Dom 12.01.2014
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COMPETITIVIDAD, ACTIVIDAD Y EMPLEO

“Tipo de cambio de equilibrio”

› Por Andrés Asiain y Lorena Putero

Desde algunos sectores de la ortodoxia se atribuyen los problemas externos de la economía nacional a un desalineamiento del tipo de cambio respecto de su valor de equilibrio. Traduciendo al criollo, el dólar estaría muy barato o muy caro. Ahora, ante la pregunta de muy barato o muy caro con respecto a qué valor, las respuestas varían.

Los sectores más rancios del monetarismo local suelen comparar la cantidad de circulante con las reservas, hacer una simple división y hallar el valor del dólar de equilibrio. El problema de ese razonamiento es qué categoría de circulante tomar. Ya la crisis de la convertibilidad demostró que una relación entre moneda emitida y dólares no es suficiente para evitar una corrida y devaluación. Es que los bancos crean dinero al abrir una cuenta corriente o dar crédito para tarjetas, y el volumen de depósitos que resulta de esa ampliación de los gastos excede al de reservas. Ante esa situación, algunos monetaristas pretenden respaldar en moneda dura también el dinero que generan los bancos, llegando a resultados disparatados como la necesidad de tener 144 mil millones de dólares inmovilizados como reservas o bien un valor del dólar oficial cercano a los 30 pesos.

Quienes ponen el acento en la cuenta comercial, consideran que el valor del dólar de equilibrio es aquel que garantiza un nivel de competitividad que permita a las exportaciones superar a las importaciones, dejando un saldo de dólares suficiente para pagar intereses de deuda, remisión de utilidades y compras de dólares por particulares. El inconveniente de este planteo es que la competitividad de los sectores productivos es muy heterogénea. Así, la producción sojera o minera ya son rentables con un dólar bajo, mientras que la del rubro editorial, textil o el turismo precisan un dólar más elevado.

La elección de un dólar alto que garantice la competitividad de todos los sectores no redunda tampoco en un salto exportador y de sustitución de importaciones. Si bien puede ayudar a cierta recuperación de las ventas de los sectores menos competitivos, el grueso de las exportaciones está conformado por sectores que ya eran rentables con un dólar barato.

Las restricciones a la expansión de sus ventas se encuentran vinculadas con la disponibilidad de tierras, yacimientos, o las trabas para acceder a otros mercados, hechos que no se solucionan modificando la cotización del dólar.

Tampoco en materia de importaciones la sustitución va a ser masiva por un alza en la cotización de la moneda norteamericana. Los principales rubros que las componen (combustibles, autopartes, componentes de electrónica y maquinaria sofisticada) requieren para su producción local de grandes inversiones y aprendizajes tecnológicos que no se obtienen mediante una devaluación.

En realidad, una suba del dólar termina impactando en un alza en el precio de los alimentos, las propiedades y los insumos importados, provocando un encarecimiento de la vida en desmedro del consumo interno de las mayorías trabajadoras y la actividad económica. De esa manera, el “equilibrio externo” se logra a costa de una baja de la producción y la inversión, que deprime las importaciones. Ya en 1962, el economista argentino Julio Olivera, en su texto “Equilibrio monetario y ajuste internacional”, advirtió que “el equilibrio que puede alcanzarse de ese modo, al precio de mantener sin empleo productivo a una parte de la población trabajadora, no constituye un verdadero equilibrio del balance de pagos, ya que el ritmo de importación y exportación obtenido mediante paro forzoso no puede en absoluto ser considerado normal”.

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