LíMITES AL DESARROLLO
› Por Gerardo De Santis *
“La edad de oro” del capitalismo llegó a su fin durante la década del ’70. El Capitalismo Productivo había empezado a dar señales de agotamiento a fines de la década anterior en los países centrales, que se manifestaba en una caída de la tasa de ganancia producida por el estancamiento de la productividad de la fuerza del trabajo. En consecuencia, una serie de sucesos marcarían las características para un nuevo orden económico mundial, a saber:
- En 1971 se produce la salida de la convertibilidad del dólar decretada unilateralmente por la administración norteamericana lo que significó el mayor default de la historia.
- A partir de ese momento se toma una serie de medidas desregulatorias de los mercados financieros en la mayoría de los países centrales, que hacia fines de los años ‘70 toman mayor impulso bajo los gobiernos de Reagan y Thatcher.
- Esta mayor libertad de acción al capital transnacional permitió compensar la caída en la tasa de ganancia deslocalizando su producción manufacturera de las actividades más simples en los países de Asia.
En este nuevo régimen de acumulación es posible remarcar dos rasgos centrales: por un lado, la predominancia de los capitales financieros por sobre toda lógica basada en la acumulación productiva y, en segundo lugar, por la internacionalización de la flexibilidad laboral al poner en competencia las fuerzas de trabajo de distintos países.
La preeminencia del capital financiero permitió un nuevo esquema de obtención de rentas a partir de múltiples mecanismos; la renta reemplaza a la ganancia, pareciendo hacer realidad la pretensión de autonomía del capital financiero por sobre el capital productivo.
A partir de aquí serían recurrentes las formaciones de burbujas especulativas demostrando que dicha pretensión era ilusoria cuando estas explotaban como “pompas de jabón” con las consabidas consecuencias sociales.
Cada “explosión” deja muchos “moribundos”, ya sean empresas o países. Es entonces cuando se propagan actores en el sistema global, actores ellos que en el auge del capital productivo asumían roles secundarios en la intermediación y la multiplicación del dinero, pero pasan a ser protagonistas.
En el extremo de la valorización financiera está un gran negocio de la época: comprar títulos valores o bonos de los “moribundos” a un precio vilmente bajo para luego, a través de la construcción de una cadena de poder que empieza con los principales bufetes de abogados y termina en jueces dependientes del poder económico financiero internacional, litigar para que la deuda se les reconozca al ciento por ciento del valor.
La Argentina junto a otros países de la región es uno de los primeros países de la economía mundial en adoptar las medidas de liberalización y desregulación financiera y comercial durante el período 19762001. Esta combinación de políticas llevó a un proceso de endeudamiento externo que fue sustentado teóricamente con el simplismo y arrogancia del denominado “enfoque monetario de la balanza de pagos”.
Por aquellos años la Argentina era puesta como ejemplo de lo que los países periféricos debían hacer, tanto por la administración norteamericana, los organismos multilaterales de crédito y las calificadoras de riesgo. El resultado de la experiencia es conocido, la peor crisis económica social de la historia de nuestro país en 2002 que puso en jaque la mismísima reproducción del Estado-Nación y en el plano externo un default generalizado:
- Default de la deuda con acreedores privados por 80.000 millones de dólares.
- Default de la deuda con el Club de París por 6000 millones de dólares.
- Juicios en el Ciadi por aproximadamente 100.000 millones de dólares.
- Retrasos con los organismos multilaterales de crédito: FMI, BM, BID.
La situación actual se presenta tergiversada ante la opinión pública. Por un lado, se sostiene que la Argentina ha tenido un rumbo errático en su frente externo, sin embargo los hechos demuestran que todos los casos fueron resueltos durante estos últimos once años quedando pendiente el juicio de los fondos buitre. Al mismo tiempo se sostiene que, respecto a este último caso, el Gobierno debería haber negociado para acordar con los buitres. El comentario tiene dos falacias, la primera es que la Argentina negoció con los tenedores de bonos y así logró cerrar estos acuerdos. Negoció desde una postura de fuerza y haciéndole notar a la otra parte que también podía perder, práctica imprescindible para encarar cualquier negociación.
La otra falacia es que los buitres querían negociar; esto es desconocer la esencia de su comportamiento. Los buitres sólo “negocian” después de una sentencia favorable, lo que en este caso ocurrió cuando la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos decidió no tomar el caso. Este tiene hoy un final abierto. Pero la conclusión es que esta “globalización” requiere nuevas normas de regulación pensando en los intereses de los pueblos.
* Director del Ciepyc, Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP.
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