CORRIDAS CAMBIARIAS, DESESTABILIZACIóN ECONóMICA Y CONSPIRACIONES
Crisis y venganzas
La actual crisis no guarda relación con la de 1989-1990, básicamente porque el Estado cuenta con muchas más reservas y su nivel de endeudamiento neto es bajo.
Por Alberto Müller *
El 5 de febrero de 1989 –era un domingo–, los diarios anunciaban feriado cambiario y bancario para el día siguiente. Era el comienzo del abandono del Plan Primavera, un esquema de mercado cambiario desdoblado. El plan con que el gobierno del presidente Raúl Alfonsín había intentado estabilizar la economía, a partir de agosto del año anterior. El Banco Central dejaba de sostener la cotización de la moneda de aquel entonces, el austral, y comenzaba una pronunciada devaluación.
El anuncio fue sorpresivo. La decisión había sido tomada en cuestión de horas y por un número muy reducido de personas.
El 12 de febrero, el columnista político más importante de Clarín, Joaquín Morales Solá, reprochaba al gobierno radical no haber avisado a quién correspondía acerca de la decisión de liquidar el Plan Primavera. Esto es, a la cúpula empresaria. Esta enfrentó duras pérdidas –en términos de dólar, se entiende– por haber sido sorprendida “en pesos” (australes). Y agregaba: “Dicen que éstos (los perjudicados por la devaluación) le hicieron saber al gobierno su malhumor con un gesto típico de venganza ante la palabra incumplida: serían los autores en gran medida de que el dólar haya casi duplicado su valor el martes (7 de febrero) y de que ahora siga rebotando con tendencia alcista”. En el artículo del 26 de febrero había además un aviso: “Uno de los problemas irresueltos aún es la renuencia de los exportadores a liquidar sus divisas en el mercado argentino (...). Un cartel de cinco grandes exportadores está actuando coordinadamente y es comandado, por peso propio, por la multinacional argentina Bunge y Born. De ellos depende ahora el fin o la cruel continuidad de la pesadilla oficial por el precio del dólar libre”.
Conocemos cómo siguió esta historia: la corrida cambiaria fue imparable y dio lugar a un proceso hiperinflacionario
inédito en la Argentina. El oficialismo perdió las elecciones de mayo. El presidente electo Carlos Menem –dando un giro con relación a su discurso de campaña– presentó a su futuro gabinete en el programa Tiempo nuevo, conducido por Bernardo Neustadt y Mariano Grondona. Y el ministro de Economía designado, Miguel Roig, era un directivo del conglomerado Bunge y Born.
Este relato viene a cuento acerca de si existen propiamente “conspiraciones” en estos episodios. Lo dicho hasta aquí lleva a concluir que Morales Solá así lo piensa. Por si hiciera falta, el diario Ambito Financiero acuñó entonces la inolvidable expresión “golpe de mercado”, que ha vuelto al ruedo en estos días.
Sin embargo, hay un discurso que desmiente conspiraciones, y habla de las objetivas leyes de la economía, y en esto están muchos economistas. Pero además, en sus memorias, el ex presidente Alfonsín no habla de conspiración; tampoco sus ministros. La dirigencia radical, en general, no ha mostrado otra postura en este episodio que expulsó a su partido del poder por diez años. La víctima directa de la supuesta conspiración la niegan; y si las víctimas no se asumen como tales, no hay crimen.
¿Cómo se explica esta negación? Tal vez obedece a que quien denuncia una “conspiración” de este tipo pasa al ostracismo; sus posibilidades de supervivencia o de “ser alguien” en esferas de poder se ven fuertemente amenazadas. Denunciar a los dueños del dinero no es la forma de conseguir financiamiento para campañas electorales, de ser aceptado en círculos influyentes y, en general, de entrar al Paraíso. Para decirlo en criollo: hay que bancársela.
Es obvio que no podemos pensar en una “conspiración” en un sentido usual del término, porque hablamos de fenómenos que abarcan grandes colectivos, que nadie puede controlar, como sí ocurre con grupos pequeños. Pero se trata de colectivos donde abunda el comportamiento de manada; éste es el caso de los mercados financieros, que viven su vida bajo la permanente hipótesis de la estampida (o, como se dice más elegantemente, “el vuelo hacia la calidad”). No parece descabellado asumir que existen mecanismos de coordinación y sintonía entre actores de peso –que los hay– en el escenario económico y político; y además la sintonía con determinado periodismo es clara. La manada hace el resto. La evidencia mayor es que estos grupos sobreviven y, eventualmente, se fortalecen en estos episodios.
Conspiración en un sentido lato, pulseada, puja. El nombre puede variar; pero lo cierto es que no estamos frente a las fuerzas anónimas de los mercados. Tienen nombre y apellido, como el propio periodismo relacionado con los círculos de poder se encarga de avisarnos. Sí es cierto que los agentes de menor peso “obedecen al mercado”; esto es, se pliegan a lo que deciden estos actores de gran magnitud. Si Bunge y Born retiene dólares –y además lo anuncia por los diarios–, no hay razones para que uno haga lo contrario. O pensemos simplemente en la posibilidad de que, en las presentes circunstancias, un sindicato opuesto al Gobierno firme, con una central empresaria con igual alineamiento político, una paritaria que les dé a los diarios el título de un aumento homérico en los salarios. No será una “conspiración”, pero que las hay, las hay.
La actual crisis no guarda relación con la de 1989-1990, básicamente porque el Estado cuenta con bastantes más reservas, y su nivel de endeudamiento neto es bajo. Existen sí dificultades de refinanciamiento, básicamente porque las tasas de interés requeridas por los “mercados” son tan elevadas que aceptarlas constituye una señal de un posible default.
Pero está claro que hay quienes huelen sangre y actúan en consecuencia. Basta ver un reciente pronunciamiento de la Mesa de Enlace ruralista, cuando exige decisiones de política económica que van bastante más allá de sus intereses sectoriales, posicionándose como un partido político, sólo que en lugar de potencia electoral esgrime poder de fuego económico (y, por qué no, la amenaza de volver a las rutas, como en 2008).
El Gobierno ha cometido errores, sin duda, en este período complejo. Diría que el más grave de todos fue no haber ofrecido de entrada una explicación clara acerca de la necesidad de restringir el uso de divisas. Los problemas nacieron de la brusca reversión del balance comercial energético en 2011, reversión que responde básicamente a una decreciente producción de petróleo y gas. Las expectativas de las empresas petroleras acerca de encontrar nuevos yacimientos convencionales de hidrocarburos son muy bajas. Las reservas de hidrocarburos convencionales están declinando, y devaluar en gran escala no hace brotar el petróleo de la tierra; sólo induce una recesión. Lo lógico entonces es que si las divisas escasean, se restrinja su uso, tratando de no recurrir a una fuerte devaluación. En una comunidad de diabéticos, si falta insulina, se la raciona, y seguramente no se permite su empleo como forma de atesorar riqueza o especular. Pero esta explicación llegó mal y tarde. Y, de hecho, autorizar la compra de dólares para atesoramiento –aun bajo un esquema racionado– no es lo correcto.
A pesar de estos errores (y otros, como no haber propiciado la pesificación de la economía cuando las divisas eran abundantes), hay una diferencia clara entre la actitud de este gobierno y la de los gobiernos radical y peronista que protagonizaron la crisis de 1989-1990. En aquel entonces, el Estado asumió la plena culpa por lo ocurrido, lo que dio lugar a un amplísimo programa de reformas y al régimen de convertibilidad. Las víctimas negaron serlo, y otros aplicaron el principio chino de unirse al enemigo si hacía falta. Fue así que la clase política se sometió a los designios de la economía. Un connotado representante de lo que se consideraba el centroizquierda se arrepentía en 1993 de no haber votado la convertibilidad. Ya sabemos cómo terminó el sometimiento a los poderes económicos: en el programa de reformas neoliberales más profundo en toda América latina, que desembocó en la peor crisis de la historia argentina moderna y en el “que se vayan todos” de 2001-2002.
Por las razones que sean, este gobierno en cambio parece haber optado por pelear como gato panza arriba para mantener alguna autonomía. Para esto no le queda sino enfrentar la conspiración, pulseada, puja, o como se la llame. Más allá de los particulares posicionamientos políticos de cada uno, el otro camino es malo para las mayorías. Nada bueno puede esperarse de actores políticos que se reúnen con centrales empresarias o corporaciones sindicales para decir lo que éstas desean escuchar. Si la política tiene alguna razón de ser en sociedades capitalistas, ella es la de contemplar los intereses de toda la comunidad, especialmente de las mayorías más débiles, frente a poderes económicos concentrados
* FCE-Cespa-UBA.