardo Crespo no sólo conoce la realidad económica brasileña por ser un académico argentino preocupado por el desarrollo: reside allí desde hace años. Profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro, su doble condición de economista y politólogo hace de sus enfoques un desafío permanente al saber convencional, que entiende a la economía como disciplina ajena a la política. Estuvo recientemente en Buenos Aires invitado para una serie de conferencias y Cash aprovechó la visita para conocer su balance de año del principal socio comercial de la Argentina, repasar su trayectoria reciente, las perspectivas de reactivación para 2013 y desmitificar algunas características de la política económica brasileña, muchas veces tomada como ejemplo a seguir.

–¿Cómo terminó Brasil el 2012?

–El año económico fue bastante malo. Se esperaba para fin de 2012 una leve recuperación, que no se verificó. Desde que Dilma asumió, en 2011, primero hubo una suba de la tasa de interés, luego la bajaron, pero con fuerte ajuste fiscal durante todo ese año, que prosiguió el siguiente. La inversión pública se desmoronó, y eso arrastró buena parte del gasto privado, básicamente inversión. Se devaluó un poco la moneda, aunque las exportaciones subieron un 5 por ciento en 2011 y cayeron en 2012. La economía pasó de crecer a un 7,5 por ciento en 2010 a cerrar 2012 en uno por ciento.

–¿Por qué se desaceleró?

–Creo que el principal argumento es la política fiscal conservadora. En los últimos meses Brasil viene sacando algunas medidas de estímulo, como por ejemplo disminuir la presión impositiva sobre la actividad privada. Yo creo que eso no va a funcionar, porque sacar impuestos no garantiza por sí sólo un aumento de la inversión privada.

–¿Qué papel cumple en la inversión la burguesía paulista?

–San Pablo es el estado neoliberal de Brasil. Ahí es donde más le cuesta entrar al PT. Es donde más se ve la influencia del neoliberalismo. Esta idea de que hay una burguesía paulista que impulsa un proceso de desarrollo creo que es totalmente equivocada.

–¿No hay burguesía nacional?

–La burguesía nacional en Brasil fue cómplice del desmantelamiento del Estado. Básicamente los militares fueron los que impulsaron las últimas políticas desarrollistas relevantes, no los empresarios. Se necesita una burocracia estatal con estas ideas y esta visión. Cuando llega la democracia, el lobby militar se debilita y el lobby civil empieza a ser cada vez más permeable a las influencias neoliberales. Lo de la burguesía nacional en Brasil es un mito.

–Muchas veces se critica la falta de liderazgo de Brasil en el Mercosur.

–En primer lugar, se necesitaría que el país líder tuviera una política definida orientada al crecimiento sostenido de largo plazo. Eso hoy Brasil no lo hace: no es la locomotora del Mercosur. Durante la última década registró un crecimiento promedio menor que el resto, y tiene superávit comercial con sus socios del bloque. Esa macroeconomía brasileña le pone una restricción muy grande al Mercosur. A eso hay que agregarle que no existe ningún tipo de compensación: es el país más competitivo por lo menos en los productos industriales, y no existen políticas compensatorias para los socios menores. Definitivamente, Brasil no ejerce un liderazgo.

–¿Es porque prioriza la relación con los BRIC?

–No, por la vía económica los esfuerzos remiten a mantener las reglas de juego y un esquema general. Pero no hay una vocación de crecimiento como la que sí existía en Brasil en la década del ’70. Eso traba bastante la evolución del Mercosur.

–¿Podría pensarse entonces que se sobreestima a Brasil?

–Totalmente. En Argentina no se entiende lo que es Brasil. Es un mito la idea del Brasil pujante y poderoso, que quizás remite a cierto ideario desarrollista cuando en los ’70 efectivamente Brasil estaba experimentando un crecimiento cercano al 10 por ciento por año. Era una China, digamos. Desde 1930 hasta 1980 fue, junto a Japón, el país de mayor crecimiento. Por ejemplo, San Pablo en esa etapa pasó a ser una ciudad moderna con casi la mitad de la población argentina. Ese Brasil se acabó.

–¿Qué se prioriza actualmente?

–Desde la crisis de la deuda externa y el retorno de la democracia se impuso un neoliberalismo un poco más civilizado que el que tuvimos acá con Menem. No se les fue tanto la mano: Petrobras no se privatizó, como sí nuestro país privatizó YPF. No fue un desmantelamiento completo como en el caso argentino. Por eso, a diferencia de Argentina, Brasil no quebró. Eso explica la emergencia de un audaz como Kirchner, dispuesto a revertir la situación. En Brasil, Lula llega a un esquema que no se desmoronó completamente. De hecho, el plan real todavía está ahí, con sus metas. El neoliberalismo allá no se fue por la puerta de atrás como en la Argentina. No se lo interpreta como un fracaso rotundo como el que sí se entiende que ocurrió en Argentina, más allá de que Macri u otros dirigentes actualmente busquen reflotarlo.

–En Brasil el neoliberalismo no fue tan destructivo.

–Sí, de hecho, el Plan Bolsa Familia empieza antes de Lula. Incluso, el 20 por ciento más pobre de la población brasileña mejoró con ese neoliberalismo, no le fue tan mal. No fue como en la Argentina, que produjo una pauperización de los sectores de bajos ingresos. Por eso este esquema tiene un consenso muy grande que no es fácil revertir del todo. Como no fue tan destructivo, preserva algunas de las estructuras creadas por el desarrollismo. Por ejemplo, pueden tener un tipo de cambio muy apreciado, pero el BNDS sigue generando condiciones para que las empresas tengan una enorme competitividad, por financiamiento barato, por una serie de reglas de juego, etc. Es decir, el aparato estatal no fue ciento por ciento desmantelado como en Argentina. Pero también es cierto que cuando surgieron gobiernos populares como el de Lula, no se pudo ir tan a fondo en ciertos temas como acá.

–¿Cuánto influyó la desaceleración brasileña en la Argentina?

–Mucho. A la Argentina en realidad lo que se le “cayó encima” fue Brasil. De todas maneras, yo creo que nuestro país estaría en condiciones de crecer este año un 4 o 5 por ciento. De hecho, no tiene grandes problemas estructurales que le impidan crecer a ese ritmo, que en el contexto actual sería muy bueno. No está endeudado en dólares, tiene reservas, la cuenta corriente no es aún negativa y los precios internacionales de los productos que el país exporta todavía son muy elevados. El único inconveniente que le veo, a diferencia de otros países en la región, es la dificultad de colocar títulos en pesos a tasas razonables.

–¿Entonces no hay nada que implique que este año sea delicado, como advierten algunos economistas?

–Para nada. Brasil probablemente tenga alguna recuperación si aumenta su gasto público, y de esa forma se reactivará la industria automotriz. Y la cosecha argentina seguramente será mayor.

–¿Qué efectos pueden esperarse de la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central?

–Sin dudas ha sido una de las grandes medidas de los últimos tiempos. Ningún Banco Central puede ser “independiente”. ¿Independiente de quién? Me parece que lo ideal sería crear algún instituto financiero de desarrollo público, como es el BNDS en Brasil. Sería el próximo paso.

–Algunos desde la ortodoxia relativizan el nuevo esquema macroeconómico argentino a partir del 2003, del que sólo destacan que se favorece por el “viento de cola”. ¿Cuáles serían los rasgos más distintivos de esta etapa?

–Para mí el principal cambio estructural que se está dando es un enorme desendeudamiento. Macroeconómicamente hay un esquema diferente al de años anteriores: los problemas de balanza de pagos ya no son por endeudamiento. La crisis financiera internacional nos pasa por el costado. Puede haber algún inconveniente coyuntural, pero este esquema no se desmorona como antes. Las dificultades se originan en la cuenta corriente cuando ésta no es superavitaria, pero esto es mucho más que una mera “postconvertibilidad”, como algunos denominan a esta etapa. Entiendo que hay margen para continuar con transformaciones estructurales.

–¿Como cuáles?

–Crear un banco de desarrollo, una industria de bienes de capital nacional. Es decir, podemos financiarnos internamente y con el Estado asumiendo un mayor protagonismo. Repito, en las actuales condiciones yo creo que se podría crecer entre 4 o 5 por ciento, y a partir de ahí empezar a encarar estas transformaciones

* GEENaP

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