› Por Alejandra Fernández Scarano y Guillermo Merediz *
Mucho se ha discutido en la última década sobre la política de desendeudamiento que llevó adelante el gobierno de Néstor Kirchner y continuó la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. El acuerdo con el Club de París avanzó en el proceso de normalización del frente externo, sendero que tropezó con la decisión de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos de no tomar el caso de los buitres contra Argentina.
En ese contexto, se reabre el debate que debe superar el simplismo del planteo de deuda sí o deuda no. Con esta premisa hacemos un racconto de los hitos más importantes de la deuda para analizar los destinos que debería tener el endeudamiento como herramienta central de política económica en el camino del desarrollo nacional.
La historia de la deuda externa empieza en 1822 con el empréstito de la provincia de Buenos Aires con la Baring Brothers & Co de Londres para la construcción del puerto de Buenos Aires por un millón de libras esterlinas. A cambio se empeñaron bienes, rentas y tierras como garantía de su pago. Lamentablemente, la deuda no se usó para la construcción del puerto, sino que se represtó internamente a tasas más bajas que las que pagaba la provincia a la Baring. La cancelación de la obligación pudo concretarse recién en 1904 y las sumas abonadas a lo largo de los años en concepto de intereses y amortizaciones llegaron a ser ocho veces el valor del importe recibido.
Otro hito del endeudamiento se dio durante la última dictadura cívico-militar. En un período de sólo siete años, el monto de la deuda se quintuplicó pasando de 7800 millones a 43.600 millones de dólares con nulo crecimiento del PBI.
El destino que la dictadura le dio al endeudamiento fue poner a disposición fondos para valorizar y fugar la compra de armas, altas comisiones por las negociaciones para contraer deuda y la estatización de la deuda privada.
Martínez de Hoz, cerebro económico de la última dictadura, alentó en un contexto de oferta de créditos a tasas bajas a las grandes empresas a endeudarse en el exterior para luego valorizar esos fondos localmente. Posteriormente, esa deuda se estatizó haciendo cargo de la misma al conjunto de la sociedad argentina.
En un contexto de “petrodólares”, los bancos internacionales ofrecían créditos a tasas bajas, la deuda externa de estos años se tomó a una tasa de interés menor al 6 por ciento que a comienzos de los ochenta subió a más del 16 por ciento debido a cambios en la economía mundial.
A pesar de los desfavorables cambios en el contexto mundial, Argentina debió seguir endeudándose para cubrir los desequilibrios en sus cuentas fiscales y de balanza comercial. En los casi seis años del gobierno de Alfonsín la deuda pasó de 45 mil a 65 mil millones sin una mejora en las variables económicas del país.
La misma situación se vivió prácticamente en toda América latina. La etapa se conoce como década de la crisis de la deuda y empezó con la interrupción de pagos de México en 1982, seguido por Argentina y Brasil (los tres principales deudores).
Esto generó preocupación en los organismos internacionales de crédito por la posibilidad de incumplimiento de los países endeudados y el riesgo que traía para los bancos de los países acreedores. Ante los repetidos fracasos de los planes de ajustes recesivos, el debate giró en torno de si era un problema de iliquidez o de insolvencia que tenía como soluciones ajustes transitorios o reformas estructurales de largo plazo que implicaban abrirse a los mercados internacionales en un intercambio comercial donde los países centrales (acreedores) imponían condiciones de desarrollo a los países periféricos (deudores).
La década del ’90 marcó otro de los ciclos de fuerte endeudamiento sin correlato en la mejorada de los indicadores socioeconómicos. El gobierno de Menem llevó la deuda de 65 mil a 145 mil millones de dólares, triplicando el monto de endeudamiento que pasó de representar el 31 por ciento del PBI al 56 por ciento en el 2001, según datos del Ministerio de Economía.
Las renegociaciones realizadas por Cavallo terminaron en un nuevo aumento del endeudamiento para mantener la convertibilidad de un peso por dólar y consolidar el ciclo de valorización financiera iniciado en 1976. Durante esta década se privatizaron las principales empresas públicas, lo que generó en un principio la repatriación de capitales que luego mediante las ganancias extraordinarias garantizadas por la desregulación fueron giradas al exterior con un saldo negativo para nuestro país. La disminución de los activos nacionales produjo una merma de ingresos al mismo tiempo que el endeudamiento generó más egresos por los pagos y servicios de la deuda produciéndose un cuello de botella financiero.
La valorización financiera impuesta a sangre y fuego en la dictadura y consolidada en los noventa consistió básicamente en contraer deuda externa para tener una masa de fondos disponibles para su valorización por parte de grupos económicos y empresas transnacionales. Esta valorización fue posible por la diferencia de las tasas internas respecto de las internacionales de las que se apropiaba el capital concentrado a costa del resto de la población. En los noventa se suma la transferencia directa de activos mediante la privatización de empresas públicas tras una larga campaña de desprestigio de las mismas.
Los picos de endeudamiento de los últimos cuarenta años se dan en la última dictadura y en los años noventa con el fin de valorizar el capital ingresado en favor de los grupos económicos concentrados. Los noventa implicaron una importante extranjerización de la economía convirtiendo a las empresas transnacionales en un nuevo actor del poder económico concentrado.
Este proceso de nuevo endeudamiento terminó con la peor crisis económica y social del país en el 2001, con cesación de pagos y un endeudamiento que alcanzó 147 por ciento del PBI y servicios de la deuda que llegaron al 17 por ciento del gasto público. Esto tuvo como saldo el cierre de cientos de miles de empresas, un 20 por ciento de desocupación y más de la mitad de los argentinos bajo la línea de pobreza.
A partir del 2003 comenzó una nueva etapa mediante la implementación de políticas económicas con orientación hacia el mercado interno para superar la crisis. La reapertura de miles de fábricas cerradas aumentó la demanda de empleo mejorando las condiciones de vida de una parte importante de la sociedad. Comenzó una década ininterrumpida de crecimiento económico con la mejora de todas las variables económicas, entre ellas los superávit gemelos de las cuentas fiscales y de comercio exterior que permitieron acumular reservas y así poder diseñar otro tipo de políticas económicas para enfrentar la deuda externa.
En este nuevo contexto se decidió comenzar una audaz renegociación en el 2005 que terminó con la cesación de pagos de la deuda a través de la mayor reestructuración de la historia (blindaje financiero, megacanje y préstamos garantizados). Así, empezó el desendeudamiento ayudado por el crecimiento económico que posibilitó disminuir sensiblemente la incidencia de la deuda pública externa del 166 por ciento en 2002 a 45 por ciento al tercer trimestre del 2013, según datos del Ministerio de Economía.
Las exitosas renegociaciones alcanzaron quitas sobre el capital e intereses atrasados del 65,6 por ciento de la deuda en canje o 46,6 por ciento de la deuda pública total al momento del canje.
Hace dos semanas se ha conseguido un histórico acuerdo con el Club de París por la deuda con los países miembros por 9700 millones de dólares a pagar en cinco años con una tasa de interés muy beneficiosa y un compromiso de inversiones que de no concretarse pueden diferir los pagos dos años más.
Sólo quedó en litigio la deuda con los buitres con un desenlace favorable para esos fondos en los Tribunales de Nueva York, jueces que decidieron atropellar la soberanía del país beneficiando a especuladores financieros.
Este recorrido por los hitos de la deuda externa demuestra la necesidad de reabrir el debate sobre el endeudamiento y comenzar a reflexionar sobre la posibilidad de contraer deuda para solventar las obras de infraestructura que el crecimiento económico de la última década demanda, así como también de las políticas públicas necesarias para el desarrollo de determinados sectores industriales claves para sustituir importaciones. El endeudamiento externo debe orientarse a inversiones en materia energética que permitan volver al autoabastecimiento con los actuales niveles de actividad económica, lo que generaría un ahorro importante en divisas para el país en importaciones de gas y petróleo.
Otro importante destino deben ser las grandes obras, entre las que deben priorizarse las de infraestructura vial (rutas y ferrocarriles), en un país de gran extensión territorial como Argentina; generando mayor competitividad a través de la reducción de los costos de transporte. También es importante el financiamiento de políticas públicas de promoción de determinados sectores industriales que permitan sustituir importaciones que ayuden a mejorar los costos de la economía permitiendo ampliar la oferta de los bienes exportables y disminuir la dependencia de los insumos importados para el desarrollo industrial. Se genera así un ahorro en divisas por una menor salida por sustitución y una mayor entrada por el incremento de las exportaciones alejando la amenaza de la restricción externa.
Cualquiera de estas alternativas justifica el endeudamiento porque el destino promueve cambios estructurales que permiten mejorar la competitividad de la economía y su financiamiento se puede afrontar con las propias mejoras producidas en la aplicación de la deuda. Si, por el contrario, la deuda se contrae para afrontar gastos corrientes, no se generan las condiciones de desarrollo y volvemos a enfrentarnos al endeudamiento para pagar servicios de la deuda sin otra salida que la crisis. Se debe aprender de la historia y no volver a convertir la deuda en un factor que condicione los manejos autónomos de las políticas estratégicas de desarrollo del país.
* Centro de Economía Política Argentina (CEPA).
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