BUENA MONEDA › BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
El pago anticipado de la deuda con el Fondo Monetario Internacional ha abierto un debate muy interesante entre economistas de orígenes diversos. A diferencia de otras cuestiones en la materia, este campo no tiene un límite de división tan evidente. En el equipo de los ortodoxos, algunos aplauden la medida como parte de la política responsable de cancelar deuda, a la vez que otros la califican de irresponsable porque debilita la posición de reservas además de avasallar la independencia del Banco Central. En el team de los heterodoxos, un grupo está exultante porque dice que se recupera la soberanía en las decisiones económicas, mientras que otro lote critica afirmando que se hace lo que el FMI quiere, se abandona la idea de hacer corresponsable de la crisis a ese organismo y que así se postergan demandas sociales. Como en varios de los problemas de la economía –para no decir, los de la vida–, las cosas no son blanco o negro, y la riqueza de esos dilemas se encuentra en los matices. Esta es la tarea más complicada en ese desafío de comprender una medida o dinámica económica determinada para así no caer en preconceptos que, en muchos casos, son honestos pero que actúan de valla para avanzar en descifrar ese mismo proceso. No ingresan en esa línea de interpretación las consignas políticas, de un lado y del otro, que se pretenden la voz de la voluntad de la mayoría y, en realidad, sólo esconden la propia miseria de la especulación política.
Por lo pronto, el pago total al FMI es una medida controvertida. Ahora bien: todo análisis de una iniciativa requiere de una definición del contexto, local e internacional, en el cual se aplica y de quién es el protagonista de su implementación. En caso contrario, todo parece que es igual al pasado, borrando de ese modo ciertas diferencias que ayudarían a comprender mejor lo que sucede.
Para analistas y economistas del establishment esa complejidad la resuelven en forma sencilla. Si la cancelación es una decisión del gobierno de Lula, mimado de Washington y del poder financiero, es la mejor estrategia y la muestra de responsabilidad y de seriedad en el manejo de la economía de un país. En cambio, si ese mismo camino fue elegido por la administración Kirchner se trata de una política de giro izquierdista, de reacción espasmódica que pone en riesgo la solvencia fiscal y debilita al país por la pérdida de reservas. Ese discurso acerca de un tema económico, que se presenta como técnico, resulta fundamentalmente ideológico.
Uno de los aspectos interesante de esa medida controvertida es la discusión que se está dando en el ámbito del mundo de la heterodoxia. No está en controversia que las políticas del FMI son recetas del fracaso, ni que lo mejor es desembarazarse de esa tecnoburocracia y ni que esa organización ha perdido el rumbo para transformarse en lobbista de bancos y multinacionales. Ese intercambio de ideas incorpora tres principales –no únicas– críticas al pago anticipado:
1. El abandono de la idea de hacer corresponsable al FMI de la debacle argentina.
2. El pago con reservas debilita el respaldo de la moneda.
3. Con las reservas que se girarán al FMI se podrían atender demandas sociales urgentes.
Se trata de un desafío apasionante, dejando de lado mezquindades del juego político, que economistas que se definen como –simplificando– “progresistas” avancen en ese intercambio. Pero esto se podrá concretar si se limpia el aire de la contaminación que dejó el pensamiento neoliberal en conceptos económicos que se repiten como si la convertibilidad aún existiera.
Por caso, ¿por qué el dinero en circulación debe tener un ciento por ciento de respaldo en reservas? ¿Cuál es el concepto ideológico que sostiene que el Banco Central es el responsable de cuidar el valor de la moneda doméstica? Una de las grandes falacias de la convertibilidad que quedó al desnudo en la última gran crisis es que en recesión, fuga de capitales y descontrol económico la identidad dinero en circulación = reservas es inservible para frenar el caos. En agosto de 2001, Argentina recibió un crédito de salvataje del FMI por unos 5000 millones de dólares para sumar reservas, dinero que permitiría sobrecubrir la base monetaria pero igualmente no pudo frenar la debacle. Las crisis de los últimos 30 años en el país no tuvieron origen por el mayor o menor respaldo a la moneda, sino en profundos desequilibrios fundamentales de los modelos –experimentos– económicos aplicados.
La idea del respaldo de la moneda con reservas fue una respuesta a un momento histórico particular –la hiperinflación–, para frenar la fuga y dar un shock de confianza. Hoy, la historia es otra. La moneda tendrá respaldo y no habrá huida si la economía se sostiene en un sendero de crecimiento, como pasa en el resto del mundo. En resumen, una moneda es fuerte no por la cantidad de reservas sino por la fortaleza de su economía. Lo relevante, entonces, sería debatir si el pago al FMI hace más fácil ese camino y no si disminuyen las reservas o si se cumple con esa regla absurda del respaldo monetario –en realidad, de protección al capital financiero– de la convertibilidad.
Otro tema de debate: ¿para qué se pueden utilizar las reservas? En un artículo de esta sección, el 9 de enero de este año, se planteaba el interrogante sobre cuál es el monto adecuado de reservas para la economía argentina. Y se explicaba que la teoría económica sostiene que un país con un tipo de cambio flotante no necesita acumular reservas en cantidad. La volatilidad del tipo de cambio va siendo determinada por el mercado. Además no es necesario vender esos dólares en la plaza cambiaria doméstica para buscar una paridad determinada puesto que ésta se mueve por el accionar de diferentes agentes económicos. Por otro lado, la cantidad de reservas está vinculada a la posición financiera neta del Gobierno.
Entonces las reservas para pagar al FMI no debilitan ni afectan la solvencia del país. Como ya se mencionó, la solidez depende de la intensidad del crecimiento económico. Por lo tanto, la cuestión pasa por el destino de esas reservas. Por lo pronto, la cancelación al Fondo obligó a alterar la definición de reservas, creando las de libre disponibilidad, rubro que es un avance conceptual porque brinda la base para que más adelante se apliquen parte de esos dólares a otros fines que no sean pagar deuda. Por ejemplo, a financiar proyectos industriales vinculados a incrementos de productividad que, en el mediano plazo, brinden las condiciones para un crecimiento sostenido. O para los que se animan a una cuota de mayor heterodoxia pero sin sobredosis, aplicar ese dinero en proyectos de exportación, que aseguren así la recuperación de divisas aplicadas a esa iniciativa. Algunos herejes podrían llegar a postular que también se podrían emplear en planes sociales y acelerar el lento proceso de disminución de la pobreza.
El guante fue tirado. El debate está abierto.
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