LA TEORíA ECONóMICA MARGINALISTA
› Por Andrés Asiain y Lorena Putero
La escuela marginalista, dominante en el ambiente económico académico a escala global, sostiene como motivación para la actividad económica de los seres humanos, en cualquier sociedad, la búsqueda de su máximo bienestar individual. De acuerdo con dicha teoría, cada individuo estará dispuesto a realizar una tarea para otros, siempre y cuando reciba a cambio un ingreso que le permita consumir una determinada cantidad de bienes. Pero, además, la satisfacción que le brinda el consumo de esos bienes debe superar la que le brindaría el ocio. En caso contrario, preferiría quedarse descansando en la casa, aunque ello le signifique ganar menos y consumir menos.
Ese tipo de análisis parece contradecir los comportamientos individuales que se manifiestan en las sociedades modernas. Ello queda en evidencia, especialmente, cuando se trata de individuos que obtienen elevados ingresos, al punto de no saber qué hacer con la plata y que, sin embargo, continúan con su obsesiva labor diaria para seguir engordando su cuenta bancaria. Es más, quienes se salen de ese comportamiento irracional, según el prisma de la teoría económica marginalista, son considerados como irracionales según el sentido común social. Es el caso de deportistas, artistas y ganadores de sorteos que se vuelven repentinamente millonarios, dedicándose luego a disfrutar en forma vertiginosa de su fortuna, recibiendo cierta desaprobación social por su manera de actuar.
Llevado al plano agregado de una economía nacional, el comportamiento habitual de las sociedades parece contradecir también el que pregona la teoría dominante. Si los individuos participaran de la actividad económica maximizando sus opciones de ocio y consumo, el resultado agregado sería una sociedad que una vez alcanzado cierto nivel de desarrollo optara por cierta disminución de la producción, a cambio de vivir una vida más relajada. Ese tipo de objetivo económico se asemeja bastante al planteado por las teorías del buen vivir que elaboran actualmente países hermanos de la región, en su búsqueda de un socialismo del siglo XXI, hecho que pone en evidencia lo distante que parece encontrarse del comportamiento habitual de las economías capitalistas, especialmente las más desarrolladas.
Frente a semejante contradicción entre teoría ortodoxa y mundo terrenal, vale la pena bucear en otros planteos alternativos sobre las diferentes razones que motivan la actividad económica de los individuos. Los autores clásicos señalaban el miedo al desempleo y la miseria como herramienta disciplinadora, que motivaba el trabajo de los asalariados. Autores como Schumpeter plantearon al reconocimiento social del éxito profesional como una motivación relevante para el empresario, planteo que puede extenderse también a parte de los sectores del trabajo. La ambición por el poder también parece presentarse como una motivación importante en el ámbito económico, especialmente para quienes ocupan los estratos más altos de la sociedad y obtienen los mayores niveles de ingresos. Así, el economista norteamericano Galbraith sostiene que para las corporaciones el dinero no es un medio para incrementar el consumo de sus accionistas, sino un medio para incrementar su propio poder en una sociedad donde el dinero es amo y señor.
Sobre la diversidad de motivaciones que llevan a los hombres a realizar sus actividades económicas, parece referirse el siguiente refrán que se atribuye al periodista canadiense Emile Henry Gauvreay: “Era ese tipo de persona que se pasa su vida haciendo cosas que detesta, para conseguir dinero que no necesita y comprar cosas que no quiere, para impresionar a gente que odia”.
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