EL RETORNO DE LA POLíTICA
› Por Diego Rubinzal
El kirchnerismo es calificado como autoritario por ciertos grupos de poder. La realidad desmiente las desmesuradas acusaciones: ampliación de derechos, pleno ejercicio de las libertades individuales, despenalización de los delitos de desacato y de calumnias e injurias cuando involucran a funcionarios federales, vicepresidente indagado, fallos de la Corte y tribunales inferiores contrariando los deseos gubernamentales. La vigencia irrestricta de los derechos constitucionales es un hecho indiscutible aun para aquellos que rechazan los “modales” del gobierno nacional.
Pese a ello, las alusiones al autoritarismo gubernamental gozan de buena salud. Los gobiernos latinoamericanos de cuña centroizquierdista, aun con sus diferencias, reciben reproches similares. Por ejemplo, los conglomerados mediáticos calificaron como “antidemocrática y autoritaria” la frustrada reforma constitucional impulsada por Dilma Rousseff. Por su parte, el gobierno de Rafael Correa “pareciera estar decidido a seguir por un camino que lo aleja de la democracia”, según el titular de la Asociación Mundial de Periódicos y Editores de Noticias. La democracia boliviana está “en riesgo” y el gobierno “autoritario” de Evo Morales “marcha a la consolidación de una dictadura política”, denunció el Consejo Nacional de Ayllus y Marqas del Quilasuyo. El ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti expresó, cuando Tabaré Vázquez asumía la presidencia, que “el país se encamina hacia un régimen de populismo autoritario”.
La proliferación de declaraciones contra gobiernos que –con mayor o menor intensidad– intentan desarrollar políticas públicas inclusivas no es fruto de la casualidad.
El economista portugués Francisco Louça señala en Una carta de Hayek a Salazar y los neoliberales autoritarios, a propósito de la Unión Europea y el Estado social, que “existe una tradición común a las varias cepas liberales, que presenta el Estado social como una frontera del riesgo de abuso de la democracia, que potencialmente promueve la degeneración de la relación social y sus valores fundamentales, al favorecer o crear el proteccionismo y la dependencia”.
Los ataques a los gobiernos que promueven un Estado benefactor contrastan con la actitud complaciente (o de franco apoyo) a regímenes dictatoriales. Así, el referente neoliberal Friedrich Hayek apoyó el pinochetismo argumentando que “la democracia necesita de una buena limpieza por un gobierno fuerte”. En 1973, el magnate David Rockefeller y el intelectual Zbgniew Brzezinski crearon la Comisión Trilateral (CT). Ese think tank internacional se convirtió en el ámbito de reunión por excelencia de la elite económica, política y mediática de América del Norte, Europa occidental y Japón. La CT emitió un famoso documento, en 1975, lamentando las consecuencias de la “oleada democrática” de los sesenta. Ese informe criticaba el “exceso de democracia” porque había “una quiebra de los significados tradicionales de control social, una deslegitimación de la política y otras formas de autoridad, y una sobrecarga de demandas sobre el gobierno que excede su capacidad para responder”.
“El espíritu democrático es ecuánime, individualista, populista e impaciente contra las distinciones de clase y rango..., un penetrante espíritu de democracia puede presentar una amenaza intrínseca y socavar todas las formas de asociación, debilitando los vínculos sociales que mantienen unidos a la familia, la empresa y la comunidad”, concluía la CT.
El reflujo de los movimientos populares reconcilió a muchos “liberales” con la democracia. Las fuerzas del mercado se encargaban del disciplinamiento de las fuerzas políticas. El sistema democrático dejaba de representar una amenaza para el poder económico. El retorno del “populismo” latinoamericano rompió con ese “consenso”. Laclau diría que “no puedo menos que reírme cuando escucho hablar del peligro autoritario que los nuevos regímenes populistas representan para las sociedades latinoamericanas. Porque si hay un régimen político al cual es inherente el autoritarismo no son los regímenes populistas sino el neoliberalismo”
@diegorubinzal
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