Dom 05.04.2015
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INVERSIóN ESTATAL Y DEL SECTOR PRIVADO EN CIENCIA Y TECNOLOGíA

Conocimiento y producción

El desafío de impulsar una nueva articulación entre producción y conocimiento que permita mejorar la posición de Argentina en una economía mundial con tendencias polarizantes.

› Por Esteban Magnani

La creciente inversión estatal de los últimos años en el sistema científico-tecnológico indica una clara conciencia de que un país inclusivo necesita aumentar el contenido tecnológico de la producción para generar trabajos de calidad y bien remunerados; la alternativa es un modelo agroexportador para el que hace falta cada vez menos gente y al que le “sobra” la mayor parte de la población. Pero las dificultades para lograr ese cambio estructural no se resuelven sólo con inversión y generación de conocimiento.

El balance fino de la última década da cuenta de señales positivas en ese sentido: una conciencia cada vez mayor de los científicos de que su trabajo no tiene por qué terminar al publicar un paper, sino en aportar a una industria del software o de maquinaria agrícola que comienzan a mover al menos ligeramente la aguja de la economía, o participar en hitos como el Arsat-1, que con su poder simbólico entusiasma a las nuevas generaciones con la producción de ciencia y tecnología. Aún así, además de las presiones internas y externas que empujan al país a mantenerse como proveedor de materia prima, existen dificultades serias para casar el conocimiento científico con la innovación industrial.

Estos temas específicos los aborda el economista e investigador de la Universidad de General Sarmiento y el Conicet Sebastián Sztulwark, quien presentó sus conclusiones recientemente en el encuentro Alternativas al neoliberalismo en América Latina, realizado en México por la IIEC-UNAM: “Existe una seria dificultad para transformar la creación de conocimiento en innovación productiva. Es un problema no sólo para Argentina. Es que una cosa es crear conocimiento, desarrollar un sistema capaz de generarlo en áreas económicas estratégicas, y otra llevarlo al mercado, explotarlo económicamente. Ese paso no es automático. Requiere de una compleja estructura empresarial, que puede ser pública, privada o mixta, para acceder al conocimiento y ser capaz de situarlo en otro contexto. En general, son las grandes empresas globales las que tienen estas capacidades. A pesar de la indudable mejora en estos años en materia de infraestructura de formación e investigación, el esfuerzo en esta materia, comparado en términos internacionales, todavía no es muy alto. El otro problema es la falta de una política industrial más consistente con esta inversión en la generación de conocimiento”, explica Sztulwark.

¿La empresa argentina desconfía tanto del Estado que no usa su conocimiento?

–No es sólo un problema de confianza. Es un problema de especialización productiva en actividades que demandan relativamente poco conocimiento científico y tecnológico. De lo que se trata es de transformar ese sendero. El problema no es apoyar a la ciencia para que finalmente derrame al sistema productivo: es construir un patrón productivo que se apoye en el conocimiento científico y tecnológico, pero también en otros saberes como el diseño y la cultura en un sentido amplio.

Los países latinoamericanos en general han sufrido una reprimarización de sus exportaciones en los últimos años. ¿Por qué?

–Esto tiene que ver, en primer lugar, con el precio de los commodities: es muy difícil realizar un proceso de cambio estructural cuando existe alta rentabilidad en los productos básicos. En estos casos, los desincentivos para emprender un proceso de cambio estructural son muy fuertes. Lo que se presenta es un problema de apropiación de la renta y, por lo tanto, de una estructura de poder que se apoya sobre esa rentabilidad extraordinaria. En segundo lugar están las propias limitaciones de las políticas de promoción productiva de los países como el nuestro, que dificultan la construcción de un sendero productivo más interesante desde el punto de vista del desarrollo económico de largo plazo.

¿Cómo está la Argentina en ese escenario latinoamericano?

–Las exportaciones latinoamericanas en la última década han tendido a reprimarizarse, tanto por el precio de los commodities como por la ausencia de políticas consistentes en materia de cambio estructural. En el caso argentino el grado de primarización se mantuvo estable, pero en un nivel promedio más alto que el de la región, según datos de la Cepal. En todo caso, la discusión es cómo avanzar en un proceso de cambio estructural, esto es, en una nueva articulación entre producción y conocimiento que permita mejorar la posición de nuestro país en una economía mundial con tendencias polarizantes.

¿El Estado no capitaliza mejor que el sector privado el nuevo conocimiento en nichos específicos como los satélites, radares, centrales nucleares?

–Sí, existe un papel muy importante para el Estado en la alta tecnología. Pero hay que tener en cuenta que el Estado también tiene dificultades para la explotación económica de esa tecnología. La capacidad empresarial no sólo es un déficit privado, también del Estado. Invap es un importante hito tecno-productivo. Pero exporta por unos doscientos millones de dólares. Es muy relevante desde un punto de vista microeconómico, pero no tanto en relación con los números macro.

¿Cómo se “casa” el conocimiento generado por el aparato científico-tecnológico con la empresa en Argentina?

–Desde el punto de vista del diseño de la política de promoción, habría que lograr articular las dos dimensiones fundamentales del cambio estructural: sostener la inversión en el desarrollo de infraestructura de formación e investigación y promover capacidad empresarial, pública, privada o mixta, que permita apropiarse del conocimiento generado. No tiene sentido que el Ministerio de Industria tenga un plan estratégico y el Ministerio de Ciencia y Técnica tenga otro. Eso quiere decir que tienen estrategias independientes. Lo que se requiere, en cambio, es el desarrollo de alguna instancia de planificación supraministerial que tenga la capacidad efectiva de comandar la planificación productiva desde una perspectiva global

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