Dom 08.08.2004
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BUENA MONEDA

Reflejos

› Por Alfredo Zaiat

A Roberto Lavagna se le reconoce su audacia de haber agarrado el hierro caliente del manejo de la economía cuando parecía que el barco estaba sin rumbo. Tuvo un reflejo sagaz para saber leer el momento en que se encontraba el ciclo económico luego de más de cuatro años de recesión y cuando el sobreajuste cambiario ya había hecho su trabajo. En esos meses también mostró reflejos para enfrentar las presiones por un bono compulsivo para los ahorristas acorralados y por un seguro de cambio para Grupos Económicos endeudados en el exterior. Ostentó sus reflejos al continuar en el cargo con el cambio de Presidente reteniendo un juego propio del que carecen colegas del Gabinete. En esa segunda etapa siguió con esa cualidad de reaccionar en forma oportuna ante conflictos diversos saliendo bien parado, por caso la negociación para cerrar el acuerdo con el Fondo Monetario hace casi un año. Pero da la impresión de que en los últimos meses al ministro le han empezado a fallar sus ponderados reflejos.
El período con Eduardo Duhalde será materia para los historiadores, los primeros meses con Kirchner ya quedaron en el recuerdo y ahora corre el riesgo de haberse “enamorado de la criatura”. Esto es: pensar que el sendero correcto es seguir haciendo lo mismo que en esas dos etapas anteriores porque si no corre peligro lo reconstruido. Síndrome similar padeció Domingo Cavallo con la convertibilidad, y al extremo Roque Fernández con su piloto automático.
La intervención que tuvo en tres de los conflictos más evidentes que han emergido en las últimas semanas, con el FMI-acreedores defolteados, con las asimetrías industriales con Brasil y con las petroleras, muestran síntomas de esa pérdida de reflejos del ministro.
Una de las principales virtudes de Lavagna fue que se sentó a negociar con el FMI, más allá de la evaluación que se haga del resultado. La presión del no pago a los organismos fue una carta que le permitió jugar con un mayor margen. Pero algo ha empezado a fallar. Y si bien todavía el tanteador final no se conoce, el lanzamiento del Plan Buenos Aires, que implica reconocer los intereses caídos por unos 20 mil millones de dólares y casi triplicar las tasas de los nuevos bonos respecto de las de Dubai, sin haberse asegurado al menos un guiño del poderoso G-7, se presenta como un paso en falso. Al menos así parece ante la extrema dureza que manifiesta el FMI, exigiendo por una u otra vía pagar más a los acreedores, incluyendo un desembolso en efectivo. La presión a legisladores de la tropa propia para la aprobación de la Ley de Responsabilidad Fiscal ha sido una estrategia errada. Esa señal de alumno cumplidor no le interesó al Fondo, respuesta que tiene cada vez que le satisfacen alguna de sus condicionalidades. Se sabe que siempre vienen por más. Y difundir un documento afirmando que los “técnicos del staff no son capaces”, con todo lo que ello implica, se sospecha como una reacción tardía; como correr detrás de los acontecimientos que son marcados por el directorio del FMI.
Con Brasil, las diferencias en eficiencia en política industrial se han expresado en toda su dimensión en la discusión por porciones de mercado de los electrodomésticos. La primera respuesta fue fijar restricciones al socio estratégico y postular el requerimiento de que la integración sea a través de una matriz interindustrial. Créditos subsidiados, beneficios fiscales y fomento a las exportaciones, entre otras medidas que aplica el socio mayor del Mercosur, no son consideradas en la discusión. No para criticarlas, sino para imitarlas. Pero esa batería de medidas no es todo cuando se habla de política industrial. También lo es fijar condiciones para mercados competitivos, que permitan construir cadenas de valor con proveedores diversos. Y así éstos pueden expandir sus capacidades productivas para abastecer la plaza interna como arriesgarse a ganar mercados externos. En ese sentido, los reflejos trastabillaron cuando se aprobó la unión de Bimbo con Fargo, grupo que pasará a tener el 66 por ciento de ese mercado. De esa forma se corre a contramano de crear condiciones de competencia, factor que también forma parte de una política industrial. Y Brasil muestra que es consciente de esa cuestión: pese a que se había formalizado la compra de la compañía local Garoto por la multinacional Nestlé, el organismo de defensa de la competencia de ese país ordenó disolver ese casamiento.
Por último, con las petroleras, el audaz esquema de retenciones fue una medida que corrió atrás de los aumentos de naftas. El reflejo fue contundente ante la ruptura del implícito acuerdo de precios por parte de las petroleras. Pero se presenta más como una iniciativa de amante despechado, puesto que las rentas extraordinarias que vienen acumulando esas compañías no empezaron a contabilizarse en estos días de un barril a 44 dólares. Con los actuales costos de explotación, las ganancias obtenidas por el manejo a discreción de un recurso estratégico no renovable son elevadísimas desde hace bastante.
Más allá de las respuestas dadas por el ministro en cada uno de los casos, la señal de alerta aparece ante síntomas de debilidad en sus reflejos, uno de los atributos que se le reconoce. En algunas circunstancias de la vida, el temor a perder lo conseguido deriva en un comportamiento conservador. Esa reacción defensiva, en estos momentos, resulta una trampa en una economía en reconstrucción como la argentina.

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