Dom 13.12.2015
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WHATSAPP VS. TELEGRAM

El tono de la privacidad

Telegram es una aplicación muy similar a WhatsApp pero con un diferencial: asegura privacidad. Sus creadores son dos emprendedores rusos que afirman que su sistema es inviolable. La diferencia en cantidad de usuarios es de 15 a 1.

› Por Esteban Magnani

En el mundo de la informática llegar primero es esencial y hacerlo en segundo lugar puede resultar irreparable. El ejemplo más dramático es lo que ocurre con Facebook. Google +, la red social de la megacorporación estadounidense, nunca logró instalarse pese a su tremendo poder para encauzar el tráfico de Internet. Por supuesto existen otros recursos para competir, como redoblar el paso antes de que el competidor se vuelva fuerte, comprarlo, acusarlo de monopolio o alguna otra variante, aunque –como siempre– puede fallar, sobre todo si del otro lado existe un oponente de similar tamaño.

Cuando el uso de una aplicación, un sistema operativo, un programa o alguna otra herramienta informática se masifica, resulta muy difícil de desbancar, por razones que pueden ir desde la tranquilidad que genera un ícono conocido hasta la practicidad de una agenda de contactos concentrada en una sola aplicación. Este último caso es el de WhatsApp, la aplicación de mensajería asociada a un número de teléfono que abrió un nicho hasta entonces inexistente y que está por llegar a los mil millones de usuarios activos mensuales. Esta aplicación fundada en 2009 fue comprada en febrero de 2014 por Facebook (FB) a cambio de 19.000 millones de dólares. ¿Qué obtuvo la red social por una suma superior a la tasación de YPF al momento de ser nacionalizada? Servidores, un equipo de unas cincuenta personas y un modelo de negocios incierto, ya que pocos usuarios alguna vez abonaron el dólar que, supuestamente, algún día se cobraría a todos. Lo que compró FB en esa transacción en realidad fueron los 450 millones de usuarios que tenía la aplicación, los cuales son un potencial de facturación enorme si se consigue un modelo de negocios adecuado. Para este caso la idea de FB parece ser recuperar la inversión saltando hacia la telefonía con una base de clientes nada despreciable: casi un séptimo de la población global.

Sin embargo, y pese al tamaño del monstruo en el que se ha convertido WhatsApp, hay señales de peligro. Telegram es una aplicación muy similar a WhatsApp pero con un diferencial: asegura privacidad. Entre otras cosas, el código del programa cliente está disponible para quien lo quiera analizar, los mensajes están cifrados y se ofrece la posibilidad de enviar mensajes que se borran automáticamente. Sus creadores, dos emprendedores rusos, aseguran que su sistema es inviolable y hasta han ofrecido recompensa a quien pudiera interceptar un mensaje. Vale la pena agregar que durante las comunicaciones, el creador de Wikileaks, Julian Assange –un obsesivo de la seguridad–, pidió que se utilizara Telegram para organizar una charla con la Dirección Nacional de Industrias Culturales de la Argentina.

Cada vez más países occidentales, otrora defensores de la intimidad de sus ciudadanos, han comenzado a incluir la posibilidad de un monitoreo masivo de las telecomunicaciones en su legislación. Oportunamente, Telegram ha recibido críticas por su inviolabilidad e incluso en un primer momento se puso un sospechoso énfasis en que los terroristas utilizaron el servicio durante el ataque en París, aunque, se demostró luego, el intercambio de mensajes había sido a través de simples SMS sin encriptar.

Paradójicamente, los diversos ataques están funcionando como prensa para Telegram y le han permitido picos de crecimiento. Por ejemplo, cuando FB compró WhatsApp, el servicio encriptado aseguró tener un pico de 8 millones de descargas. Algo similar ocurre las pocas veces que el servicio de WhatsApp se cae. Esto le permitió a Telegram superar los 60 millones de usuarios en 2015 y seguir creciendo. Si bien la diferencia en cantidad usuarios es de aproximadamente 15 a 1, Whats-App mostró los dientes (y el de usuarios llamados Telegramgeeks, una de las últimas versiones de Android (la 2.12.367) tenía una línea en su código que identificaba la palabra “Telegram” como un “bad host”, es decir, que no lo mostraba como un link “cliqueable”. El intento se hizo aún más evidente porque existe un diario de los Estados Unidos que también se llama Telegram y quedó igualmente bloqueado.

Si bien el ataque puede parecer torpe, muestra un rasgo que adquieren no pocos innovadores cuando logran posiciones monopólicas u oligopólicas y pasan a impedir el surgimiento de otras innovaciones por métodos que exceden la lógica de la competencia. En el caso de internet el poder de las grandes corporaciones para desviar el tráfico de internet es poco visible pero enorme y aumenta constantemente gracias a su rentabilidad, la cuál se reinvierte en nuevos desarrollos y la compra de recién llegados. Telegram resulta ser un competidor con una característica demandada cada vez más por una parte de los usuarios: la privacidad. Una promesa similar por parte de FB resultaría poco verosímil después de las filtraciones de Edward Snowden. En casos así la tentación de utilizar un poco de código para patear la escalera a los que también quieren ascender, puede resultar irresistible.

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