La felicidad en números
› Por Julio Nudler
Según la fórmula del célebre Paul Samuelson, felicidad = consumo % deseo. Por tanto, cuanto más se consume, más feliz se es, y cuanto menos se desea, más feliz se es también. Bastará pues con que un pobre reduzca su deseo a cero para que su felicidad tienda a infinito, como en un estado de beatitud. La sabiduría consiste así en encontrar la relación más adecuada entre consumo y deseo. Por tanto, si el dinero escasea convendrá empeñarse en aplacar el deseo. Es obvio que sólo los ricos están exentos de procurar esa serenidad espiritual propia de los anacoretas.
De acuerdo al profesor Andrew Oswald, de la universidad inglesa de Warwick, hacen falta 260 mil dólares anuales de ingreso anual para compensar la pérdida de bienestar provocada por la viudez. Después de que el revelador dato apareciera semanas atrás en The Economist, el lector Charles Krakoff, escribió desde Jordania que enterarse de ello le causó gran beneplácito. Calculando el valor presente de esa corriente de ingresos en 4,5 millones de dólares, y sabiendo que su patrimonio y su seguro de vida suman mucho menos, ya puede acostarse tranquilo sin temor a que su mujer lo mate mientras duerme, porque no tendrá incentivos para hacerlo.
Las investigaciones del economista Oswald también le permitieron establecer que casarse produce el mismo monto de felicidad que 90 mil dólares de ingreso anual. Ante ello, otro atento lector, Ross Frisble, argumentó que si el matrimonio rinde 90 mil dólares de dicha por año, mientras que la viudez resta 260 mil, resulta mucho peor haber amado y perdido a la amada que no haber querido nunca a nadie. He ahí la razón, ahora descubierta por la economía, de la mayor felicidad de la que gozan misóginos y andrófobas.
Críticas a los hallazgos de Oswald y a la fórmula de Samuelson no faltan. Están quienes dicen que a la gente feliz le va mejor en la vida, gana más dinero y consume más. Por ende, no es que el dinero pueda comprar felicidad, sino que ésta es tremendamente rentable.