BUENA MONEDA
¿Y el salario?
› Por Alfredo Zaiat
Pese a que muchos economistas se proponen hacerlo incomprensible, no hay mucho misterio en la receta para que un país crezca. Consumo, exportaciones e inversiones definen el nivel de producción. La evolución de cada una de esas claves marcará el aumento o destrucción de riquezas de una economía. Pueden darse todas las combinaciones posibles de subas o bajas de esas variables, dependiendo de la política que se implemente. Si se piensa en una economía con un total de 100 porciones, la de argentina tiene 75 que le corresponden al consumo, 15 a inversiones y las 10 restantes a exportaciones. Según cómo se estimule a cada una de esas partes se definirá el sendero de crecimiento o decrecimiento de la economía. Si en un escenario de recesión prolongada se alienta al consumo, dado su elevada ponderación en esa forma de organización de la producción, la reactivación y el crecimiento serían contundentes. En cambio, si pese a su marginal participación la opción son las exportaciones, como ha quedado determinado con la excesiva y descontrolada devaluación del peso, el camino será más empinado para encontrar la salida de la recesión. En esa alternativa, inicialmente los sectores que podrían recibir un flujo de inversiones son los vinculados a las exportaciones, que ciertamente no son muchos. Parece evidente, entonces, cuál ha sido la política que eligió Jorge Remes Lenicov para transitar su gestión, que no permite el optimismo.
El acuerdo con el FMI, el pacto fiscal con las provincias, la pesificación de las deudas, el corralito, la reestructuración del sistema financiero, las retenciones, la aprobación del Presupuesto, el dólar y sigue la lista de cuestiones que dominan la agenda económica. Con tanta confusión que genera la crisis, esos son los temas que concentran la atención, quedando adormecido el debate sobre la caída del salario real. Sin abrir la discusión acerca de la necesidad de la recomposición del salario de los trabajadores, así como de la instrumentación de uno social para incluir al circuito del consumo a millones de excluidos, la economía no podrá poner primera para arrancar. Pero ya Remes Lenicov adelantó que el salario no es una cuestión que merecerá su atención.
La inflación acumulada en los dos primeros meses del año (5,5 por ciento), que avisa que se acelerará observando el comportamiento del índice mayorista (18,3 por ciento en el bimestre), provocará la pulverización del salario real. Más aún teniendo en cuenta que los precios de los bienes de la canasta familiar han registrado aumentos muy por encima del promedio. La desocupación y subocupación resultan por ahora un potente disciplinador de las demandas de recomposición de ingresos, que no sólo retroceden por el aumento de precios, sino que las empresas los están ajustando a la baja a nivel nominal.
Frente a ese panorama se presenta como una quimera preparar la mesa para festejar la salida de la recesión en mayo o junio, como alegremente pronosticó Eduardo Duhalde. Con la caída del ingreso disponible de la población, el consumo retrocederá y, por lo tanto, la economía seguirá en pendiente. Ningún estudio serio prevé una caída del Producto del 4,9 por ciento, como estimó Remes Lenicov en el Presupuesto. El consenso se encuentra en que, en el mejor de los casos, el nivel de actividad caerá aproximadamente un 8 por ciento. Así el ingreso per cápita se reducirá en un 10 por ciento, calculó Claudio Lozano. Pero la distribución de ese colapso lo convertirá en algo mucho peor. Sin descontrol inflacionario, o sea al ritmo del primer bimestre que es un escenario ultraoptimista, el salario real caerá no menos del 24 por ciento. Esto provocará una impresionante redistribución de ingresos, tan brutal como la padecida por los trabajadores al comienzo de la dictadura del ‘76 y durante la hiperinflación del ‘89. ¿Quién defiende y a quién le importa el salario?