ESCENARIO
› Por Claudio Scaletta
Desde al menos 2008, con alguna retracción en 2011 frente al 54 por ciento, la base social de la ortodoxia económica viene anunciando el “fin del ciclo kirchnerista”. En la carrera por apurar la película apareció el freno de la economía y, con él, el precozmente llamado “giro ortodoxo” de la nueva política económica, la implementada a partir de los cambios en el Ministerio de Economía tras la llegada de Axel Kicillof. Fuera de la lucha estrictamente política, tarea complicada hablando de economía, cabe preguntarse si efectivamente existen señales económicas de un fin de ciclo. Recurriendo a uno de los grandes macroeconomistas argentinos, el ingeniero electrónico Marcelo Diamand, el verdadero fin de ciclo es el que llega cuando se agotan las reservas internacionales. La primera señal de alerta es siempre el déficit de la cuenta corriente del Balance de Pagos. Pero la crisis no adviene inmediatamente, sino cuando no se encuentran los instrumentos para financiar este déficit. Y junto con la crisis, que es siempre recesiva, llega el ajuste.
En “El péndulo argentino ¿hasta cuándo?”, un texto de absoluta actualidad a pesar de que fue escrito hace casi tres décadas, dato que lo ratifica como clásico, Diamand explicó las razones que conducen a este agotamiento, tanto bajo lo que denominaba la “corriente popular”, la que el kirchnerismo representa en esencia, como bajo la ortodoxia neoliberal. El texto se consigue fácilmente en Internet, lo que exime de reescribirlo aquí, pero el punto central es que en ambos extremos del movimiento pendular, aunque con distinto costo para los trabajadores en el trayecto, se encuentra el agotamiento de las reservas. Ambas corrientes, por distintas razones, encuentran un problema en el sostenimiento de largo plazo. El desafío para cualquier hacedor de política, entonces, es cómo evitar la redundancia de estos ciclos.
Siguiendo la perspectiva de Diamand, entonces, el estadio actual del péndulo se ubicaría sobre el fin del ciclo de la “corriente popular”. Los objetivos principales de esta corriente, el crecimiento, conducido por la demanda, y el aumento del empleo y el nivel de salarios, se cumplieron durante la última década. Ya son un haber de la actual administración. Si bien en toda América latina el proceso puede relacionarse con la mejora en los términos del intercambio, en el país existió también una voluntad de ir más allá en políticas activas, lo que se manifestó en tasas de crecimiento más altas que en el resto de la región y, también en salarios en dólares más elevados. La puja distributiva generada motorizó lo que Diamand, empresario al fin, llamaba “excesos sindicales” y la consiguiente inflación.
El problema de largo plazo no reside, sin embargo, en esta puja distributiva, sino en la ampliamente citada Estructura Productiva Desequilibrada, con diferentes productividades entre agro e industria, que tras períodos de crecimiento sostenido conducen al estrangulamiento de divisas. La sustentabilidad de largo plazo de la corriente popular demandaba combatir este problema desde el minuto uno del modelo, estructuralmente con la sustitución de importaciones vía la integración de cadenas industriales y aumento de las exportaciones y coyunturalmente con ingresos de capitales en todas sus formas.
No fue así como sucedieron las cosas. El crecimiento industrial de la post convertibilidad fue, en una primera etapa, esencialmente cuantitativo sobre la base del uso de factores productivos ociosos. Aunque luego de esta recuperación se registró un aumento de la inversión, faltó integración de las cadenas de valor. Además, tras la cesación de pagos del fin de la convertibilidad y la reestructuración de la deuda, el flujo de capitales fue negativo. A ello se sumaron las remesas de utilidades consecuencia de la extranjerización de los ’90 y, ya sobre el fin de la década, el déficit, energético.
En el presente, los límites del ciclo parecen un hecho. De acuerdo con las cifras oficiales, el déficit de la cuenta corriente comenzó levemente en 2010 con 777 millones de dólares, se manifestó claramente en 2011 con 2271 millones, se obtuvo un respiro forzado en 2012 y se consolidó el año pasado, con un importante rojo de 4330 millones. Ante la ausencia de entrada de capitales y continuidad de la salida, el desajuste se cubrió con la caída de las reservas internacionales acumuladas gracias al superávit comercial de los años anteriores, situación que presionó la depreciación cambiaria. En los últimos dos años, las reservas cayeron a la mitad y hoy rondan los 28.000 millones. El panorama es un cóctel explosivo: déficit de cuenta corriente en aumento más reservas en baja. Pero el problema principal no se encuentra sólo en una sustitución inconclusa o en el déficit energético, sino especialmente en el horizonte financiero. Cuando se reestructuró la deuda pública, en 2005, 2015 aparecía como un horizonte remoto, pero a una década de distancia se acumulaban vencimientos de capital e intereses muy importantes. De acuerdo con los números de la Secretaría de Finanzas, para el año próximo estos vencimientos superan los 13.650 millones de dólares. No están incluidos los que pudieran surgir de un arreglo con el Club de París o con los fondos buitre. En el mejor de los casos, los vencimientos de 2015 demandarán la mitad de las reservas actuales. Frente a la imposibilidad de obtener estos recursos de la economía real, es decir, de un superávit de la cuenta corriente, la única posibilidad será el ingreso de capitales. En términos agregados, no hay un problema de deuda de largo plazo, pero sí financiero de corto, una situación que condicionará hasta el final la política económica de la actual administración.
Regresando a los escenarios pendulares descriptos por Diamand, el ajuste parece inevitable. Las alternativas inmediatas podrían ser dos. Un reacomodamiento moderado realizado por la actual administración, que quizá ya comenzó, con búsqueda del financiamiento externo que permita impulsar la demanda, por ejemplo, no restringiendo importaciones, o llevar el modelo al límite, dejando que el freno de la economía agote las reservas y dejando el terreno libre para que la administración post 2015 pueda legitimar un ajuste ortodoxo clásico, con culpas “al populismo y la heterodoxia”, acuerdo con organismos internacionales, deuda al viejo estilo, fuerte devaluación y baja de salarios.
La primera alternativa, en cambio, supone adelantarse al peor de los escenarios, buscar mecanismos financieros para reforzar las reservas y alentar racionalmente el ingreso de capitales y la Inversión Extranjera Directa. Para ello será necesario, sólo para empezar, abandonar completamente las restricciones cambiarias y aumentar tasas de interés, lo que no significa que no puedan existir distintos niveles de tasas para distintos fines. La situación macroeconómica de largo plazo del país no es mala y hoy serían posibles acuerdos con terceros países para reforzar reservas, así como tomar deuda con bancos privados. No es un escenario deseado, es un escenario posible
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