BUENA MONEDA
Culebrón repetido
› Por Alfredo Zaiat
La relación con el FMI se presenta con más frecuencia como si se tratara de esas telenovelas de mediatarde donde desencuentros y reconciliaciones se repiten a menudo. Los telespectadores esperan pasivos con ansiedad el capítulo en el cual el galán le clava el beso a ese amor esquivo. Pero también están atentos a los gritos y tropiezos de esas dos almas como si la propia vida pasara por la de ellos dos. Piensan y sienten que no existe nada más importante por afuera de la historia de ese par de estrellas del corazón. Como se sabe, esas crónicas son guiones preparados para el show bussines de la televisión. Buscan jugar con la fantasía, deseos y frustraciones de los consumidores de esos productos de los medios audiovisuales. En cambio, cuando el vínculo con el Fondo es convertido en un culebrón, en forma involuntaria o deliberada, se pierde la posibilidad de abordarlo desde su propia esencia, que no es otra que la de constituir un mecanismo de dominación. Se expone el vencimiento de 3100 millones, que se producirá pasado mañana, como el día clave: si Argentina ha de cumplir o no con ese desembolso. Sería una situación similar a cuando todos se quedan prendidos al televisor para ver si hay un beso o una bofetada de la mujer bella al galán.
Puede ser que para pertenecer al mundo hay que tener buen trato con el FMI, más aún cuando se acumula una deuda monumental. También puede ser que resulta complicado cambiar la relación con ese organismo cuando todavía está abierta una conflictiva negociación con los acreedores en default. Y no hay que perder de vista que Argentina ha quedado sola, con el ahora acompañamiento tibio, pero apoyo al fin, de Brasil, frente al poderoso Grupo de los Siete. Potencias que, para colmo, no tienen una hoja de ruta definida para transitar frente a colapsos financieros internacionales. Todo ese diagnóstico, de una u otra forma, expresado por funcionarios, consultores de la city & afines sirve para comprender esa turbulenta historia. Pero lo que está ausente en esos análisis es que no existe posibilidad de desarrollo económico con equidad teniendo la bota del Fondo encima, que viene asistida con el borceguí del Banco Mundial. Organismos que, hay que recordar, tienen el privilegio de haberse constituido en acreedores con coronita, sin quita de capital ni atrasos en el pago de intereses.
El vencimiento de pasado mañana será en última instancia una anécdota, con Anne Krueger enviando una señal favorable para la aprobación de la segunda revisión para que Argentina pague, o definiendo el Gobierno un default hasta lograr el visto bueno del directorio del organismo. Se pasará esa instancia y las presiones vendrán para la tercera revisión, que también se convertirá en clave, y así sucesivamente hasta el final de los días. Queda en evidencia que lo que se firmó no fue un acuerdo de tres años sino uno de tres meses renovable por otro período similar, mientras se siga haciendo buena letra.
Sería de una ingenuidad asombrosa pensar que superada la negociación con los acreedores disminuirá la injerencia del FMI en la política interna. Cada vez se hace más transparente la necesidad de ir desprendiéndose de los lazos que mantienen unido al país a esos organismos. Si bien con el Fondo se hace difícil, para no decir imposible, porque es el auditor internacional del G-7, no lo es tanto en el vínculo con el Banco Mundial. Esa institución se presenta como el “nene bueno” del barrio, preocupado por la pobreza y las deficiencias de infraestructura en países periféricos. Aprueba créditos millonarios recién después de la venia del Fondo, generando así una doble condicionalidad a los países endeudados.
Para Argentina, el BM tiene pendiente de autorización un paquete de unos 5500 millones de dólares para los próximos cuatro años y medio. Ese trámite está demorado por los cortocircuitos que existen con el FMI. La pregunta no es por qué se posterga la aprobación de ese plan de asistencia financiera (¿quién extorsiona a quién?, sería un desafío para el Financial Times y Wall Street Journal), si no para qué se quieren esos dólares.
Planes sociales, inversiones viales, obras de infraestructura, entre los principales programas, constituyen los principales destinos de ese paquete financiero. ¿Cuántas de esas obras o de asistencia a los pobres se podrían realizar sin esos dólares del BM? Muchas más de lo que se piensa si se asume que el Estado tiene la obligación de ser un actor relevante en la inversión en una economía. Para ello no hay que temerle al gasto público y mucho menos considerarlo una mala palabra.
Cuantos menos dólares ingresen del Banco Mundial, menos dependiente de esa pinza de sometimiento estará la economía. ¿Para qué se requiere fondos de ese organismo, para financiar Planes Jefes y Jefas o para emprendimientos de asistencia social? En realidad, con recursos públicos se pueden satisfacer los objetivos sociales que están planteados por el Gobierno, y si se necesitaran más fondos la banca pública como la privada deberían acercarlos. Además, ¿Roberto Lavagna no había afirmado que no quería más endeudamiento?
No es un sendero sencillo reducir la dependencia con esos organismos, pero ineludible si se quiere crear las bases para un crecimiento con equidad. El camino que se conoce es la representación burda de una triste telenovela.