Dom 03.10.2004
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BUENA MONEDA

La fortuna no es todo

› Por Alfredo Zaiat

Los muy buenos indicadores macroeconómicos de crecimiento del Producto Interno Bruto en 2004 en la región no son exclusivos de Argentina. Se repiten, entre otros, en Uruguay, Venezuela y también en Brasil, aunque con una intensidad menor. En esos países la holgura fiscal sorprende a propios y extraños debido a los antecedentes de recurrentes desequilibrios de las cuentas públicas que contabilizaron en los últimos años. La inflación sigue siendo un tema que preocupa, pero está bajo control y no se vislumbran turbulencias en ese frente. Con las particularidades de cada caso, en esos países el Producto sube, registran superávit comercial, las reservas en dólares aumentan y los precios no se disparan. Da la impresión que esas naciones comulgaron sus políticas y encontraron una milagrosa receta económica. Sin embargo, Venezuela es gobernada por Hugo Chávez con un discurso y estrategia económica que genera urticaria en el establishment; Brasil está bajo el mando de Lula Da Silva que se abrazó a la ortodoxia monetaria y fiscal; la Argentina de Néstor Kirchner aplica una política con ciertos toques heterodoxos con fuerte enfrentamiento con acreedores defolteados, con el FMI y no cae simpático entre empresarios, en especial entre privatizadas; y Uruguay es liderado por uno de los presidentes más conservadores de la región. ¿Cómo es posible que, con esos marcados matices que los diferencian, todos esos países hayan registrado mejoras en relevantes indicadores económicos?
Aunque a unos y otros no les vaya a gustar, esa sorprendente recuperación que se ha verificado en las economías de esos países acostumbrados a las crisis tiene más que ver con factores externos que internos. Con elementos exógenos más que por la impronta de los liderazgos domésticos. No es menor, de todos modos, que cada uno de esos gobiernos haya podido superar sus respectivos temporales con la capacidad de saber aprovechar los buenos vientos que vinieron de afuera. Podían haber dilapidado esa corriente favorable y no lo hicieron, lo que no es una cuestión para despreciar. Pero, a la vez, reconociendo esa virtud, no debería llevar a la confusión y sobrevalorar las cualidades de sus políticas, desde la ortodoxa de Lula o la conservadora-heterodoxa de Kirchner, para concluir que ellas son el factor predominante de la resurrección económica. Existen dos elementos excluyentes que permiten comprender esa importante recuperación, más allá de prudentes políticas fiscales y monetarias. Esas “bendiciones” han sido los elevados precios de los commodities (petróleo y productos agro-ganaderos) y las bajísimas tasas de interés internacional.
Los nostálgicos de los ‘90 dirán que gracias a ese extraordinario contexto internacional Kirchner puede disfrutar de una bonanza que no le corresponde y demorar así las imprescindibles reformas estructurales. En cambio, con esa anteojera tan particular que tienen para sus análisis, esos mismos especialistas magnificarán el lento regreso a signos positivos de la economía brasileña ponderando la política de ajuste fiscal y astringencia monetaria de Lula. Y pontificarán que ése es el camino para ser un país normal.
La cuestión sería más sencilla si se retiraran los velos ideológicos. El destino de la región es muy sensible a los ciclos de dos variables (commodities y tasa de interés) debido al carácter de economías de la periferia, proveedora de materias primas y de escaso o fragmentado desarrollo industrial. Y al elevado endeudamiento que han acumulado en las últimas dos décadas. Por lo tanto, con ambos factores jugando a favor, los torturantes déficit gemelos (fiscal y de cuenta corriente) que provocaron derrumbes económicos y crisis políticas en los ‘90, hoy han mudado en gratificantes superávit gemelos. Así el manejo de la economía se vuelve más agradable con el consiguiente beneficio de tranquilidad en el campo político.
De todos modos, no todos los indicadores macroeconómicos muestran señales alentadoras. Y aquí se presenta el principal desafío para esos gobiernos, con independencia de la bandera que se le quiera asignar a cada uno: esa azarosa fortuna no se ha traducido en más empleo. En esos países, incluso en el elogiado Chile, los índices de desocupación no bajan con la intensidad del crecimiento del Producto. Y en la mayoría de los casos el desempleo ha subido en lo que va de este año. Esto revela que, más allá de los déficit/superávit gemelos, de la denostada década del ‘90 o de la esperanzadora actual con predominio de gobiernos progresistas, el paradigma de crecimiento económico tiene una deficiencia esencial: no mejora la distribución del ingreso, no soluciona el problema del empleo, mantiene pautas de exclusión social y no puede superar la carencia de servicios básicos, como el de viviendas. O sea, no logra mejorar la calidad de vida de la población. Entonces algo no debe funcionar bien para que el recorrido del Producto/desempleo sea el mismo ahora a cuando la región gozaba de la preferencia de la inversión extranjera, ingresaban abundantes capitales y el paradigma era el Consenso de Washington.
Se presenta la oportunidad de cambiar esa historia aprovechando que la fortuna está jugando a favor, y que no será para siempre. ¿Alguien sabrá cómo?

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