PROPIEDAD Y CONCENTRACIóN DE LA TIERRA
La concentración de la tierra constituyó el eje central de la definición del patrón de acumulación de Argentina. El conflicto con las entidades del agro en el 2008 desplegó una enorme resistencia, que no hizo más que revelar el paradigma de la disputa económico-político-cultural.
› Por Hernán Letcher * y Julia Strada **
Las operaciones político-mediáticas sobre el tipo de cambio en enero y la escasez de divisas, conjugada con retención de cosecha en silobolsa y reducción de las exportaciones, impulsaron con fuerza la discusión sobre ciertas cuestiones estructurales de la economía y sobre la forma de enfrentarlas. Los planteos han colocado en la agenda pública debates vinculados con la comercialización de granos, como la formación de un instituto que emule al IAPI bajo el primer peronismo y la nacionalización del comercio exterior. También ha sido eje de discusión la propiedad de la tierra y la reforma agraria.
En cada uno de estos debates resulta imprescindible considerar la variable política, es decir, entender la actual conformación de la estructura productiva como la cristalización de relaciones de poder a partir de confrontaciones históricas.
En lo que respecta a la cuestión de la tierra, el establecimiento de reglas de acceso al suelo en la Argentina ha sido el resultado de las luchas sociales que condicionaron su sistema de explotación. Esto significa que la cuestión no derivó sólo en la concentración en pocas manos de extensas parcelas, sino que esta morfología de concentración de la tierra en el ámbito rural constituyó el eje central de la definición del patrón de acumulación de nuestro país, conformación que atravesó sin significativas alteraciones extensos períodos de nuestra historia.
En Estados Unidos, la resistencia de los esclavistas al avance colono y las restricciones a la entrega de tierras quebraron la alianza original entre las fracciones del gran capital (agrario, industrial, comercial) y habilitaron la conformación de una diferente, entre colonos, obreros e industriales. Lincoln articuló este conjunto de contradicciones: a los colonos les pidió que apoyen la política arancelaria prometiéndoles a cambio el libre acceso a la tierra, mientras que a los obreros les dio la ilusión de ser propietarios. Esta fue la base del nuevo bloque dominante, una alianza social que permitió imponer la pequeña propiedad al quedar excluido el gran capital agrario y esclavista, que exigía menores aranceles. La resignación de parte de sus intereses por parte de la burguesía industrial, al impulsar la pequeña propiedad agraria, fue el reaseguro de su hegemonía en el bloque de clase dominante.
En Canadá, hacia 1877, el partido conservador trabajó para mantener la pradera sin explotar hasta que llegaran los primeros colonos y así mantuvo las posibilidades de pequeñas propiedades que atrajeron inmigración. Durante 15 años no ocuparon el espacio.
En 1904, Australia tuvo el primer gobierno laborista, el cual estableció el fin de las transferencias de tierras a los ganaderos, la expropiación de grandes parcelas, la implementación de una política de subsidios al agro, la protección industrial y la imposición tributaria a los latifundios. Asimismo, estableció un control de la inmigración para evitar la caída de los salarios. Se trató de una alianza industrialista: “gobernar es poblar” no fue la consigna de época, sino que la política se basó en el mantenimiento de altos salarios. Hacia 1920, y precisamente en función de los salarios altos, Australia comenzó a recibir inversión extranjera. Con la Primera Guerra Mundial, habiendo desarrollado la industria metalúrgica y siderúrgica, logró mecanizarse y establecer las bases de un sistema industrial.
La problemática de la tierra ha sido un tema trascendente en todos los países “nuevos”, es decir, aquellos en que hacia 1860 se instaló el conflicto por el acceso a la tierra como resultado del aumento de la inmigración que devino de la caída de los costos de transporte.
En términos generales, en los países donde la tierra se vende de manera ilimitada al mejor postor la llegada de los primeros campesinos impulsa el cultivo arbustivo o corto con cosechas y el barbecho, es decir, cultivos de plazos más largos que el resto, dado que no existen limitaciones en cuanto a la cantidad de tierras. En este esquema, la adquisición de tierras de manera ilimitada permite ir ocupando todo el territorio, lo que deriva también en el aumento del valor de la tierra.
Cuando se alcanza el límite de tierras disponibles, el aumento de la inmigración les permite a los terratenientes (que ocuparon previamente las tierras) exigir el pago de una renta por su explotación. Como consecuencia, este temprano proceso de ocupación con aparición de renta conlleva la caída de la tasa de ganancia.
En cambio, otra política sobre el acceso al suelo tiene lugar cuando el Estado otorga título de una parcela de tierras sólo a quien la trabaja (cinco años, por ejemplo). El proceso de ocupación al inicio genera una disputa por las tierras más fértiles, mientras que se abandonan aquellas menos productivas (que retornan al poder del Estado y éste vuelve a otorgarlas). Cuando todo el terreno se ocupa para barbecho largo (como se ve en las primeras fases de ocupación de los países nuevos), la lenta recomposición resulta en el reciclaje de las parcelas. En este caso tienen lugar cosechas anuales y con menor nivel de renta, ya que ésta aparece de manera tardía. En este sentido, el capital en su conjunto se apropia del proceso y la dotación relativa de factores resulta de la forma de ocupación.
En todos estos países, tanto la burguesía, agraria y financiera, como el gran capital en su conjunto, se han disputado el acceso al suelo. El gran capital siempre estuvo interesado en que la tierra fuera vendida por el Estado en grandes extensiones, intentando monopolizarla a través de su compra y retención, dado que ella se valorizaría con el flujo de inmigrantes. En cambio, los inmigrantes y colonos, la clase obrera y el pequeño capital comercial e industrial, estuvieron interesados en que la tierra sea de libre acceso. Para los primeros, esto significaba expansión como clase; para la clase obrera, la tierra gratis otorgaba la esperanza de que los trabajadores se convirtieran en propietarios; y, finalmente, para el pequeño capital el libre acceso a la tierra se traducía en inmigración, expansión del mercado interno e incremento de los beneficios.
Un segundo eje de disputa entre las fracciones de capital tiene que ver con las políticas proteccionistas. El gran y pequeño capital agrario resistieron la protección porque reducía la renta y la tasa de ganancia, compartiendo posición con la gran industria procesadora de bienes primarios, la cual resulta competitiva a nivel mundial y no requiere de protección. En cambio, el resto de la industria la requería para poder crecer.
El bloque dominante en la Argentina fue hegemonizado por la clase terrateniente (gran capital comercial y financiero local e internacional) por lo que predominó la venta o entrega de tierras en grandes extensiones, mientras que la política comercial y de inmigración quedó subordinada a la reducción de costos de la producción agraria. La economía adquirió tres características claves:
1. la naturaleza del excedente en Argentina derivó de la renta agraria;
2. el destino de la producción se dirigió al mercado externo, ya que la economía se convirtió en el apéndice del ciclo del desarrollo del capital inglés, lo que significó una fuerte dependencia de las demandas de los ingleses –que determinaron cantidades y precios–; y
3. la función del salario se vinculó con la conocida consigna “gobernar es poblar”, en tanto la necesidad de poblar respondió a los requerimientos de mano de obra barata, que determinaron al salario como costo que debía ser reducido para incrementar la competitividad de las exportaciones.
Como se dijo, distinto fue el bloque dominante en Estados Unidos, Canadá y Australia: los intereses del capital agrario quedaron subordinados a las exigencias de la estructura industrial, la pequeña burguesía rural y urbana y la clase obrera. La naturaleza del excedente estuvo vinculada con el capital industrial, la producción se destinó al mercado interno, la clase obrera apoyó este esquema y por ende, se defendió el salario a través de un Estado intervencionista (aunque liberal).
En definitiva, el patrón de acumulación argentino se sustentó en la reproducción ampliada de la forma de producción dominante en el agro pampeano y la consiguiente subordinación del ciclo global del capital local a la necesidad de maximizar la renta internacional y de asegurar la apropiación de la mayor proporción posible de ésta como renta del suelo. El genocidio de la Campaña del Desierto encarada por Roca hacia 1880 constituyó un paso funcional indispensable para el patrón en gestación, porque significó el corrimiento de la frontera agrícola con concentración en pocas manos.
Hacia 1922, sólo el 17 por ciento de los propietarios concentraba más del 68 por ciento de las tierras de la provincia de Buenos Aires. Si bien luego de los dos primeros gobiernos peronistas esta concentración se redujo, lo cierto es que hacia fines del siglo pasado las principales familias patricias argentinas mantenían su poder como cabezas de los grupos agropecuarios: Gómez Alzaga-G. Balcarce-R. Larreta, Avellaneda-Duhau-Escalante, Pereyra Iraola-Anchorena, Beraza, Duggan, Santamarina, Santamarina-De Alzaga, Galli-Lacau, Rossi, Lafuente-Mendiondo, Lalor, Ballester-Tronconi, Paz Anchorena, Beamonte, Blaquier, Ochoa-Paz, Guerrero, Harriet, De Apellaniz, F. Anchorena-Zuberbuhler, Inchauspe, Sansot-Vernet Basualdo, Pueyrredon, Defferari, Duhau-Nelson, Bullrich, Pereda-Ocampo, Zubiaurre, Herreras Vegas, Arrechea Harriet, Lalor-Udaondo, Fuchs Facht, Colombo-Magliano, Ayerza-García Zuberbuhler, Lanz.
En función de la historia de bifurcaciones que implicó distintas trayectorias para los países de la periferia, la situación estructural que revela una importante concentración de la tierra deriva de la propia alianza de clases que gestó el capitalismo en nuestro país. Es por esto que los intentos por alterar el rol en la estructura económica que ocupa la clase terrateniente suponen también una avanzada frente al “status político” alcanzado por la oligarquía argentina.
En tal sentido, el conflicto con las entidades del agro en el 2008, que lejos estuvo de cuestionar la propiedad de la tierra y discutió la apropiación de los márgenes de rentabilidad extraordinarios, desplegó una enorme resistencia que no hizo más que revelar esta conformación estructural argentina y constituyó un paradigma de esta disputa económico-político-cultural.
La profundización de un patrón distributivo nacional y popular necesita “abrir las tranqueras” que impiden el avance: tomar decisiones en materia económica que progresivamente supongan la alteración de este predominio estructural, pero a la vez dar la batalla político-cultural por quebrar esa cadena de identificaciones oligarquía=campo=nación
* Contador.
** Politóloga.
Centro de Economía Política (CEPA).
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