Dom 04.01.2015
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CONTROVERSIAS SOBRE LA DESIGUALDAD Y LA POBREZA

“Ninguna política es neutra”

El investigador del Conicet Gabriel Kessler analiza el período kirchnerista como un escenario que combina mayores igualdades en ciertos ámbitos con la persistencia de desigualdades en otros.

› Por Natalia Aruguete

¿Es la sociedad argentina actual más o menos desigual que en el pasado reciente? Esta pregunta es vertebradora del último libro de Gabriel Kessler, Controversias sobre la desigualdad (FCE). En esa obra, este investigador del Conicet y la Universidad de La Plata marca una serie de tendencias contrapuestas que se vienen dando desde la asunción de Néstor Kirchner a la presidencia en 2003. Un escenario que combina mayores igualdades en ciertos ámbitos con la persistencia de desigualdades en otros. En diálogo con Cash, Kessler propone una disquisición de las definiciones conceptuales en torno del concepto de igualdad y explicita su postura académica e ideológica respecto de cómo estudiar esta problemática.

Una crítica recurrente en su libro está centrada en la mirada unidimensional de la pobreza y la desigualdad. ¿En qué consiste esa observación?

–Desde hace algunas décadas hay un descontento con limitar la cuestión del bienestar a la dimensión económica, más particularmente al ingreso. Eso llevó a la búsqueda de alternativas, como el índice de desarrollo humano, que incluye ingresos e indicadores de salud y de educación, lo que también derivó en una concepción multidimensional de la pobreza cuya medición se realiza en muchos países.

¿Qué características tiene esa mirada multidimensional?

–En rigor, son varios debates. Por un lado, la diferencia entre pobreza objetiva y pobreza subjetiva (definida por los propios individuos), un aspecto que se suma a discusiones de larga data sobre pobreza absoluta y relativa. Respecto de la desigualdad, tanto en América latina como en los países centrales, en los últimos años hubo una reducción a analizar la desigualdad a partir de los ingresos entre individuos u hogares, con una suerte de “fetichización” del coeficiente de Gini como el indicador que mostraría una mejora de la igualdad en la región. En un momento en el cual en América latina disminuyen las desigualdades, se actualiza ese debate.

¿Por qué?

–Por un lado, que baje la desigualdad de los ingresos no necesariamente supone que ésta disminuya en las otras esferas. Por otro lado, no alcanza con que disminuya el coeficiente de Gini para que se reduzca la desigualdad. Por varias razones. No estamos incluyendo lo que ocurre con la distribución funcional entre trabajo y capital pero, además, el coeficiente de Gini puede disminuir por una mejora en la distribución entre sectores altos y medios, aunque no necesariamente en las capas más bajas, como ocurrió en México.

En su mirada multidimensional de la desigualdad, ¿cómo eligió qué dimensiones incluir?

–Decido qué esferas es importante tomar en consideración a partir los siguientes criterios: que tengan relevancia estructural por ser fundamentales para el bienestar y que haya controversias sobre dicha esfera. Me interesa mapear las controversias sobre lo que pasa en esas esferas, aunque también donde hay acuerdos. Pero hay que reconocer que, en cada período, también se someten a discusión unos temas y no otros.

¿Como cuáles?

–Hay temas que hoy a la sociedad le importan y quizás hace una década un poco menos, como infraestructura, la cuestión rural y la inseguridad. En ese sentido, soy tributario de las teorías de los problemas públicos. Por otro lado, la elección de las esferas está marcada por aquellas en las que hay margen de maniobra para atenuar desde las políticas públicas. Por ejemplo, puede haber políticas y acciones que permitan que no haya una reproducción o que se atenúen desigualdades que vienen de la esfera económica. En síntesis, importancia estructural, grado de controversia y margen de maniobra de las políticas.

¿Qué aporte hace la perspectiva de los problemas públicos para analizar esta multidimensionalidad?

–La corriente de los problemas públicos permite restituir la historicidad de los problemas que, en un momento dado, preocupan a la sociedad, y entender que esos problemas y no otros están en el centro de la escena, son producto de la acción de los actores, de la sociedad y de los medios. Es decir, hay cierto grado de contingencia de aquello que en una época está en el centro del debate y la configuración que adquiere el problema y sus eventuales soluciones.

Usted rescata del investigador francés, François Dubet, la diferencia entre “igualdad de posiciones” e “igualdad de oportunidades”. ¿Por qué se inclina por la igualdad de posiciones para su estudio? ¿Qué nociones subyacen a este concepto?

–Entre el ideal de la igualdad de posiciones y el de igualdad de oportunidades, el primero ha tenido ejemplos históricos en el siglo XX que se acercan a ese horizonte, como las sociedades socialdemócratas europeas. La idea de igualdad de posiciones conlleva un enfoque de la igualdad a lo largo de todo el ciclo de vida de los individuos, mientras que la idea de igualdad de oportunidades tiene detrás una idea meritocrática y es, si miramos empíricamente, una ficción.

¿Por qué habla de ficción?

–Porque no hay sociedades que hayan sido un ejemplo de la igualdad de oportunidades, ello requeriría de un movimiento revolucionario que invalide todo tipo de herencia material como simbólica: capital social, capital cultural, patrimonio, contactos. Eso es imposible. Por otro lado, la igualdad de oportunidades presupone una situación falsa de competencia perfecta, una sociedad en la que los “perdedores” no tendrían nada que reclamar porque su situación sería resultado de una compulsa justa. La idea de igualdad de posiciones nos obliga a estar atentos a las distintas situaciones de desigualdad que pueden darse en cualquier momento del ciclo de vida y no sólo en ese ficticio momento inicial de la competencia.

¿Qué causas encuentra en la persistencia de algunas dimensiones de la desigualdad y no en otras?

–Lo que tracciona el mercado de trabajo, en particular en el sector más protegido, o el aumento de las coberturas (jubilación, obras sociales nacionales o municipales, transferencia condicionada) implica una ganancia respecto de la década del 90; lo mismo ocurre en campos completamente nuevos, como el de la brecha digital con el Conectar Igualdad, o reivindicaciones históricas como la ley de empleo rural y la ley de empleo doméstico. Si en términos generales uno tuviera que tomar una postura dicotómica –pese a los contraluces que marco en el libro–, es una década de mayor disminución de las desigualdades. Pero si nos alejamos del mercado de trabajo y tomamos ámbitos como la salud o la calidad educativa, nuestro desempeño fue peor que el de otros países de la región. Disminuimos las desigualdades mucho más en ingreso que en calidad de educación, en salud arbitrada por el gasto, en vivienda, en las probabilidades de ser víctima de un homicidio y en desigualdades territoriales. Toda ganancia es frágil en su definición si puede ser erosionada por propias acciones en el futuro.

¿En qué sentido?

–Una cuestión a evaluar es cuánto se podría haber hecho en el mismo período. Había muchas desigualdades de larga data, a lo que se sumó la década del 90. En algunas áreas sí se podría haber hecho más, pero también creo que se podría haber hecho menos. Si comparo con países similares en este período veo que, con un gasto similar o menor, mejoraron más su desigualdad en ciertas esferas. Creo que la igualdad es un concepto que exige mucho en términos de política pública. La disminución de la desigualdad no puede ser una política por fuera de las otras políticas, debe ser transversal a todas. Ninguna política es neutra respecto de la desigualdad: una iniciativa de seguridad, una inversión privada, una política audiovisual. Todo tendrá un impacto en términos de igualdad y desigualdad, incluso con tendencias contrapuestas no deseadas.

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