Dom 29.09.2013
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ESFUERZO Y TALENTO

Innovadores y Messi

› Por Rodolfo Silveira

Lionel Messi es al fútbol lo que un emprendedor es a la sociedad global en la que vivimos. Ha transformado una habilidad natural, que sin duda otros muchos poseen, en una destreza profesional que lo destaca sobre esos otros que practican el juego más popular del planeta. Al igual que todos los botijas que nacemos por esta parte del mundo no creció en una sociedad de bienestar, ni se crió a los fondos del Tecnológico de Massachusetts, ni tuvo la oportunidad de pisar con su equipo del “baby” el Campus de Alto Rendimiento del Real Madrid. Supo, sin embargo, que poseía dos herramientas importantes: una pierna izquierda y una derecha, que unidas a un objeto redondo e inflado, podían hacer que con aprendizaje, práctica y sacrificio, lo transformaran en alguien con un diferencial que lo hizo único. Aprendió también que una debilidad, como lo era su escasa estatura, era posible transformarla en una de sus principales fortalezas.

Seguramente que sus acrobacias con el “útil” le bastaban para el lucimiento personal, pero él había elegido participar en un juego colectivo. Fue entonces responsable y generoso ya que esos once no son la suma matemática de diez más uno, sino una especie de combo sinérgico de diferentes capacidades y habilidades en el marco de un trabajo que: es de todos. Jamás menospreció las camisetas contrarias. Desde el momento en que el pitazo del juez inicia el juego, hay en la vereda opuesta otros “once Messis” que pretenden lo mismo que él. Sí, son once Messis, así como suena, porque la pasión por la pelota no está en el crack ni en el ídolo, sino que esa pasión es la que hizo que todos pisaran la cancha buscando un reconocimiento que les permita lograr un único objetivo: conseguir el gol que les haga ganar el partido.

El Lio (como los emprendedores) también descubrió que la posesión de la pelota –que tanto se parece a una idea– no alcanza. Que hay que saberla tratar, acariciarla bajo el pie y asegurarla. Moverla despacito como si fuera algo muy frágil y, en el momento justo, darle esa comba que nadie espera y que la pone en la cabeza del único delantero que había quedado sin marca en el área chica. Esa cosa que se balancea entre la novedad, el ingenio y el chispazo inesperado pero riesgoso, hace a la esencia de la creatividad que conduce al triunfo.

Todo eso que él demuestra en efímeros noventa minutos, tiene detrás cientos y cientos de horas de intenso trabajo (físico, psíquico, con o sin pelota), anónimo, sin prensa y sin visibilidad aparente. Largas charlas de vestuario analizando las propias debilidades y fortalezas. Escuchando al cuerpo técnico y viendo repetidas veces la misma jugada de aquel marcador que el próximo domingo tendremos enfrente. Y ni siquiera alcanza con eso. El gol tempranero que jamás estuvo en el libreto puede hacer que se nos derrumbe el planteamiento táctico. Y allí es donde un Messi puede hacer la diferencia. Hay que remarla para remontar un resultado adverso y eso exigirá bajar a buscar la pelota, multiplicarse en el mediocampo para impedir un nuevo avance del contrario y tener una “adaptabilidad al cambio”, que nos permita corregir sobre la marcha cómo se para el plantel ante esta nueva situación.

Exigirá que Lio fije los ojos en la pelota, que ignore el guadañazo mal intencionado que pretendió voltearlo, pero él sorteó con un movimiento sutil de sus piernas que casi nadie más lograría hacer, no caerse aunque la falta le dejó los tapones grabados en la canillera y que –en vez de pedir una amarilla– entregue un pase cruzado por ese resquicio imposible que dejó el defensa. Messi está casado con la pelota y le es absolutamente fiel. Allí está lo principal de su magia en este juego que requiere mucho más que virtuosismo: la juega con pasión. No existen títulos académicos que permitan otorgar un Doctorado a este exquisito del fútbol. Tampoco lo necesita. Y tampoco hace falta que sigamos escribiendo para intentar explicar por qué Messi es un emprendedor. Sólo digamos que patear al arco y errarle está dentro de lo previsto. Pero es seguro que si nunca lo intentamos, si no corremos el riesgo, jamás lograremos colocarla en el fondo de la red.

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