Dom 29.09.2013
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DESARROLLO, CIENCIA Y TéCNICA, ESTADO Y SECTOR PRIVADO

Universidades y gestión de la tecnología

Las universidades están dejando atrás la “edad de la inocencia” con la decisión de involucrarse en el proceso de transformación de la matriz socioeconómica y el desarrollo de capacidades institucionales para la gestión de tecnología.

› Por Diego Hurtado *

El cambio de paradigma político que se inició en 2003 alentó a muchas universidades a profundizar su orientación hacia la construcción de competencias tecnológicas capaces de responder a las demandas propias de un proyecto de país industrial. Y, como corolario, de acompañar a un Estado decidido, por un lado, a ocupar el lugar que deja vacante un sector empresarial con hábitos rentísticos y poco innovadores y, por otro lado, a provocar –disciplinando e incentivando– una reorientación de esta “cultura empresarial”.

Si se completara este ciclo de resignificación del rol de las universidades se habría dado un paso crucial en lo que el historiador de la economía Joel Mokyr caracteriza como “la complementariedad básica entre la creación y difusión de nueva tecnología y los factores institucionales que permiten que este conocimiento sea aplicado, se transforme en rentable y conduzca a la expansión económica”.

En la retórica oficial de los años noventa, se habló de la necesidad de involucrar a las universidades en el “mundo de los negocios”. La diferencia radical es que en la Argentina actual las universidades públicas forman parte de un Estado que interviene para promover la transformación de la estructura económica y equilibrar las “imperfecciones” del mercado a favor, por ejemplo, de la desmonopolización y de la inclusión de nuevos actores. La capacidad de las universidades para producir, gestionar y distribuir conocimiento “útil” es clave en esta historia.

Ahora bien, el conocimiento útil no es de libre circulación. O se compra (muy caro) o se desarrolla. Acceder al conocimiento útil –en general en la forma de tecnología– es el gran problema de nuestra región. La competitividad, el trabajo calificado, la resolución de problemas básicos de salud, transporte o energía dependen de la capacidad de un país de acceder –con autonomía– a las tecnologías que necesita su modelo de desarrollo. Así, si bien la brecha entre países centrales y periféricos es primariamente una brecha tecnológica, también es una brecha institucional. Son sus instituciones –entre ellas, las universidades– las responsables de asegurar el acceso al conocimiento y los recursos humanos estratégicos.

Las universidades de América latina asimilaron una lección traumática: no es lo mismo gestionar tecnología que gestionar investigación científica internacionalmente prestigiosa. Esta última no suele competir en el mercado. Mientras la ciencia transcurre en un “aséptico laboratorio”, sostenía en los años setenta Jorge Sabato, uno de los tecnólogos más influyentes que tuvo nuestro país, el “proceso social del desarrollo tecnológico” transcurre “en un espacio de intereses contrapuestos”. Los actores que participan del “drama tecnológico”, explicaba Sabato, son “políticos, empresarios, obreros, burócratas, científicos, tecnólogos, consumidores, etc.”.

Por eso el Conicet brilla, porque históricamente gestionó ciencia prestigiosa. Por eso el acuerdo de YPF con Chevron o la central nuclear Atucha II generan en la oposición política confrontación y desconfianza. Con emprendimientos como Y-Tec, hoy el Conicet, igual que las universidades, enfrenta el desafío de agregar a la ciencia de excelencia –indudablemente necesaria– los eslabones ausentes en la cadena de valor que hará posible producir conocimiento perentorio para el desarrollo social y económico del país.

Mientras que la ciencia internacionalmente prestigiosa se financia con subsidios y becas, en la tecnología son necesarios, además, los acuerdos de propiedad intelectual, la conformación de consorcios, los convenios de asociación o prestación de servicios, la contratación de personal idóneo, los planes de negocio o los estudios de mercado. Por eso también intervienen bancos, fondos de inversión, capital de riesgo, o estudios jurídicos. Este es el nuevo entorno de producción de conocimiento de nuestras universidades.

Asociadas al complejo público de ciencia y tecnología, las universidades son hoy las únicas instituciones que tienen la capacidad de construir entornos de gestión del conocimiento y de formación de tecnólogos y científicos –sociales y naturales– para apuntalar un proyecto de transformación de largo plazo. Como rasgo novedoso de identidad, este nuevo rol de las universidades –que también buscan ocupar el espacio que dejan vacante los hábitos poco innovadores del sector empresarial– está en pleno proceso de despliegue.

La Universidad Nacional de San Martín, que cumplió 20 años en 2012, es un ejemplo de este proceso. Comparte dos institutos con CNEA –uno enfocado en tecnología de nuevos materiales y el otro en tecnología nuclear–, un instituto de biotecnología con Conicet y otro de calidad industrial con INTI; integra el Polo Tecnológico Constituyentes con CNEA, INTI, Citedef, INTA y Segemar. En los últimos cuatro años sumó ocho carreras de ingeniería y, en asociación con CNEA y Conicet, creó el Instituto de Tecnologías de Detección de Astropartículas.

Una línea novedosa de financiamiento para desarrollo tecnológico promovida por el Ministerio de Ciencia fueron los Fondos Argentinos Sectoriales (Fonarsec). Para aplicar a este programa, una institución pública debe ser capaz de conformar previamente un consorcio público-privado, figura jurídica que alude a la asociación con empresas. Desde algunos sectores se auguraba el fracaso de este programa, dado que se proponía superar una debilidad histórica al promover el compromiso de empresas, a riesgo, con el desarrollo endógeno de tecnología. La Unsam, asociándose con otras instituciones públicas, logró integrar nueve empresas y obtuvo hasta la fecha cinco de estos programas de un total de alrededor de cuarenta.

La tecnología también es imprescindible para muchas actividades que involucran al arte. Fue un grupo interdisciplinario de restauradores, historiadores del arte, técnicos, ingenieros, físicos y químicos de esta universidad quienes restauraron el mural de Siqueiros o las doce Sibilas de la iglesia de San Telmo. Aquí también fue necesaria una serie compleja de compromisos formales para gestionar tecnología.

Finalmente, también se está consolidando en esta universidad un proyecto comunicacional, que incluye un área de producción audiovisual y el desarrollo de una medidora de audiencias. En este último caso, por ejemplo, el Programa de Análisis Social de la Ciudadanía Audiovisual Latinoamericana (Pascal), además de la medición de audiencias, se propone crear un entorno para la intervención de las ciencias sociales en el estudio de hábitos de consumo cultural. Este proyecto también involucra problemas de gestión de la tecnología y avanza sobre conductas empresariales rentísticas y poco innovadoras.

Atraídos por este entorno favorable a la producción de conocimiento, la Comisión Nacional de Actividades Espaciales instaló un laboratorio en el campus de la Unsam y la Fundación Argentina de Nanotecnología construyó el edificio para sus laboratorios y su incubadora de empresas. También el Instituto Antártico eligió este campus universitario para su nuevo edificio en construcción.

Actualmente, la universidad trabaja para perfilarse como un campus de innovación que se constituya en un distrito territorial con facilidades y recursos humanos que favorezcan el vínculo ente ciencia, tecnología y producción.

Esta lista heterogénea y no exhaustiva intenta esbozar los complejos procesos de construcción de nuevas identidades institucionales que atraviesan muchas universidades públicas argentinas. Estas transformaciones no se producen en el vacío. Ocurren en un campo de fuerzas donde existen intereses naturalizados. Así, las universidades –espacios del saber donde la prerrogativa de la autonomía en ocasiones fue sinónimo de “torre de marfil”– hoy son también campo de confrontación con los poderes fácticos.

En todo caso, este nuevo escenario es un indicio inequívoco de que las universidades están dejando atrás la “edad de la inocencia”. Con la decisión de involucrarse en el proceso de transformación de la matriz socioeconómica, el desarrollo de capacidades institucionales para la gestión de tecnología es tan estratégico como las propias tecnologías

* Secretario de Innovación y Transferencia de Tecnología de la Unsam.

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