Dom 03.05.2015
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Riesgo...

› Por Mariano Kestelboim *

Brasil era el ejemplo a seguir hasta hace poco para muchos difusores de las supuestas buenas prácticas en materia de política económica. Los malos resultados recientes los acallaron. Sin el sostenimiento de una activa participación estatal en su economía, después de dos años de desaceleración, Brasil se estancó en 2014 y se prevé una recesión para este año. El FMI, la Cepal y los analistas consultados por el Banco Central de Brasil coinciden en que la actividad caería 1 por ciento.

Según la nota de tapa de Página/12 del pasado 22 de marzo, la situación de nuestro mayor socio comercial es lo que más le preocupa al gobierno nacional, más que la competitividad del tipo de cambio. La visión oficial es que están lanzados a una “política económica ultraortodoxa”. Con el objetivo de recuperar competitividad, el gobierno de Dilma Rousseff decidió bajar gasto público, devaluar (el tipo de cambio con el dólar llegó a subir un 45 por ciento en los últimos seis meses) y subir las tasas de interés, combo de políticas neoliberales, donde el gran costo lo pagan los trabajadores.

La relevancia de la dinámica de la economía de Brasil para Argentina es central; en particular, para la industria nacional. En una economía en recesión, para no vender bajando precios en el propio mercado, la salida es exportar y más hacia mercados con una alta vinculación comercial (Argentina es el tercer destino de las exportaciones de Brasil y sus productos no pagan aranceles por integrar el Mercosur). Con una industria nacional activa, los envíos de Brasil sustituirán producción local en buena medida, a diferencia de lo que sucederá en los otros países de la región. En éstos la oferta brasileña competirá más sobre importaciones de otros orígenes, ya que sus industrias poseen una baja participación en el abastecimiento de sus mercados. En un mundo creciendo lentamente y con la producción asiática acaparando mercados, el margen de Brasil para colocar productos en otros destinos será muy acotado y la competencia será más agresiva.

A la vez, la industria nacional también se verá perjudicada por el lado de sus exportaciones. “Si Brasil cae, nosotros tenemos un problema directo, porque el 60 por ciento de lo que vendemos al exterior en la industria no alimentaria va a ese mercado”, precisó el ministro de Economía, Axel Kicillof, a principios de marzo pasado. Vale recordar que la crisis y la devaluación del real en 1999 fueron el preludio del colapso de la Convertibilidad. De todos modos, hoy el marco es distinto porque hay mucha más capacidad de aplicar políticas económicas que apacigüen el impacto de la crisis de nuestro vecino. Sin embargo, el panorama no deja de ser muy complicado.

La reducción del crecimiento de Brasil estuvo acompañada por una contracción del gasto público que ya había empezado en 2011. El documento “La desaceleración rudimentaria de la economía brasileña desde 2011”, de Franklin Serrano y Ricardo Summa, investigadores de la Universidad de Río de Janeiro, señala que “a finales de 2010, el gobierno, además de continuar con la trayectoria de aumentos de la tasa básica de interés e introducir las medidas macroprudenciales de control de crédito, comenzó un fuerte ajuste fiscal con el objetivo de aumentar el superávit primario, de forma de cumplir la meta completa de 3,1 por ciento del PIB para 2011”. Los autores recalcan que “la caída del crecimiento fue muy grande para ser explicada sólo por la caída de las exportaciones”.

El equipo económico, que asumió en noviembre del año pasado en Brasil, liderado por Joaquim Levy, un chicago boy apodado “manos de tijera”, redobló la apuesta del ajuste y está eliminando políticas que habían sustentado el crecimiento de Brasil en los años anteriores. Entre otros instrumentos que está dando de baja, además de una mayor reducción de la inversión pública, se destacan los créditos blandos para la industria, las exenciones impositivas y los subsidios de tarifas de servicios públicos. Como siempre, el ajuste se justifica diciendo que restaurará la confianza y que así dinamizará inversiones. En realidad, esas políticas buscan que la demanda genere menos presión sobre los precios, de modo que el efecto de la devaluación no se pierda por la inflación que acarrea y sea efectiva en la reducción de los costos laborales (medidos en dólares). Desde ya, también se espera que el superávit fiscal genere mayor margen para saldar deudas del sector público.

El deterioro del contexto internacional y, en particular, la brusca caída de los precios de los recursos naturales es usada como excusa para aplicar esos programas. “No es culpa de los otros (en relación a la anterior gestión económica). Es el escenario que ha cambiado y, como la presidenta Dilma lo ha dicho, se ha agotado nuestra capacidad de hacer una política anticíclica”, advirtió el ministro Levy para justificar la obsesión por alcanzar un superávit fiscal que garantice que la deuda de su país no pierda su nota ante las agencias calificadoras de riesgo internacionales.

Hasta 2014, el crecimiento de la demanda asiática, la revalorización de los recursos naturales, bajas tasas de interés internacionales y un ingreso importante de inversiones extranjeras directas (IED) habían contribuido al crecimiento brasileño, sólo interrumpido en 2009 por la crisis que estalló en Estados Unidos. Sin embargo, las políticas de inclusión social y apoyo a la producción también habían tenido un impacto relevante en el crecimiento de Brasil. De la mano de una amplia cobertura social, a través especialmente del programa “Bolsa Familia”, y de la generación de empleos, Brasil logró reducir la desigualdad y la pobreza. En 2003, el desempleo urbano afectaba al 13 por ciento de los trabajadores y la pobreza cubría al 36,3 por ciento de la población y, diez años después, la desocupación se redujo al 4,8 por ciento y la pobreza había caído a prácticamente a la mitad (18,6 por ciento), según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística. Bolsa Familia fue lanzado en octubre de 2003 por Lula, a diez meses de haber asumido la presidencia. Luego de más de una década de vigencia, el beneficio, variable según el ingreso de cada hogar carenciado, la cantidad y edad de los niños que lo componen, permitió sacar a 36 millones de personas de la pobreza extrema.

Un contexto internacional favorable y un mercado en crecimiento con baja inflación atrajo a la IED en Brasil. El país se ubicó como cuarto mayor receptor de IED en el mundo en 2013, detrás de Estados Unidos, China y Rusia. Bajo ese concepto, ingresaron capitales a la mayor economía de Latinoamérica por 472.614 millones de dólares, entre 2007 y 2014. La cifra es siete veces más alta que la recibida por Argentina en el mismo período y supera la suma de toda la IED registrada en Chile, Colombia y México en esos mismos años. Casi la mitad de esas inversiones en Brasil provino de compañías de Europa y cerca del 20 por ciento llegó desde Estados Unidos, según datos del Banco Central de Brasil. Los sectores que más aportes del exterior recibieron fueron: servicios financieros, telecomunicaciones, industrias automotriz, química, metalúrgica y de bebidas (con una gran participación del grupo belga de cervezas InBev), los sectores de seguros, seguridad social, salud, inmobiliario y la explotación de recursos naturales, básicamente minerales, petróleo y gas.

El ingreso de inversiones y revaluación de los recursos naturales fueron fértiles para la especulación financiera. Y el modelo fue relegando el desarrollo productivo y las necesidades infraestructura básica y fue interconectando su economía mucho más a las condiciones de volatilidad financiera internacional. Con tasas de interés en los países centrales casi nulas y tasas en Brasil en moneda local en torno al 11 por ciento y libre movilidad de capitales, realizar depósitos en reales financiados con préstamos en divisas a bajas tasas ha generado grandes ganancias especulativas. Ese esquema de negocios y la IED fueron centrales para que Brasil acumule reservas en su Banco Central. En la última década se multiplicaron por siete y llegaron a superar los 370.000 millones de dólares. En tanto, los notables descubrimientos de petróleo y su inclusión entre los Brics habían consolidado a Brasil como la gran potencia emergente occidental, a los ojos los más grandes medios de comunicación locales, a pesar de que el modelo ya presentaba peligrosas inconsistencias.

Sin dudas la desaceleración de la economía mundial, la extensión de la recesión en la periferia de la Unión Europea y la caída de los precios de los recursos naturales en 2014 perjudicaron la actividad en Brasil. Sin embargo, el comienzo del deterioro de su economía fue previo y no puede justificarse sólo por el cambio de las condiciones internacionales para aplicar planes de ajuste, sobre todo en una economía relativamente cerrada como la brasileña, donde las exportaciones representan sólo el 11,5 por ciento de su PBI y las importaciones el 14,3 por ciento (datos de 2014).

En el medio, la política de metas de inflación, que derivó en un proceso de fuerte apreciación cambiaria desde el 2007, motorizó el negocio financiero y fue afectando la competitividad de la industria. La actividad manufacturera se fue ralentizando desde ese año y así fue perdiendo participación tanto en el mercado interno como en las exportaciones generales de Brasil. La industria representaba el 29 por ciento del PBI en 2005 y en 2014 apenas explicó el 23 por ciento. La diferencia la captó el sector de los servicios. En tanto, las exportaciones de productos manufacturados representaban, hasta 2006, cerca del 55 por ciento las ventas totales al exterior y el año pasado tocaron fondo: sólo el 35,6 por ciento. Las ventas de bienes primarios (minerales, combustibles, azúcar, soja, café y carnes, básicamente) ganaron el espacio. Esa mayor participación de productos agrícolas y minerales sobre los industriales se explica tanto por el incremento de los precios de los commodities como por el letargo de la exportación de manufacturas.

La combinación de primarización y caída de los precios de los commodities originó en 2014 que Brasil registre su primer déficit comercial en 15 años. El rojo fue de 3959 millones de dólares. Si bien la cifra es pequeña en relación al tamaño de su mercado, el dato preocupante es que el resultado comercial hace varios años que dejó de moderar el déficit que Brasil posee de cuenta corriente. En 2014, fue de 90.900 millones de dólares, equivalente al 4,2 por ciento del PIB (el peor resultado de cuenta corriente en 13 años). De esta forma, el país acumuló un saldo negativo de cuenta corriente de 378.460 millones de dólares en los últimos siete años. El ingreso de capitales especulativos y la IED lo ha financiado. Pero la perspectiva de un aumento de tasas de interés en Estados Unidos preocupa y podría comprometer aún más a Brasil.

El líder del Mercosur podía evitar la devaluación vendiendo reservas (actualmente posee cerca de 363.000 millones de dólares), pero prefirió bajar salarios y trasladarle la crisis a sus vecinos a través de exportaciones a menores precios.

Frente al renovado avance de esquemas de regulación neoliberales en la región, Argentina deberá seguir mejorando su sistema de administración comercial para evitar que las políticas adoptadas por el mayor socio comercial ensombrezcan el panorama económico local. Y, sobre todo, habrá que estar alertas a que, maquillados, no resurjan planes económicos en el país de vaciamiento de las riquezas nacionales y degradación de la plataforma productiva que, como sabemos, terminan con crisis y la pérdida de soberanía.

* Economista de la Sociedad Internacional para el Desarrollo.

@marianokestel

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