BUENA MONEDA
Vacas gordas, vacas flacas
› Por Alfredo Zaiat
Dos son las principales variables externas que definen en gran medida la dirección del ciclo económico en la región: el nivel de la tasa de interés internacional y el precio de las materias primas. A cada uno de los países de esta parte de la Tierra esas dos claves de la economía mundial le van marcando su destino, con más o menos intensidad dependiendo de las características de la apertura implementada y del grado de endeudamiento externo. En sí, se puede sostener que siempre fue así para esas naciones, pero en los últimos treinta años, debido a la pérdida de cierta autonomía en el desarrollo industrial, en el frustrado proceso de sustitución de importaciones, en la apertura financiera y en la política irresponsable de acumular deuda en forma creciente, las convirtió en extraordinariamente dependientes de esas dos variables. Por lo tanto, como en el relato bíblico, en la región se dan años de vacas gordas (tasas bajas y precios de commodities elevados) y años de vacas flacas (esos dos indicadores apuntando en sentido contrario). El desafío que se presenta, entonces, es aprovechar las buenas cosechas para afrontar los días de hambruna, como enseñan las Sagradas Escrituras.
Cada uno de esos dos momentos tiene su expresión política. En el de las gordas, los liderazgos se consolidan, se imaginan proyectos de refundación nacional, se cree que la bonanza tiene su origen exclusivamente en virtudes propias, y aparece una tentación difícil de esquivar que es la de pensar que ese período de satisfacción y goce del poder brindado por el éxito económico será permanente. En cambio, en el período de las flacas, el líder político languidece floreciendo sus aspectos más vulnerables que antes eran ignorados, las coaliciones sociales se resquebrajan, el derrumbe económico se atribuye a errores ajenos, la democracia se debilita y, como los argentinos ya conocen, fluye una crisis institucional de proporciones.
Ahora, resulta evidente, se está viviendo un período de vacas gordas. La experiencia del pasado reciente o las lecciones que deja la historia más lejana no cautiva a los gobiernos, encerrados éstos en la tarea de llevar adelante la gestión diaria. El riesgo que brota en esos casos es desperdiciar –otra vez más– una oportunidad fabulosa para generar condiciones para que la crisis –cuando surjan las ineludibles vacas flacas– no sea tan devastadora como las ya conocidas.
El objetivo de los responsables de llevar las riendas de la economía es, fundamentalmente, tratar de suavizar los inevitables ciclos económicos. Alan Greenspan es uno de los personajes más relevantes de la economía mundial de los últimos veinte años que asumió esa meta como misión primordial. Este ejemplo sirve sólo para reflejar que en la superpotencia económica y militar la cuestión de qué hacer durante los períodos de las vacas gordas y de las flacas no es un tema menor. Se puede sostener que es más fácil el trabajo de alisar los vaivenes de la economía desde la poltrona de la banca central de Estados Unidos. Puede ser cierto en alguna medida si se compara con las restricciones existentes en países periféricos, pero vale recordar los bruscos movimientos de la economía estadounidense de auges a intensas recesiones registrados hasta principios de los ‘80. Hoy, esos meneos son menos rudos, y también se verifican comportamientos similares en los países más fuertes de la Unión Europea.
Incluso, ante la fragilidad que se manifiesta en el terreno político, económico y social en los países subdesarrollados, la cuestión de cómo aprovechar las vacas gordas para estar preparados al momento que irrumpan las flacas debería ser un tema central de los gobiernos y del debate económico. Sin embargo, aquí se sigue discutiendo la herencia y cómo remontarla, que indudablemente se trata de una cuesta empinada. Pero el tiempo no se detiene y las chances de generar la base de un desarrollo sostenido se desperdiciarán si se circunscriben los dilemas económicos a la relación con los acreedores defolteados y al Fondo Monetario.
Resulta imprescindible ganar autonomía en la gestión de la política económica, pero ésta no se obtiene exclusivamente sacándose de encima al FMI. Esa libertad se logra en primer término recuperando herramientas de política económica, no solamente exponiendo aspiraciones de tener una “independiente”. Puede ser que con el FMI apoyando su bota en la cabeza no se pueda ni siquiera pensar estrategias económicas. Pero elevando la mirada hacia los países vecinos se observa que éstos aplicaron ciertas defensas a los requerimientos del FMI sin necesidad de llegar a la ruptura (Uruguay rechazó la privatización de servicios públicos; México del petróleo; Chile del cobre; Brasil no desprotegió a su industria). Esto significa que sería mejor vivir sin el FMI, pero ese estado de libertad no garantiza necesariamente el éxito si no se empieza a recuperar herramientas de política económica esenciales. El dilema, entonces, sería el siguiente: ¿hay que utilizar la fortuna de las vacas gordas para pagarle al FMI o sería mejor aplicarla a generar condiciones para impulsar un crecimiento sostenido?