DISTRIBUCIóN DEL INGRESO
› Por Andrés Asiain y Lorena Putero
La teoría económica neoclásica, como otras corrientes mitológicas, posee sus propias deidades. Una de ellas es la productividad marginal del capital, cuya centralidad en esa corriente de pensamiento puede equipararse con la del Espíritu Santo en la teología cristiana. Los estudiantes de economía de las distintas universidades del mundo van conociendo de su existencia gracias a la lectura de las sagradas escrituras (por lo general, manuales norteamericanos comercializados por McGraw-Hill) o los sermones de profesores ya experimentados en el manejo de tan elevadas abstracciones.
La definición habitual de productividad marginal del capital señala que se trata del incremento en la producción que se origina al invertir una unidad más de capital manteniendo sin cambios los demás factores de la producción (trabajo y recursos naturales). Luego, el salomónico mercado libre se encarga de dar a cada factor lo que aporta al producto social, correspondiendo a los dueños del capital el equivalente a la productividad marginal de su factor por la totalidad del capital invertido.
De esta manera, la teoría legitima cualquier distribución del ingreso de una economía mercantil. Si las últimas décadas de apertura comercial y cambiaria permitieron en el mundo un brutal incremento de la parte del ingreso de que se apropia el capital en desmedro del trabajo, ello sólo estaría indicando una creciente productividad del capital. Si una corrida cambiaria obliga a subir las tasas de interés de una determinada economía, ello sólo refleja la mayor productividad de un capital vuelto más escaso por su fuga al exterior.
No hace falta señalar que una teoría tan conveniente a los dueños del capital goza de su favor, poniendo a disposición de su enseñanza y difusión todo el aparato académico bajo su influencia (que incluye, lamentablemente, muchas facultades públicas de Argentina). Ese poderoso respaldo la exime de responder inconvenientes preguntas sobre cómo puede realizarse su cálculo en un mundo terrenal donde máquinas, trabajo humano, insumos productivos y fuerzas de la naturaleza interaccionan en forma indivisible en el proceso productivo. Tampoco precisan dar precisiones sobre qué se entiende por capital, ya que tanto la máquina como el trabajo, como los insumos productivos y los recursos naturales son adquiridos por los empresarios mediante el dinero que conforma su capital invertido.
Hace ya muchos años, una discípula de Keynes, la economista británica Joan Robinson, había criticado la teoría neoclásica de distribución del ingreso. En su famosa controversia, indicó que la habitual asociación de capital a un conjunto de medios de producción (fábricas, máquinas, medios de transporte) era incongruente con la teoría neoclásica de los precios y la distribución. Eso era así porque para poder sumar, por ejemplo, una máquina de coser con un colectivo, previamente había que saber sus respectivos precios. Pero, a su vez, para conocer los precios, primero había que saber la remuneración al capital, el trabajo y los recursos naturales que se habían utilizado para fabricarlos. De esa manera, no se podía explicar la distribución del ingreso mediante un concepto que requería, previamente, conocer dicha distribución.
De esa manera, la distribución del ingreso ya no podía ser explicada como el resultado del aporte de cada factor al producto social. Semejante crítica que legitima la discusión política sobre cómo debe distribuirse el producto social fue silenciada y no figura en los manuales ni en los programas de estudio con que se forma la gran mayoría de los economistas
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux