Dom 25.05.2014
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EL DESAFíO ECONóMICO DE VENEZUELA DE AMPLIAR LA OFERTA DE BIENES LOCALES

Revolución productiva

El desabastecimiento, la alta inflación y el conflicto político con la oposición ponen bajo tensión a la economía venezolana. Luego de ampliar derechos sociales y económicos, el objetivo es diversificar la matriz productiva.

› Por Alfredo Serrano Mancilla *

Sin corto plazo, no hay largo plazo. Esta premisa fue primordial para Hugo Chávez desde sus inicios. La deuda social venezolana, ocasionada por las décadas perdidas neoliberales, fue tan grande que impedía pensar en cualquier transformación estructural desde el primer momento. La urgencia fue solventar la paupérrima coyuntura. Según la economía dominante, con su séquito de expertos técnicos, la pobreza es simplemente un dato económico en cualquier ecuación matemática; no contempla la correlación de fuerzas políticas que explica el empobrecimiento de las mayorías ni su gravedad social. Chávez zanjó ese mundo económico hegemónico, y al revés: no hay futuro sin remediar el presente. La tarea inminente fue implementar una economía humanista que satisficiera las necesidades básicas del pueblo venezolano a la mayor brevedad posible. Así, a contracorriente del tsunami neoliberal, la política económica de la Revolución Bolivariana se dedicó a erradicar la pobreza (Cepal), reducir el desempleo a niveles históricos (7,2 por ciento en febrero 2014), mejorar la equidad del ingreso (PNUD), aumentar el salario mínimo real, acabar con el hambre (FAO). Esto, mal que les pese a muchos, es eficacia económica socialista. Sanear la deuda social a máxima velocidad es señal de una eficiente política económica que empleó los ingresos públicos: más del 60 por ciento del PIB hacia la inversión social. No hay magia ni milagros: construir viviendas y tener una educación y sanidad pública y gratuita es costoso y requiere muchos bolívares y dólares.

¿Todo fue gracias a la renta petrolera? Sí, pero no porque la renta petrolera caiga del cielo construyendo misiones, viviendas, escuelas u hospitales, sino que todo se debe a una reapropiación soberana de ese sector estratégico y, seguidamente, de una política de priorización de lo social por encima de cualquier propuesta neoliberal. La clave estuvo en poner la renta petrolera al servicio de una economía humanista en vez de lo que dictamina la economía capitalista, esto es, emplear los ingresos públicos para edificar un Estado de las Misiones en vez de un Estado de Bienestar en miniatura.

El petróleo en Venezuela es historia del siglo XX, pero siempre fue redistribuido hacia arriba, a favor de una elite dominante que lo destinó a consumir suntuariamente o fugarlo del país para engordar sus cuentas en el extranjero. El chavismo dio vuelta a esa economía –de unos pocos– y la democratizó, incluso hasta en sus pautas de consumo. Desde hace unos años, la gran mayoría del pueblo venezolano consume mucho, pero sin base material productiva para ello. Este desequilibrio entre consumo democratizado y oferta productiva insuficiente es resuelto hasta ahora con la importación de muchos bienes –unos básicos y otros no–. Ese sector constituye el gran negocio para las grandes empresas privadas que, abusando de su posición económica dominante, se han dedicado a esta tarea, de compraventa, casi sin esfuerzo. Es el negocio redondo porque tiene garantizada la demanda cautiva gracias a las políticas chavistas: no hay que producir, simplemente solicitar dólares al Estado para importar y además lo han hecho especulando con precios y mercancías gracias a prácticas de usura.

Este rentismo importador del siglo XXI en Venezuela es tan relevante como el rentismo petrolero del siglo XX. La inflación y el desabastecimiento parcial se explican precisamente por el aprovechamiento antipopular por parte del sector privado de ese desfase estructural económico. La reducción de las reservas también se justifica en gran medida por la necesidad creciente de seguir importando todo lo que el pueblo demanda. No obstante esta compleja situación –agudizada por la guerra económica de unos sectores privados– no es un cuadro médico de colapso como alertan las agencias internacionales. Sólo se puede salir del laberinto importador dando el salto hacia la gran revolución productiva.

Es la hora de la producción en Venezuela. Dicho así parece demasiado fácil. Aunque no. Esta cuestión no es tarea sencilla. Se exige tiempo e ingentes recursos; pero además se requiere una planificación idónea que evite cometer los errores del pasado, de los fallidos intentos de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI). Estamos en un momento diferente de aquella época en la que se propusieran los modelos ISI. Con el neoliberalismo, desde hace décadas, ningún país produce a solas, sino que existe una fragmentación geográfica de la producción mundial, que tiene como rector a las transnacionales.

La actual transición geoeconómica multipolar cuestiona ese orden hegemónico dominante. Los nuevos polos económicos y regionales facilitan otra forma de producir, alternativa a la implementada por las transnacionales. América latina es un continente ideal para ello.

Venezuela, en este reto productivo, ha de ser consciente de que no se debe producir absolutamente todo en su territorio. El chavismo ha de aprender de todo lo que ayudó Chávez a mirar más allá de su frontera nacional, esto es, se trata de que Venezuela se inserte inteligente, soberana y virtuosamente en las cadenas regionales de valor, apropiándose del mayor valor agregado posible y reduciendo la dependencia importadora actual. Así, en algunas ocasiones, será más conveniente que Venezuela no produzca el bien final, optando tal vez por producir un insumo intermedio que se exporte para insertarse en algún encadenamiento productivo regional, saliendo así del patrón primario exportador y obteniendo divisas extra que compensen otras importaciones imprescindibles.

Venezuela ha de cambiar de forma de producir en cuanto a los nuevos productos, pero también en relación con el tipo de productores. Cambiar la matriz productiva es diversificar la estructura de productores, con un nuevo rol para las pequeñas y medianas empresas, al sector público, y especialmente al tejido comunal. Se debe sustituir importaciones al mismo tiempo que acabar con la dependencia de los grandes importadores privados. Una vez elegidos los once sectores productivos prioritarios para la nueva política económica, es turno de afinar todos los detalles para producir en el socialismo del siglo XXI, evitando dependencia importadora y de importadores, democratizando aún más el poder económico productivo, logrando sortear el rentismo petrolero e insertándose en las nuevas cadenas regionales de valor. Para ello se requiere que la política productiva sea integral, esto es, una política tributaria, cambiaria, monetaria y financiera pensada para ese nuevo reto bolivariano

* Doctor en Economía, director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica.

@alfreserramanci

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