Dom 10.02.2002
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OFRECEN DERRAMAR SOJA SOBRE LOS EXCLUIDOS CON HAMBRE

Cacerolas de transgénicos

Entregar un kilo de soja por cada tonelada es la oferta de los exportadores para alimentar a los desplazados del campo y así mantener el modelo de una agricultura sin agricultores.

Por Jorge Eduardo Rulli *

La convergencia de los piqueteros que reclaman planes de subsistencia y los caceroleros que exigen sus ahorros incautados por los bancos anticipa una alianza social formidable y de consecuencias difíciles de prever, pero de manera alguna promete construir una propuesta de proyecto nacional o al menos de país viable. La dimensión de lo rural resulta ajena a los sectores urbanos en conflicto, pero a la vez sus reclamos y reivindicaciones no podrían jamás satisfacerse sobre el modelo de país exportador de productos primarios y sin valor agregado que diseñó el cavallismo. Esa es la paradoja y las limitaciones de una rebeldía generalizada, que bien puede ayudar a reconstruir el fragmentado tejido social de la Argentina, pero que difícilmente sea capaz de remontar las causas profundas de la falta de arraigo y por lo tanto de la desesperanza y de la desolación que están en los orígenes de la crisis que vivimos.
Desde los niveles más altos del Gobierno se nos hace saber que se está tratando de desarmar la bomba de tiempo que con perversidad infinita dejó Domingo Cavallo. Sin embargo, se oculta con deliberación que el modelo rural impuesto en los años ‘90 ha sido uno de los principales responsables de la crisis en que nos encontramos. En el área agropecuaria del Estado son ratificadas las mismas políticas que condujeron al actual entrampamiento, se continúa endiosando el paradigma productivista y a la biotecnología, que ha sido la expresión máxima de una agricultura sin agricultores. Mientras tanto, y de la misma forma en que lo hicieran en la época de Cavallo, se esfuerzan por paliar la pobreza urbana con planes asistenciales y reparto de comida. Esta fue justamente la ecuación del proyecto menemista: un territorio vacío, ocupado por grandes empresas agroexportadoras y enormes cinturones de miseria urbana, contenidos y disciplinados con asistencialismo.
El modelo pudo desarrollarse sin resistencias porque la mayoría de los productores compró el paquete tecnológico que les ofrecía el mercado globalizado. Los tamberos incorporaron las pastillas de semen norteamericano y ahora tenemos un rodeo lechero con fuerte dependencia a insumos. Los ganaderos fueron seducidos por los corrales de engorde, y ahora producen con balanceados y anabólicos, mientras provocan estragos sobre los ecosistemas. Los agricultores compraron el paquete tecnológico de la siembra directa con las sojas transgénicas y los herbicidas de Monsanto. Todos se rindieron a las reglas del productivismo, que son las de disminuir los costos y producir cada vez más. En el camino perdimos calidad y variedades de cultivos. Y sobre todo perdimos la genética nacional y se deterioraron, tal vez en forma irreversible, los recursos naturales. El país se hizo inviable: cuanto más producimos más pobres somos y menos gente resta en el campo. Producimos lo que a todo el mundo le sobra y lo que pocos quieren. Mientras año tras año batimos nuestros propios records de exportación de granos, sigue creciendo el hambre. Ahora, con la crisis financiera y el default llegó la hora de llorar.
¿Y qué se les ocurre a quienes diseñaron una Argentina a la medida de los exportadores de soja? Donar un kilo de soja transgénica por cada tonelada que exporten. Que a cada desempleado se le provea un gramo diario de soja por cada kilo de su peso, que con eso está calculado que tendrán proteínas para mantenerse, siempre que el Estado se ocupe de vencer las resistencias culinarias. Los grandes productores y exportadores de soja mantienen así el modelo que los enriquece y a la vez calman el hambre de los excluidos con los granos que se derraman de los silos.
Pero lo que se necesita es hacer lugar a una agricultura de bajos insumos, destinada al mercado interno y regional, y que añada valor a sus producciones. Es necesario también recolonizar los territorios despoblados y los pueblos muertos. Esto requiere planes de relocalización de poblaciones, el apoyo técnico necesario a la formación y capacitación de los nuevos agricultores y el rediseño de los gobiernos locales y de sus funciones. Requiere una estrategia que apunte a la soberanía alimentaria y a recuperar una genética nacional, y que favorezca el desarrollo local y los mercados de productores familiares. Se trata de modificar la base misma del modelo rural, dejar de ser meros exportadores de aceites y de piensos, volver a producir alimentos y proveer arraigo y trabajo a las poblaciones desplazadas.

* Integrante del Grupo de Reflexión Rural y coordinador de la Red por una América Latina Libre de Transgénicos.

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