Dom 08.12.2013
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DESARROLLO INDUSTRIAL, INTEGRACIóN PRODUCTIVA Y MERCADO INTERNACIONAL

¿Qué es la competitividad?

Se define con un Estado promotor del crecimiento, salarios como dinamizador del mercado interno, rentabilidad empresaria junto a la incorporación de ciencia y tecnología para generar producción con mayor valor agregado.

› Por MarÍa Alejandra FernÁndez Scarano y Guillermo Merediz *

Luego de una década de crecimiento económico ininterrumpido, sustentado en el aumento de todas las variables que contribuyen a la demanda agregada, el tema de la competitividad continúa generando interesantes discusiones. Para responder la pregunta central de si la Argentina es o no competitiva, es necesario, primero, definir qué significa competitividad.

Competitividad es mucho más que la determinación del tipo de cambio y no es sustentable en el tiempo cuando sólo se sostiene en la devaluación de la moneda.

La competitividad se define convencionalmente como la habilidad de un país para crear, producir y distribuir productos o servicios con mejor calidad a un menor precio respecto de otras economías en el mercado internacional. Para que la competitividad sea perdurable en el tiempo, debe sustentarse en la capacidad de una economía para avanzar en su eficiencia y productividad, para diferenciar productos, incorporar innovaciones científicas y tecnológicas, mejorar la organización empresarial y los encadenamientos productivos.

La competitividad también puede definirse por la productividad con la que un país utiliza sus recursos humanos, económicos y naturales. El nivel de vida de un país se determina por la productividad de su economía, que se mide por el valor de los bienes y servicios producidos por unidad de sus recursos humanos, económicos y naturales. La productividad depende tanto del valor de los productos y servicios –medido por los precios que se pagan por ellos en los mercados– como por la eficiencia con la que pueden producirse. La productividad también depende de la capacidad de una economía para movilizar sus recursos humanos disponibles.

Por tanto, la verdadera competitividad se mide por la productividad. Desarrollar su productividad permite a un país contar con salarios altos, una divisa fuerte y una rentabilidad atractiva que fomente la inversión de capital. Y con ello, un alto nivel de vida.

Vale la pena esta aclaración porque desde una concepción económica ortodoxa se centra sistemáticamente el análisis en la reducción de los costos laborales, la mejora en el “clima de negocios” y la devaluación del tipo de cambio; omitiendo el impacto negativo que genera la devaluación en la distribución del ingreso. Afecta así los ingresos de los asalariados, de los jubilados y de todos aquellos sectores que tienen ingresos fijos, además de los comerciantes y pequeñas y medianas empresas que venden sus productos en el mercado interno. Por el contrario, los beneficiarios son los sectores exportadores, especulativos y de mayor poder de mercado, que a partir de un “dólar caro” multiplican su facturación y sus ganancias en pesos. En definitiva, para el enfoque neoliberal el salario constituye un costo y cualquier ecuación que permita su reducción redundará en una mejora de la economía.

En contraposición, el enfoque heterodoxo de la competitividad promueve la participación de un Estado promotor del crecimiento económico, con mejoras en la calidad de vida, el rol de los salarios como dinamizador de la producción y del mercado interno y la rentabilidad empresaria junto a la incorporación de ciencia y tecnología para generar un sistema productivo con mayor valor agregado. Esta perspectiva critica el abordaje de la mejora de la competitividad únicamente centrado en la devaluación de la moneda debido a las consecuencias económicas y sociales que trae aparejado, y sostiene que la competitividad del tipo de cambio es una condición necesaria pero no suficiente para llevar a cabo una política de desarrollo nacional. Desde este enfoque se relaciona la competitividad con los cambios técnicos u organizacionales que otorgan ventajas competitivas dinámicas a una economía. Así, la competitividad deriva del conjunto de innovaciones y conductas tecnológicas de los agentes que se desenvuelven dentro de un sistema nacional. Hay un fuerte vínculo entre competitividad, desarrollo tecnológico, dinamismo industrial y aumento de la productividad.

En el mediano y largo plazo, la competitividad consiste en la capacidad de un país para sostener y expandir su participación en los mercados internacionales, incluido su mercado interno, y elevar de manera simultánea el nivel de vida de su población a través del incremento de la productividad por la vía de la incorporación de progreso técnico. Las ganancias de competitividad genuina y sustentable sólo son posibles con intervención estatal, que promueva un reparto equitativo de la renta nacional y la conformación de un sistema industrial integrado.

Por lo tanto, la discusión sobre la competitividad esconde un posicionamiento ante aspectos centrales de la vida económica. En ese marco, se hace central la pregunta sobre la competitividad de la industria.

La respuesta que han dado los países que se desarrollaron es contundente: se necesita de un Estado que promueva la consolidación de la industrialización mediante la generación de políticas económicas activas e instrumentos específicos. En este camino se encuentra la encuesta lanzada recientemente por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), en conjunto con la Unión Industrial Argentina (UIA), la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) y la Confederación General Económica (CGE) para medir la competitividad por sectores. Esta encuesta es el resultado del diálogo social tripartito: Estado, empresarios y trabajadores, a partir de la convocatoria formulada por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

El objetivo principal es la obtención de información sobre el nivel de competitividad de las empresas y la dinámica de inversión a nivel nacional. El relevamiento inicial comprenderá a 500 empresas, el mismo universo de firmas que participan actualmente de la encuesta de Grandes Empresas, en una primera etapa que luego se extenderá a un universo de entre 5 mil y 10 mil pymes.

Para convertir el crecimiento en desarrollo se necesitan herramientas específicas, que generen encadenamientos productivos y mayor integración de la industria local y para ello la información es esencial y esta encuesta es un excelente avance. Conocer la composición de los precios es necesario para generar un debate despojado de intereses devaluacionistas, que sólo buscan la rentabilidad inmediata a partir de una competitividad ficticia basada en el tipo de cambio

* CEPA (Centro de Economía Política Argentina).

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