CRISIS INMIGRATORIA EN EUROPA
Las personas provenientes del mundo árabe y el mundo subsahariano que huyen de un conflicto bélico y quienes buscan una vida mejor en términos económicos se parecen mucho.
› Por Claudia Bernazza
Cash En Alemania
Desde Munich
Munich está transitando un noviembre poco habitual. Cálido, soleado, sin las lluvias y el frío que llegan con el otoño. La Marienplatz luce casi primaveral y las sillas de los bares se acomodan de cara a ese sol inesperado. Pero para los habitantes de esta ciudad, este noviembre es poco habitual por razones más profundas y urgentes. La presencia de los “desplazados” ocupa el centro de la escena y las conversaciones.
Los pasillos de la Estación Central son la postal de este tiempo: en los andenes, las familias sirias buscan el tren que los llevará al pueblo dispuesto a recibirlos. Hay una “cuota” de migrantes que se ha definido en cada localidad. Ajenas a las miradas y los sentimientos que provocan, las familias lidian con la máquina expendedora y festejan cuando tienen en sus manos los boletos para viajar a su nueva vida.
Los peregrinos de la supervivencia no se saben noticia. Una estabilidad construida sobreponiéndose a una guerra imperdonable puede estallar a causa de su presencia. Pero si la existencia es pura inestabilidad, este hecho es para ellos irrelevante o, si se quiere, ilegible.
Estos nuevos migrantes han elegido Alemania y Suecia como destino final de su viaje. Ninguna estadística de la OCDE supera en precisión a este indicador de bienestar elaborado por los desahuciados de la Tierra. Un mundo que parecía lejano ha depositado en las puertas del paraíso un problema inesperado: 280.000 migrantes en octubre. El mismo número que durante todo el 2014. “¿Cuáles son las profesiones y calificaciones de estos trabajadores?” “Aquí ya no habrá lugar para recibirlos.” “¿Cuándo terminará esto?” “¿Cuánto es demasiado?”
La Doctrina Social de la Iglesia le recuerda a esta comunidad los valores que sostiene. La multiculturalidad se enseña en cada aula con métodos pedagógicos de última generación. Pero lo que está ocurriendo en las calles de lo cotidiano supera todo lo conocido y teorizado. Dirigentes e intelectuales ensayan respuestas preliminares, conscientes de su precariedad. “Hay que distinguir a los desplazados por la guerra de quienes buscan un bienestar económico.” La muchedumbre de la Estación Central traspasa esta diferenciación como una frontera más. Otra vez, lo irrelevante. Otra vez, lo ilegible.
Mientras tanto, en un poblado cercano a Munich, una familia ha ofrecido una casa que tenía desocupada a los recién llegados. No todos los vecinos lo aprueban. En otra aldea, un refugio que alberga jóvenes migrantes despierta entre las familias reparos que no encuentran más fundamento que el temor a lo desconocido. La hospitalidad de miles de alemanes se enfrenta con sentimientos inexpresables. Las discusiones entre quienes aceptan saldar la deuda global con solidaridad local y aquellos que temen por lo que sobrevendrá se han vuelto agrias e intensas.
No se puede nombrar un mundo nuevo con palabras viejas. Los desplazamientos humanos de un orden global injusto no pueden catalogarse usando viejas etiquetas. En la vida real, los que huyen de un conflicto bélico y quienes buscan una vida mejor en términos económicos se parecen mucho. Las categorías conocidas no colaborarán con la resolución del problema, porque lo primero que estos escenarios necesitan son, precisamente, nuevas palabras y categorías.
El mundo árabe y el mundo subsahariano hace tiempo que están presentes en Alemania. Una economía robusta y un turismo emergente los recibió para realizar los trabajos que los alemanes ya no hacían. Pero estas nuevas familias, llegadas desde cualquier parte sin documentos ni formalidades, rompen todo equilibrio previo.
Las bicicletas continúan su marcha, la cerveza es una costumbre inconmovible, pero Munich está desconcertada. Noviembre se ha presentado con novedades. La calidez del otoño es la menos importante. La hospitalidad está a la orden del día y revela el mejor rostro del pueblo bávaro, pero el miedo que provoca lo desconocido despierta viejas autoafirmaciones, lo que seguramente no es una buena noticia.
Hay algo de urgente en lo que está pasando, pero también de permanente. Las primeras hipótesis no alcanzan para explicar y comprender el problema que se ha presentado en la frontera sur de Alemania. Para nombrar lo que está pasando se necesitan nuevas palabras y categorías. Algunas de ellas, no caben dudas, brotarán de las voces de quienes esperan un billete de viaje en la Estación Central.
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