SALARIOS, RENTABILIDAD EMPRESARIA Y CADENAS DE VALOR
› Por Carlos Andujar *
Si los precios deben ser cuidados es porque son atacados. El elenco estable del desánimo y la crisis permanente tienen claro que juegan a su favor años de pensamiento hegemónico neoclásico primero, microeconómico después y neoliberal ahora. En definitiva, se trata de la defensa de la naturalización y universalidad de las “leyes” del mercado, resumidas en su más básica pero penetrante versión del libre juego de la oferta y la demanda. Día a día los apóstoles del desastre, perpetrados en sus micrófonos, escondidos en los llamados de “la gente” y en cuanto alconomista (mezcla de economista y alquimista, que predica su propia versión del creacionismo, donde los mercados libres y desregulados son la única forma posible de organizar la sociedad, como menciona Weeks) se preste al juego, vaticinan con precisión quirúrgica el fracaso del programa Precios Cuidados.
Lo que en realidad está en juego son dos lógicas bien distintas de comprender no sólo la formación de los precios de los bienes de una economía, sino también de las rentabilidades de las empresas y los salarios de los trabajadores.
Aquellos que atacan el programa desde las usinas del pensamiento opositor ocultan su convencimiento de que los precios, salarios y rentabilidades los determinan los mercados a través de la oferta y la demanda, y que cualquier intervención estatal causará ineficiencia y profundizará el problema. Por lo tanto, piensan que el modo de frenar la inflación es disminuir el consumo, de modo tal que la presión de las mercaderías no vendidas haga “naturalmente” disminuir los precios. Claro está que los costos de semejante política los pagan las pequeñas empresas que no pueden soportar mucho tiempo sin vender, y por lo tanto son absorbidas por las grandes y los obreros menos calificados, que son los primeros que pierden el trabajo ante la baja en la actividad económica. Concentración económica, mayor desocupación y desigualdad son la cara oculta de la moneda ortodoxa para frenar la inflación.
La implementación de programas de control y acuerdos de precios se inscribe en una lógica distinta. Si bien admiten el componente inflacionario de una devaluación en países con estructuras económicas primarias e insumodependientes del exterior como la nuestra, reconocen en la puja distributiva la razón preponderante del aumento de los precios.
No se debe olvidar que el aumento de los precios quita ingreso a los asalariados pero no lo evapora, sino que, por el contrario, lo transfiere a los empresarios, cuya rentabilidad se ve incrementada justamente por dicha quita. La política de Precios Cuidados, reconociendo la existencia de los distintos actores sociales, intenta poner límites a aquellos que, paradójicamente, han conseguido librarse de los efectos reguladores de los mercados competitivos, asegurándose el control de sus propios ingresos. Empresas y empresarios, amantes de liberalismo se amparan en las impersonales “leyes del mercado” para pagar el mínimo salario posible, pero nada mencionan de su inexistencia, usando y abusando de su posición dominante, cuando aumentan los precios sin justificación y obtienen ganancias obscenas.
El programa Precios Cuidados puede y debe profundizarse. La obligación de destinar un espacio físico dentro de las cadenas para la presentación exclusiva y diferenciada de los productos, la incorporación de los almacenes de barrios que evitará seguir concentrando los beneficios en las grandes cadenas, la ampliación de los puntos de venta descentralizados del Mercado Central, la instrumentación de un sistema de premios y castigos trasparente que permita a los consumidores poder conocer el efecto de sus denuncias, son algunas de las mejoras necesarias pero no suficientes.
El programa Precios Cuidados debe inscribirse en una política global de ingresos y precios, como ya hace años mencionó el economista John Kenneth Galbraith, si pretende que sus efectos se sostengan en el tiempo. Debe entenderse como la avanzada de un conjunto de medidas que tiendan a sociabilizar los costos entre quienes puedan pagarlos.
No es justo que mientras se les pide “responsabilidad” a los trabajadores al momento de fijar sus pretensiones paritarias, previendo el impacto de las subas salariales en los costos de producción, se desentienda del análisis de las rentabilidades empresarias, permitiendo que las empresas usen su posición dominante. El análisis de la cadena de valor es el primer paso, pero detrás deberán seguir otros.
Los legisladores, funcionarios y jueces no deben poder controlar sus ingresos libremente, desentendiéndose de los salarios del resto de los empleos públicos. Bastaría con realizar anclajes del tipo “un ingreso equivalente a cinco salarios de un cargo de maestra de grado...” para solucionarlo. Del mismo modo debe suceder con los ingresos de los altos ejecutivos de las grandes empresas.
La política fiscal progresiva debe influir a su vez en los ingresos provenientes de rentas y dividendos. Los impuestos a las Ganancias y a la herencia son instrumentos aptos para hacerlo.
La causa de la paz social, dice Galbraith, siempre se ha alimentado de los gritos de angustia de los privilegiados. Los ricos se resienten más profundamente que los pobres de las injusticias de que son objeto, y su capacidad de indignación no tiene límites. El secreto de una buena política consiste en saber no sólo reconfortar a los atormentados, sino también en atormentar a los confortados
* Docente UNLZ FCS.
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