DEBATE POR LAS PATENTES LA LECCIóN DE LAS IMPRESORAS 3D
Cada vez más voces se levantan contra el actual sistema de patentes que, lejos de fomentar la innovación, facilita posiciones monopólicas con una rentabilidad extraordinaria.
› Por Esteban Magnani
En materia de protección de la creación intelectual, los primeros antecedentes formales datan del estatuto de la reina Ana, de principios del siglo XVIII, que establecían un período de derecho de catorce años para el autor, renovables si este se encontraba vivo al finalizar el período. Desde aquellos tiempos, los períodos de protección se han extendido sistemáticamente y en la actualidad llegan a impedir la copia total o parcial de la obra sin permiso hasta setenta años después de la muerte del autor, tras lo cual la obra pasa a ser de dominio público. El período máximo aceptado para patentes de inventos es de veinte años, un número que parece menor en comparación, pero bastante largo si se considera el actual vértigo tecnológico. A juzgar por las extensiones sistemáticas de los períodos de protección, lo que se estimula no es la innovación sino el mantenimiento de lo que comúnmente se llama “monopolios artificiales”, es decir la prohibición por medios legales de copiar algo que podría ser reproducido sin quitárselo al creador.
¿Qué pasa si se libera una tecnología antes de que esté obsoleta? Las impresoras 3D permiten vislumbrar una respuesta. La patente de una de las técnicas más populares de este tipo de impresión, llamada Modelado de Fusión por Deposición, caducó en 2009. Este simple hito legal permitió un florecimiento exponencial de pequeños emprendedores que tomaban el conocimiento existente, lo desarrollaban y volvían a compartirlo hasta en rincones del planeta como la Argentina, donde existe también una fuerte comunidad dedicada a la impresión 3D. En unos pocos años se han construido y compartido diseños de impresoras que permiten hacer objetos de chocolate, prótesis, tejidos vivos, casas de cemento, juguetes. El resultado es una verdadera revolución creativa en un campo recientemente exclusivo de grandes jugadores. A principios de 2014 cayó otra serie de patentes entre las que se cuenta el sinterizado láser, un sistema que permite colocar capas de un polvo especial que se fusiona con un láser para darle la forma deseada. Esta técnica que promete una nueva revolución en el campo permite, entre otras cosas, que las piezas fabricadas sean más sólidas y que tengan partes que cuelgan.
Cada vez más voces se levantan contra el actual sistema de patentes, el cual, lejos de fomentar la innovación, facilita posiciones monopólicas con una rentabilidad extraordinaria, que se utiliza en buena medida para fortalecer la posición de control del mercado por medios legales. Existen empresas llamadas “patent trolls” o “troles de patentes” que las compran solo para litigar agresivamente contra cualquiera que las afecte aunque sea tangencialmente. Empresas bien establecidas también gastan millones en abogados: en 2012 Apple le ganó a Samsung un juicio por mil millones de dólares por una larga serie de reclamos que incluían hasta la curvatura exacta de los bordes de sus celulares. Ese tipo de disputas resultan anecdóticas cuando se analiza lo que ocurre cuando se patenta la vida al registrar genes relacionados con semillas o medicamentos con todas las consecuencias que eso trae.
El actual uso de las patentes ya es percibido como un problema serio para la innovación no solo por los militantes del conocimiento libre sino también por actores poderosos que ven, por ejemplo, cómo alguien puede ser demandado por una gran empresa luego de dedicar su vida a desarrollar un invento que no patentó a tiempo por falta de recursos. En los países del tercer mundo el problema es aún más acuciante porque el dinero invertido en comprar conocimiento del exterior puede dificultar el desarrollo local, reforzar la inversión en los países centrales y generar un círculo vicioso muy difícil de romper. Así es que los precios se inflan artificialmente por largos períodos y la rentabilidad extraordinaria se usa, en buena parte para distribuir entre accionistas. Ya en 2012 el diario The New York Times mantenía una “sala de discusiones” online llamada “¿La ley apoya a inventores o a inversores?” donde escribían distintos especialistas en el tema. El ejemplo de las impresoras 3D, al igual que otros muchos emprendimientos basados en el hardware libre, resultan interesantes para pensar lo que ocurre con el conocimiento cuando circula libre.
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