LAS ELITES Y EL SABER ECONóMICO
› Por Andrés Asiain
Raúl Scalabrini Ortiz solía señalar que los asuntos de economía y finanzas eran tan simples que hasta un niño que supiera sumar y restar podía comprenderlos. Por eso recomendaba que cuando le hablen de esos temas, pregunten hasta entender y “si no la entienden, es que están tratando de robarlos”. Si el ciudadano común lograra romper el cerco de tecnicismo tendido por los “especialistas”, habría aprendido “a defender la patria en el orden inmaterial de los conceptos económicos y financieros”. Aquella enseñanza que el militante yrigoyenista había elaborado en la Década Infame a partir de su denuncia de los manejos económicos de los gobiernos conservadores, fue rechazada recientemente por un ex asesor de Ricardo Alfonsín en asuntos económicos.
En una nota titulada “Simplicidad y facilismo (la navaja de Scalabrini)”, Eduardo Levy Yeyati señala que “el desarrollo, la economía, las finanzas, las instituciones o la política son conceptos complejos, difíciles de reducir a un conjunto de sumas y restas infantiles”. Para el ex economista del BCRA en tiempos de Duhalde, la frase de Scalabrini “no es inocua: está arraigada culturalmente (en la sospecha que despiertan la economía en particular, y los argumentos elaborados en general), se extiende a otros aspectos del debate intelectual (y en la política new age de imágenes sin guión) y es el caldo de cultivo de atribuciones fáciles de males y penurias a unas pocas personas (en particular, al técnico pedante que viene a explicar lo obvio de manera difícil)”.
Sin embargo, el mensaje de Scalabrini no debe interpretarse en forma literal como lo haría un niño, e imaginar que negaba, por ejemplo, la necesidad del álgebra matricial para la elaboración de una matriz insumo-producto propugnando su reemplazo por simples sumas y restas. Las complejidades técnicas pueden ser necesarias en la economía como en cualquier profesión. Pero al igual que un mecánico puede aprovechar el desconocimiento de su cliente para cobrarle una barbaridad por un sencillo arreglo, el economista puede utilizar un lenguaje encriptado para vender al público un costoso desarreglo económico en beneficio de un determinado sector social. En ese caso, el tecnicismo no es una herramienta para el abordaje de un problema complejo, sino un medio para encubrir los intereses que se mueven detrás de determinadas opciones de política económica.
En la misma nota, Yeyati cita a Aristóteles, Ptolomeo y Einstein para reivindicar la simplicidad y no el facilismo. Paradójicamente, esa ha sido la característica del pensamiento de Scalabrini Ortiz, donde el abordaje de temáticas como la deuda externa, la política ferroviaria, el comercio exterior o las instituciones bancarias fue rescatado tanto del facilismo liberal del “granero del mundo” o la “amiga Inglaterra”, como del otro facilismo que, escondido bajo un ropaje técnico de comparación de rindes y tasas, pasa por alto las relaciones de poder en que se enmarcan los asuntos económicos y financieros.
La profusa obra del intelectual de Forja y su reivindicación por las jóvenes generaciones que se suman a la política con afán transformador, son una muestra sobrada de la tergiversación que se comete con su mensaje cuando se lo busca asociar a campañas políticas lavadas para el consumo de electores despolitizados, donde se prometen soluciones mágicas a las problemáticas económicas. Por el contrario, Scalabrini enseñó que la resolución de los problemas del país en forma favorable a las mayorías es difícil, pero no por su complejidad técnica, sino por las relaciones de poder en que se sustentan
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