LA TEORíA DEL DERRAME
› Por Diego Rubinzal
La “teoría del derrame” afirma que los frutos del crecimiento económico fluyen automáticamente desde la cúspide hacia la base de la pirámide social. De acuerdo con esa visión, el libre funcionamiento de los mercados genera las condiciones necesarias para el crecimiento. Esa idea fue el soporte teórico de las estrategias económicas neoliberales implementadas durante los noventa en los países latinoamericanos.
El estudio de la desigualdad siempre ocupó un lugar central en la historia del pensamiento económico. En la década del cincuenta, el Premio Nobel de Economía Simon Kuznets sostuvo que las desigualdades se reducían a través de la puesta en marcha de un proceso de crecimiento económico. En líneas generales, la teoría era que la desigualdad se incrementaba inicialmente para luego comenzar a disminuir. Así, la evolución de la desigualdad adquiría la forma de una “U” invertida. Por el contrario, el keynesianismo afirmó que existía una relación virtuosa entre distribución igualitaria del ingreso y crecimiento económico.
El debate es amplísimo e incluye los aportes de diferentes escuelas económicas. El propio papa Francisco incursionó en esa materia en su primera exhortación apostólica titulada “La alegría del Evangelio”. El documento papal sostiene que “algunos todavía defienden la teoría del derrame que supone que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante”.
El escrito del Papa fue calificado de “marxista” por los sectores ultraconservadores norteamericanos. Por ejemplo, la congresista del Tea Party Michele Bachmann sostuvo que “este Papa suena como un comunista que odia América y no comprende la Biblia”. Por su parte, la Fundación Heritage remitió al Vaticano un estudio sobre la libertad económica en el mundo “para que el Papa reconsidere sus opiniones sobre economía”. El que no quiso quedar fuera de la polémica fue el economista Juan Carlos de Pablo. El profesor de la Ucema señaló que “en la Argentina Alberto Olmedo personificó la realidad del derrame, cuando varios actores y actrices se quedaron sin trabajo ante la súbita e inesperada muerte del ‘derramador’”. El curioso ejemplo del economista argentino tal vez sea una forma elegante de evitar un repaso por los resultados económico-sociales de la década del noventa. En esa etapa, el desempleo y la pobreza crecieron aun en los “mejores” años de la convertibilidad. La trágica muerte del cómico rosarino pareciera no haber tenido que ver. Por lo menos, la relación causal todavía no pudo ser demostrada en ningún paper.
Las amplísimas desigualdades económicas se plasman en diversos indicadores sociales. Por caso, la disparidad en la esperanza de vida entre diferentes países e incluso a su interior. El profesor español Vicenç Navarro detalla en Las desigualdades de vida y muerte que “el hecho de que un ciudadano de Sierra Leona en Africa viva como promedio 27 años menos que una persona en Japón es un dato importante... lo que se conoce y reconoce menos son las enormes diferencias existentes en la esperanza de vida dentro de los países, tanto ricos como pobres, diferencias que en ocasiones son incluso mayores que las existentes entre países ricos y países pobres (...) estudios epidemiológicos llevados a cabo con gran rigor en la ciudad escocesa de Glasgow, se ha visto que la diferencia del promedio de años de vida entre los barrios más pobres y los más ricos de aquella ciudad industrial de Escocia es de 28 años”. La contundencia de esos datos no disuade a los opositores a las políticas redistributivas.
El “populismo” es acusado, entre otras cosas, de querer “nivelar para abajo”. En esa línea, el profesor de Economía en Harvard Gregory Mankiw se pregunta: “¿Cómo ayudamos a la gente que está en el fondo de la escala en lugar de frustrar a la gente que se encuentra en lo más alto?”. Esa preocupación está emparentada con la de un ex presidente argentino que se apenaba por “la tristeza de los niños ricos”
@diegorubinzal
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