› Por Mario Rapoport *
El discurso del presidente Macri en la Sociedad Rural indica más que un futuro distinto una vuelta al pasado, es decir a una Argentina plenamente agroexportadora, como lo era antes de la crisis del treinta. Cae en el mismo error que Sir Winston Churchill, tan criticado por Keynes como uno de los factores que llevaron a Inglaterra a sentir de lleno los efectos de la depresión con el regreso al patrón oro en 1924, la creencia que una revaluación de la libra devolvería el esplendor perdido del imperio británico. En este caso el oro es la soja o el grano argentino. En un tono parecido un artículo publicado en febrero de 2014 por la revista económica inglesa The Economist dice por ejemplo que desde las últimas décadas del siglo XIX hasta las primeras décadas del nuevo siglo, gracias a la exportación de sus productos agropecuarios la Argentina pasó de ser un país atrasado y marginal a figurar entre los primeros del mundo por su PBI per cápita. Un discurso que repitió Víctor Bulmer Thomas, uno de los principales historiadores británicos en su discurso inaugural del 5to Congreso Latinoamericano de Historia Económica, celebrado hace pocos días en San Pablo.
Pero ni la Argentina fue nunca una potencia mundial como lo señalan los erróneos cálculos de Angus Maddison, el economista de la OCDE, de fértil imaginación estadística, ni tampoco “granero del orbe”, como lo definía el talento poético algo arrebatado de Rubén Darío. Había otros países como Estados Unidos y Canadá que fueron también mayores productores y exportadores de cereales a fines del siglo XIX y principios del XX y hoy sí son potencias económicas, pero no como tales sino como grandes países industriales. Pero para estos historiadores o periodistas como los mencionados, la declinación de la Argentina fue notoria hasta ubicarla en el pelotón de los países subdesarrollados y esa declinación coincide con el fin del modelo agroexportador, cuando se profundizó la intervención del Estado en la economía y se impulsó un proceso de industrialización que cerró la Argentina al mundo, redistribuyó ingresos de manera irresponsable y la llevó a crisis económicas, procesos inflacionarios y un sistema político populista e inestable.
El discurso de Macri se parece como una gota de agua al primer discurso de Alfredo Martínez de Hoz cuando asumía la cartera económica de la nefasta dictadura militar en 1976. “La política agropecuaria –decía– constituye un capítulo fundamental de nuestra estrategia, tendiente a obtener el máximo de posibilidades que ofrece el país en ese orden”. Lo que se contraponía con una industria sobreprotegida, “amurallada detrás de muy altos aranceles. Este encerramiento que comenzó como respuesta a las crisis del treinta se aprobó en una filosofía económica que preconizaba la autarquía a cualquier precio […].El agro no encontró estímulos y se produjo sus retroceso”.
Martínez de Hoz olvidaba decir que aquel programa fue instaurado por la restauración conservadora que llegó al poder con el golpe de Estado contra Hipólito Yrigoyen y su propósito no era atacar sino defender los intereses agropecuarios, ante las caídas de los precios y exportaciones agrarias, mediante medidas como el control de cambios y la elevación de aranceles con el objeto de obtener mayores recursos que permitieran subsidiar a ese sector y con la creación de juntas reguladoras de granos y carnes que también tenían como objeto favorecer al agro. El Pacto Roca-Runciman garantizaba, a su vez, la colocación de carnes enfriadas en el Reino Unido a cambio de grandes concesiones para el sector terrateniente pero el resultado no fue el esperado y la falta de divisas se tradujo en un proceso de industrialización por sustitución de importaciones que luego fue profundizado por Perón; algo lógico que ocurrió en muchas partes en esa época, los bienes manufacturados que faltaban había que sacarlos de algún lado.
Ahora Macri nos quiere retrotraer a esa vieja película, ignorando que existe otra crisis mundial de características iguales o aun mayores por su diferente dimensión económica; que tampoco tenemos un mercado principal abierto a nuestros productos como lo fue en su momento Gran Bretaña y que, por el contrario, con la crisis, los mercados pusieron al desnudo que los mentados beneficios de la llamada globalización, que iba a llevarnos con el derrumbe del comunismo al mundo idílico del “fin de la historia”, aceleraron la formación, ya en marcha, no de un supermercado mundial integrado por grandes empresas multinacionales, en el que cualquier país del mundo entra y sale, como supone Macri, sino de un mercadito de lujo para los muy ricos que los pobres miran desde la vidriera como en el tango.
La caída del comercio mundial y de los precios de las commodities y de otros productos más el proteccionismo que continúa en muchos países desarrollados como en Estados Unidos y en Europa, es un índice de ello. El campo argentino exporta más en bienes pero menos en valor, mientras que la importaciones cayeron menos en precio y subieron más en volumen. Por su parte, los término del intercambio (relación entre el precio de las expo sobre las impo) vienen descendiendo gradualmente. Ya disminuyeron de 141,0 en 2013 a 127,6 en el primer trimestre de 2016 y como señala el Secretario General de la OMC, Roberto Azevêdo, si bien el comercio mundial crece en términos de volumen, ha disminuido en valor debido a la variación de los tipos de cambio y a la baja de los precios de los productos básicos, lo que afecta el frágil crecimiento económico de los países en desarrollo vulnerables. A su vez, el avance del proteccionismo sigue representando una amenaza. “Muchos gobiernos (sobre todo en los países industrializados) continúan aplicando restricciones al comercio y el número de esos obstáculos sigue aumentando”, indicó Azevêdo.
El comercio mundial creció más o menos al mismo ritmo que el PIB mundial durante cinco años (a tipos de cambio del mercado), y no el doble de rápido, como ocurría antes. Por otro lado, el 80 por ciento del comercio mundial esta constituido por el del intercambio a precios de transferencia, entre las firmas multinacionales, del que se hallan excluidos aquellos países que no las tienen o las tienen en menor proporción. Esa es otra pata de al sota.
Para hacer más complejo el panorama el mundo esta dividido jurídicamente en trozos de tierra y poblaciones que se llaman Estados y que teóricamente (en su mayoría) se rigen por un sistema democrático donde cada uno elige con su voto un gobierno, por lo general entre aquellos que generalmente “habitan en la cúpula de la montaña”. De todos modos, la llamada “governanza”, como se ha denominado a ese poder mundial, se maneja a piacere sobre los Estados Nacionales, que son soberanos sólo de nombre, porque de hecho se les impide ejercer sus normas e instituciones en complicidad con muchos de los que dirigen esos mismos Estados y forman parte de las dirigencias locales.
Los sectores económicos que con Macri llegaron al poder, son una combinación de los intereses agropecuarios con las grandes multinacionales, que también existió en otros gobiernos, con la diferencia que éstas últimas están cada vez menos interesadas en los mercados internos de países como el nuestro, ni en sus poblaciones locales porque ahora la mano de obra barata y los consumidores están en muchos lados y esas empresas pueden cambiar más rápidamente de lugar, no anclarse, lo que se ve favorecido por el predominio de los sectores financieros, la movilidad de los capitales y la libertad de los mercados de importación. Queda por señalar que la Argentina de Macri, no va a dar por resultado un nuevo tipo de acumulación productiva sino grandes ganancias a sectores reducidos promoviendo otra gigantesca fuga de capitales, que servirá para evadir y proteger esas ganancias en los paraísos fiscales y posiblemente, para muchas multinacionales, compensar las pérdidas que la crisis les ha producido en otros lados. Esta es la verdadera alianza del macrismo, que en los hechos implica un nuevo vaciamiento del país al estilo del que hicieron sus predecesores neoliberales.
* Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires.
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