TRANSGéNICOS, TECNOLOGíAS DE PUNTA Y “DESARROLLO”
En el agronegocio de la soja transgénica no se evalúan los múltiples efectos “colaterales”, como la especialización en un cultivo, pérdida de la biodiversidad, deforestación y expulsión de comunidades indígenas y campesinas.
› Por Miguel Teubal *
El debate en torno de los transgénicos en estos días ha surgido nuevamente en nuestra sociedad. Para Monsanto y los defensores las tecnologías involucradas en la utilización de la semilla transgénica, no existen “pruebas de carácter universal contra los transgénicos, como lo exigen las empresas que los fabrican” (nota de Julio Muñoz Rubio en La Jornada, México). En cambio, una multiplicidad de sectores y movimientos sociales que sufren sus consecuencias rechazan esta tesitura, señalando que sí existen pruebas científicas suficientes como para afirmar “la existencia, en diversos contextos, de una peligrosidad real y potencial de los alimentos transgénicos liberados al ambiente” (Centro Ecologista Renacer).
Estos planteamientos nos inducen a reflexionar sobre los efectos de los transgénicos y la utilización de las correspondientes “tecnologías de punta”.
Dos cuestiones pueden discernirse al respecto:
a) no se puede disociar una determinada tecnología del contexto socioeconómico y político en el que se desenvuelve, ni ahora ni en ningún otro momento histórico;
b) vinculado con lo anterior, no toda tecnología resulta necesariamente “buena”.
Nadie cree que nuevas tecnologías militares, que liquidan ejércitos y poblaciones enteras muy “eficazmente” son “buenas”. Lo serían, presumiblemente, para algunos países, no para el mundo en general. Los transgénicos pueden no ser todos malos, como afirman algunos biólogos, pero teniendo presente el contexto histórico actual, en el que son impulsados por grandes transnacionales, para acrecentar su rentabilidad –no para resolver el problema del hambre en el mundo, como se pregona por ahí– no son necesariamente “buenos”, debido a sus enormes “efectos colaterales”.
¿Quiénes son los que impulsan la utilización de las semillas transgénicas? y ¿por qué? La investigación científica no se realiza en un vacío, existen intereses concretos involucrados que no responden necesariamente al bien común. Entre otros sectores existen grandes empresas, como Monsanto, que impulsan los transgénicos para todos los cultivos. Se trata de una empresa que junto con otras se propone controlar la producción semillera a escala mundial, y con ello incrementar exponencialmente sus ganancias. No sólo se plantea controlar la venta de la semilla, sino también inducir la utilización de los agrotóxicos que indefectiblemente las acompañan.
En nuestro país se impulsó la semilla RR, que tiene la particularidad de ser resistente al glifosato. Como consecuencia, se promovió la siembra directa, que requiere maquinaria y equipo especial. Como queda la maleza en el campo a causa de esta modalidad productiva, ésta se liquida utilizando masivamente el glifosato y otros agrotóxicos que no mata la semilla transgénica, pero sí todo lo demás que existe en su entorno. Sin embargo, el uso masivo del glifosato y de otros agrotóxicos tiene consecuencias edafológicas, ambientales y sanitarias. Se dice que se ha incrementado masivamente la productividad de la soja, lo cual es falso. El aumento de la productividad por hectárea de la producción sojera en estos últimos años es menor que el de otros cultivos mucho más asequibles a la población por seguir siendo alimentos, por ejemplo el maíz, y en alguna medida el trigo. Sólo aumentó en forma fenomenal la superficie destinada a la producción sojera, en sustitución de otros cultivos netamente alimenticios. Esta expansión forma parte de una política de gobierno, e incluso en múltiples sectores se hace alusión a la gran revolución agraria que tuvo el país. Pero cuando se plantea la enorme productividad presumiblemente generada por el agronegocio de la soja transgénica no se toman en consideración sus múltiples efectos “colaterales”, o lo que los economistas denominan “deseconomías externas”: excesiva especialización en un cultivo, pérdida de la biodiversidad agropecuaria en general, deforestación, fumigación masiva, afectando la situación sanitaria de múltiples poblaciones, expulsión del sector de comunidades indígenas y campesinas.
Unas de las semillas que se impulsan –y de las que ahora se produjo una moratoria en su investigación por presión de diversos movimientos sociales– son las denominadas semillas “terminator”, que se “suicidan” después de su primer (y único) uso. Uno puede imaginar lo que ello podría significar para la producción semillera mundial.
Las semillas transgénicas impulsan la difusión del extractivismo, que adquiere la característica de agronegocio sojero. Tiene la particularidad de no ser una producción sustentable en el largo plazo, aparte de sus múltiples efectos negativos para las poblaciones actuales y futuras.
El tema no es menor, y también puede considerarse a escala mundial.
Se nos ha criticado como “ludistas ecologistas” por estar en contra de los transgénicos y el modelo agrario involucrado en torno de los mismos. Aquí sólo quisiera señalar que nos enfrentamos a escala mundial al “cambio climático” y a los múltiples efectos que tiene para la humanidad. Lo que no siempre se destaca es que éste se potencia por la difusión del extractivismo (incluyendo la producción petrolífera y minera) y las “nuevas tecnologías” vinculadas con los recursos naturales que comenzaron a ser utilizadas en forma masiva. Se sabe que pueden incidir sobre la disponibilidad del agua a escala mundial, que vastos territorios del mundo pueden desertificarse, que los mares pueden aumentar de nivel y contaminarse, que ha habido cambios sustanciales y se esperan otros aún más terribles en las formas de vida de la población mundial. Y que hay más hambre en el mundo que en cualquier otra época histórica (tanto en términos absolutos como relativos a la población mundial).
Todo esto tiene que ver con la falta de límites para determinadas tecnologías utilizadas a escala mundial por adherir a un presunto “desarrollo” que no toma en cuenta el cuidado de la naturaleza
* Economista, profesor de la UBA e investigador superior del Conicet.
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