BUENA MONEDA
Como turco en la neblina
› Por Alfredo Zaiat
Frente a los mediáticos cruces verbales del Gobierno con el FMI, Grupo de los Siete países más poderosos del mundo y acreedores en default, aparece un interrogante que no encuentra respuesta: ¿cuáles son las ideas económicas que hoy reúnen consenso para el desarrollo económico y cuáles son las reglas de la nueva arquitectura del sistema financiero internacional? Esas preguntas emergen debido a la ausencia de un renovado modelo o paradigma ante el estallido del que predominó en los ‘90. En esos años todo parecía muy claro. El Consenso de Washington fijando la agenda de los deberes a cumplir en la economía, los paquetes financieros de rescate para las recurrentes crisis de países endeudados y la política junto a las relaciones internacionales cobijadas bajo el slogan de Fukuyama que expresaba “el fin de la historia”. Con esos puntos cardinales, los conflictos tenían respuestas inmediatas. No había dudas sobre lo que había que hacer. Pero ese mundo ideal se reveló que no era tal.
La apertura, privatización y desregulación generaron profundos desequilibrios a la vez de ampliar la brecha de ingresos entre ricos y pobres. El movimiento vertiginoso de capitales especulativos sin barreras derivó en la sucesión de incendios que provocaron una inédita destrucción de riquezas en plazas vulnerables. Finalmente, las guerras, el resurgimiento de nacionalismos fanáticos y las tensiones entre las potencias mostraron que las ideologías no habían muerto.
Ahora bien: ¿qué tiene que ver todo esto con la pelea por la quita del 75 por ciento del valor nominal de la deuda en cesación de pagos? Que de tanto prolongar la agonía de la convertibilidad, la crisis argentina explotó justo cuando también estallaba ese paradigma de organización económica y política de los ‘90. Por ejemplo, la resolución del default hubiera sido expeditiva como lo fue en Rusia si hubiese estado todavía vigente la política de paquetes de socorros financieros. Entonces, lo que antes se creía que estaba todo ordenado pasó a navegar en un mar de confusión. Este tiene su manifestación más evidente en la sorpresa que expresan, por caso el FMI y la secretaria del Tesoro del Estados Unidos, sobre el ritmo de crecimiento de la Argentina. ¿Cómo puede ser que crezca tan fuerte un país que no hace lo que “debería hacer”? Como la respuesta que encontrarían les derrumbaría su matriz de pensamiento económico prefieren azuzar con la etérea “buena fe”.
De todos modos, vale mencionar que la desorientación no es propiedad exclusiva de organismos financieros internacionales. También caminan en ese terreno resbaladizo los gobernantes, como quedó probado durante la gestión de Eduardo Duhalde y ahora en la de Néstor Kirchner. La pelea intensa con el Fondo se desarrolla en el marco de un acuerdo por el cual la Argentina se ha comprometido a la exigencia fiscal más elevada de su historia económica reciente. ¿Cómo puede ser que con semejante ajuste en las cuentas públicas exista tanta tensión con el FMI? Lo que sucede es que del modelo del ‘90 sólo ha quedado con vitalidad la provisión del jarabe de excedentes fiscales crecientes que prometen prosperidad futura. Esa política que implica, en realidad, estancamiento no ha sido derrumbada porque todavía no ha concluido la limpieza del colonizado pensamiento económico de los países endeudados. Basta con observar los inmensos desequilibrios fiscales de Estados Unidos, y los de Francia y Alemania que los ha obligado a pedir dispensa a los límites al déficit de Maastricht, para darse cuenta de que el sobreajuste fiscal ha pasado de moda.
Igualmente, ¿por qué Kirchner aparece como un rebelde ante los poderosos cuando hasta ahora no ha alterado, más allá del discurso, los lineamientos básicos del modelo de los ‘90, sino que ha ampliado con habilidad sus estrictos límites? Más aún, cuando no ha alterado la dinámica inaugurada por Duhalde de cancelación neta de pasivos a los organismos financieros,que ya alcanzan casi los 7300 millones de dólares desde la salida de la convertibilidad. Puede ser que las palabras, en una primera etapa, hayan puesto a la defensiva al mundo empresario, para luego, algunos con más velocidad que otros, aprender a ver más allá de la oratoria. Dejando de lado a los nostálgicos del menemismo, que existen aquí y en el exterior, Kirchner se parece a un jefe de un taller mecánico que busca reparar los destrozos de los ‘90. Reparar, no cambiar de auto. Y en esa tarea se incluye la renegociación de la deuda en default.
El único camino de arreglar el bollo de la deuda es una fuerte reducción del capital, proceso de negociación que necesariamente será largo y complejo. Pero en ese tránsito el horizonte es obtener la poda y no seleccionar quién se sienta del otro lado de la mesa. Sin dejar de puntualizar que se trata de abogados en busca de comisiones, los acreedores están en su derecho de elegir a quien quieran para representarlos y discutir con el gobierno argentino. Empantanarse y complicar la relación con el FMI por esa cuestión no es mostrar virtud de habilidad en la negociación.