Dom 22.06.2014
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RESISTENCIA A LA POLíTICA EXPANSIONISTA DE JAPóN

Los mercados mandan

Existe una división del trabajo financiero internacional donde Nueva York explica el grueso de las operaciones de renta fija y bursátiles; Tokio, la financiación bancaria de las grandes corporaciones, y Londres, el cambio de divisas. De ese modo se condicionan las políticas de los gobiernos.

› Por Enrique Aschieri *

La economía japonesa, quinta en importancia mundial, desde hace algo así como dos décadas experimenta un proceso deflacionario, a esta altura con pinta de endémico, en el que mucho incide su población envejecida y declinante. Desde 2008 sufrió tres recesiones, además de un terremoto importante y un tsunami. El año pasado creció 2 por ciento, este año se espera no más del 1,4 y en 2015, 1 por ciento. Las crisis políticas se fueron sucediendo con ese mar de fondo, y la última se resolvió con la asunción por segunda vez como primer ministro de Shinzo Abe, en diciembre de 2012. El 4 de abril de 2013, Abe impulsó, para reactivar la economía, la emisión de yenes a una velocidad equivalente a 72 mil millones de dólares mensuales. Con esa medida buscaba aumentar la inflación y devaluar el yen para evitar que se apreciara frente al dólar.

En respuesta, el viernes 5 de abril de 2013 los bancos y fondos de inversión que operan en el mercado nipón realizaron una potente fuga precipitada vendiendo sumas millonarias de bonos japoneses a 10 años. Las mismas catapultaron la tasa de interés de estos bonos al doble del valor que tenían: una volatilidad diaria 13 veces superior al promedio histórico. El movimiento fue tan abrupto que The Tokyo Stock Exchange detuvo la comercialización del título que representa el segundo mercado mundial de bonos gubernamentales (después del estadounidense), con un volumen de 10 billones de dólares. La deuda pública japonesa excede el 230 por ciento del PIB. Desde entonces lo más creativo que se les ocurrió fue aumentar el IVA.

No sólo los tenedores de bonos japoneses cruzaron la iniciativa gubernamental; a poco más de un mes las tasas a 10 años de Estados Unidos comenzaron a subir desde 1,66 a 2,33 por ciento anual. El precio de los bonos caía debido a que las ventas de títulos por parte del sector privado no se compensaban con las compras de la FED. Por ende, la necesidad era aumentar la velocidad de impresión para compensar dichas ventas. La FED hizo lo opuesto a lo que precisaba y realizó una mínima reducción en la emisión, a modo de no recortar demasiado la demanda de títulos. Las tasas siguieron subiendo hasta que alcanzaron su pico de 3 por ciento a fines de agosto de 2013.

Sin que el episodio haya sido muy advertido, el susto fue grande, muy grande: temían un hundimiento general de las bolsas. Tal curso de los acontecimientos generó una impasse en la que todos los hacedores de política desensillaron hasta que aclare. Un año después, a pleno sol, sin embargo, siguen en la misma. La notable insuficiencia de activismo cuando más necesario se suele presentar como “prudencia”. Luce como una coartada con visos de cinismo. Es verdad que los mercados refutaron a la vez el expansionismo monetario japonés y la falta de expansión norteamericana, y tal comportamiento contradictorio fue el que dejó boyando entre la nada y la eternidad a las autoridades respectivas. Pero también que tal comportamiento se manifiesta contradictorio porque en la división del trabajo financiero internacional realmente existente Nueva York explica el grueso de las operaciones de renta fija y bursátiles; Tokio, la financiación bancaria de las grandes corporaciones, y Londres, el cambio de divisas.

Entonces, mientras una devaluación del yen prenunciaba por un lado que los déficit comerciales japoneses que aparecieron por primera vez a fines de 2011, después de décadas sin experimentarlos, tenderían a agravarse, encima porque importan el 60 por ciento de las calorías que consumen; por el otro, que los dólares se volverían más caros y con ello se ensuciarían las carteras crediticias que muy limpias –crisis mediante– no están. En cambio, la FED –que para tener completamente aplacada a la tasa de interés y sanear la cartera de los bancos venía emitiendo 85 mil millones de dólares mensuales– se encontró con un mercado bursátil y de bonos con síntomas serios de sobrevaluación, o sea, un par de burbujas. Aunque un sector de analistas sostiene que tales burbujas son más supuestas que reales y entonces no creen que representen ningún peligro a la vista, objetivamente los mercados creen lo contrario. Estas contradicciones, naturalmente, se expresan en los tipos de cambio y parte de la insólita política de enfriamiento del gobierno inglés se debe al acuse de recibo de bailar con una de las más feas.

Las contradicciones descriptas se suman al conjunto de síntomas que parecen indicar que la búsqueda de reactivación a través del crédito viene mostrando claros signos de agotamiento en ambos países y también en el resto. Las emisiones de ambos bancos centrales por una especie de inercia siguen, pese a que tarde o temprano el efecto sobre los precios internacionales puede ser más brusco de lo que todos esperan cuando las velocidades de circulación, como la de los dólares, se recuperen de los magros valores actuales (los más bajos desde la Segunda Guerra Mundial).

¿Formas nuevas y “creativas” de aumentar la confianza en un mundo fiduciario donde los bancos centrales pierden el control? Es bastante previsible que se entretengan en esa pasión inútil mientras aumentan los peligros un año después del mes que vivimos en peligro. Todo sea para no verle la cara a lo único que puede frenar el marasmo: el aumento de la demanda efectiva. Pero eso requiere negociar la salida entre todos los concernidos. Canalizar la natural disputa de poder a través de la coordinación. Lo contrario está en el orden del día. Los mercados mandan si los gobiernos no quieren mandar.

* Economista y docente universitario.

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