Dom 22.11.2015
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FRONDIZI, KRIEGER VASENA, RODRIGO Y DUHALDE. ¿TAMBIéN MACRI?

Ajustes y devaluaciones

La megadevaluación adelantada por los economistas de Macri y por el propio candidato a presidente en caso de ser gobierno puede ser analizada a partir de experiencias pasadas. El saldo sería elevada inflación y fuerte pérdida de los asalariados en la distribución de la riqueza.

› Por Julián Zícari *

Para buscar entender lo que puede pasar con el próximo gobierno es importante entender qué pasó antes con los planes de ajustes y las devaluaciones. Lo sucedido con Frondizi, Krieger Vasena, Rodrigo y Duhalde son cuatro casos que pueden dar pistas al respecto.

En diferentes épocas la economía argentina sufrió tensiones sectoriales, desequilibrios y también contextos adversos, en algunos casos similares a los de la actualidad. Así, los gobiernos de turno según su ideología y objetivos diseñaron diagnósticos y planes económicos para intervenir, escogiendo prioridades, sectores a los cuales castigar, beneficiar y herramientas de acción. La larga historia de experiencias en el país es un buen ejemplo sobre lo que virtualmente pudiera hacer el próximo gobierno, especialmente con lo referido al dólar, la distribución de ingresos, los salarios y la inflación.

En este sentido, tanto Macri como Scioli han apelado a mirarse en el espejo de la historia para dar pistas sobre qué planean hacer: Scioli utiliza como su palabra de cabecera “desarrollo”, sugiriendo que se debe pasar a la “etapa superior” del crecimiento –especialmente el industrial– con políticas públicas acorde a ello. Por el lado de Macri, éste ha señalado reiteras veces que el líder político con el que se identifica es Arturo Frondizi, el desarrollista por antonomasia, y que también ha señalado al nieto del socio intelectual de Frondizi –Rogelio Frigerio– como uno de sus principales referentes económicos. Por lo tanto, vale la pena echarle una ojeada a otros planes de ajuste y devaluaciones del pasado para intuir el futuro.

Comencemos evaluando entonces lo realizado por Frondizi y el desarrollismo en vistas al plan de ajuste y estabilización aplicado en 1959. Este plan fue diagramado por Frondizi junto al FMI y tuvo como objetivo acelerar el crecimiento industrial, con el fin de volver al país una potencia desarrollada. La estrategia central para ello fue realizar una fuerte devaluación del dólar (casi del 60 por ciento), con la idea de cambiar las rentabilidades sectoriales para favorecer principalmente al agro con vistas a que provea las divisas y sortear así el ahogo externo.

Además de devaluar, el plan aplicó el clásico recetario del ajuste: bajó el gasto estatal, subió tarifas de servicios públicos y contrajo el circulante, a la par que liberó los controles estatales sobre la divisa y favoreció al capital extranjero para que se radicara en el país. Las consecuencias inmediatas del plan fueron multiplicar la inflación anual, que pasó del 22 a 129 por ciento, derrumbar la economía un 7 por ciento y generar una brusca redistribución del ingreso, esto último uno de los claros objetivos del plan. Así, los asalariados perdieron participación en el PBI (cayó del 46 al 38 por ciento) y fue transferida inmediatamente a los sectores empresariales.

El mismo Frondizi había asegurado cuando lanzó el plan que ya no eran tiempos de “distribuir” como había sido durante el peronismo, sino más bien de “acumular capitales” para acelerar el desarrollo y que, por ende, los trabajadores tenían que hacer un esfuerzo por el país cediendo puntos de la puja distributiva.

Otro plan de ajuste interesante de evaluar es el que aplicó Krieger Vasena en 1967, bajo el gobierno militar de Onganía. Se aplicaron también las típicas recetas del programa liberal: reducción del gasto, suba de las tarifas de servicios públicos, contracción monetaria, toma de préstamos externos, apertura económica y liberalización financiera. Sin embargo, la mayor novedad del plan fue la introducción de lo que se denominó “devaluación compensada”, con la que el tipo de cambio aumentó un 40 por ciento, pero aplicando a la vez retenciones a la exportación de productos primarios del 30 por ciento y permitiendo de ese modo que el Estado pudiera captar una parte de renta extraordinaria generada por dicha devaluación. La política de Krieger Vasena fue una rara excepción en sus resultados: por un lado, no generó la brusca y tradicional redistribución de ingresos en contra de los sectores asalariados (aunque sí abortó el proceso de recuperación que venían teniendo), y el plan de ajuste no fue recesivo como era habitual hasta entonces (donde tuvo el merito de sortear la fase descendente del ciclo de stop and go, gracias a un agresivo plan de obras públicas financiado en parte con las retenciones) y, por último, evitó que el efecto devaluatorio se vaya a los precios, puesto que no aceleró la inflación, sino que incluso la redujo.

La tercera experiencia de ajuste que vale la pena tener en cuenta fue la del Rodrigazo, aplicada por el peronismo en 1975. En este caso, no sólo fue un suceso de hondas consecuencias para la historia del país, ya que fue el primer antecedente de la finalización abrupta del modelo de industrialización por sustitución de importaciones, sino que implicó el desembarco orgánico del neoliberalismo. El programa del Rodrigazo fue presentado por las autoridades como un “sinceramiento económico” (una expresión que desde algunos cuadros del PRO están comenzado a utilizar), señalando que debían corregirse todos los desequilibrios heredados, puesto que la dinámica de la economía era insostenible y por ende debía corregirse rápido. Se aplicó así una “terapia de shock”: el gasto bajó fuertemente, subieron las tarifas públicas más de 100 por ciento, se subió la paridad cambiaria un 160 por ciento, se liberaron las tasas de interés y se quitaron subsidios.

El suceso más importante fue la fuerte expansión monetaria realizada, la cual desnudaba el objetivo de fondo. Según confesó el autor intelectual del plan, Ricardo Zinn, el objetivo fue generar una hiperinflación inducida para romper todos los diques económicos y con ello posteriormente buscar un nuevo equilibrio de precios aunque “realizado por el mercado” y ya sin intervención del Estado. Con esto, se podría disciplinar a los trabajadores –especialmente a los sindicatos– y debilitarlos en el proceso de puja distributiva. Las consecuencias de aquella experiencia fueron muy claras: se generó la transferencia de ingresos más brusca de la historia desde los asalariados a los empresarios (con lo que la participación de los primeros cayó al 23 por ciento), mientras que el proceso inflacionario llegó a superar el 400 por ciento anual, para debilitar al gobierno democrático y así favorecer una nueva intervención militar.

El último caso de estudio con el que quizá valga la pena comparar el pasado con un virtual futuro es el de la salida de la convertibilidad en 2002 con Duhalde. El final del tipo de cambio fijo implicó una devaluación con la que el dólar pasó de un esquema de “uno a uno” a otro de “tres a uno”. Esta fuerte modificación del tipo de cambio generó cambios de precios relativos, permitió reactivar la economía, generó un fuerte superávit externo y fiscal (esto último gracias en parte a la introducción de retenciones) y conquistar posteriormente un ciclo de expansión económica con recuperación del empleo. Sin embargo, las consecuencias de esta devaluación no fueron gratuitas: la inflación anual en 2002 alcanzó el 45 por ciento, perjudicando severamente a los sectores asalariados (que le transfirieron a los capitalistas un 10 por ciento de su participación en el PBI) y la pobreza casi tocó al 60 por ciento de la población.

Se ha mencionado que la devaluación y el ajuste que piensa hacer el equipo de Macri quiere compararse con el de la salida de la convertibilidad. Sin embargo, es difícil pensar repetir esa experiencia: en ese momento la recesión llevaba cuatro años, el desempleo superaba el 20 por ciento, la capacidad ociosa instalada era alta y existía un nivel de consumo muy bajo (todos elementos inexistentes hoy), amén de que no se recortó el gasto ni se subieron las tarifas (algo que difícilmente el macrismo replique) lo que impidió finalmente que la devaluación se trasladara netamente a los precios. Por lo que, de intentar hoy una devaluación similar a la del 2002 seguramente se repita lo ocurrido el año pasado, cuando el dólar pasó de 6 a 8 pesos, trasladando la totalidad de lo devaluado a precios.

La experiencia de Krieger Vasena también parece alejada del diagnóstico del Pro: puesto que en 1967 la devaluación fue compensada con retenciones, cuando el macrismo promete quitarlas. Por lo tanto, dado el contexto actual, lo más probable es que de producirse una devaluación y un ajuste como los que parecen anticipar, existan resultados más parecidos a lo obtenido por Frondizi en 1959 –o incluso un shock, un poco más leve que el Rodrigazo– que a otras experiencias.

* Historiador y economista. Docente universitario (UBA/Conicet).

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