BUENA MONEDA › BUENA MONEDA
› Por Alfredo Zaiat
Por el clima político, la realidad social y la corriente de cambio en la región respecto de las últimas dos décadas, escenario favorecido por el muy buen contexto internacional, la cuestión de la distribución del ingreso se ha instalado con intensidad como eje de políticas públicas. Como en esa tradicional estrategia que propone unirte a tu enemigo si no puedes vencerlo, organismos financieros, como el FMI y el Banco Mundial, centros de estudios de raíz conservadora y economistas abrazados a las banderas del neoliberalismo exponen ahora su preocupación por la pobreza. Han trasvestido su discurso de “las imprescindibles reformas estructurales” a la necesidad de disminuir la pobreza para impulsar un crecimiento sostenido. Hasta no hace mucho, la receta que ese bloque dominante proponía era la inversa: había que crecer y para ello era necesario privatizar, desregular y abrir la economía, para mejorar de ese modo las condiciones sociales de los marginados. Era la teoría del derrame que, como se verificó, ni una gota dejó caer del vaso.
La indignación moral por ese brusco cambio de discurso o la interpretación inocente de que han reconocidos que estaban equivocados no sirven para comprender el actual proceso, con el riesgo de quedar atrapados en la misma ratonera de los noventa. Ante el avance de “trasnochados populistas”, como definió el nuevo mapa político latinoamericano, en una editorial del miércoles pasado, el diario conservador británico Financial Times, optaron por la estrategia de que la mejor forma de seguir teniendo influencia en la región es acompañar la demanda histórica de un mejor reparto de la riqueza. De esa forma capturan un discurso que no le es propio, que incluso despreciaron durante largos años, pero que ahora lo hacen con la impunidad que les brinda el poder.
Con la estrella del FMI apagada, el mensajero que irrumpe para esa tarea es su hermano gemelo, el Banco Mundial, subordinado a las estrategias de aquél. Al Fondo Monetario hoy no lo escuchan ni lo tienen en cuenta. La bonanza financiera internacional facilitó la cancelación de deudas de la región, objetivo que persiguió su director gerente, Rodrigo Rato, para disminuir la vulnerabilidad del organismo por su elevada exposición crediticia con Argentina y Brasil. Los banqueros saben que, si no tienen deudas por cobrar, su poder e importancia disminuyen velozmente. Y eso es lo que está pasando con Fracasos Múltiples Internacionales. Aparece entonces el rostro humano de los organismos, el que históricamente se preocupó por los desdichados, y el Banco Mundial acaba de presentar un interesante documento: Reducción de la pobreza y crecimiento: círculos virtuosos y círculos viciosos.
Pamela Cox, vicepresidente del BM para América latina y el Caribe, que en breve visitará el país, afirmó en la presentación de ese informe que “la pobreza está entorpeciendo el crecimiento de la región y, salvo que se aborden las limitaciones que afectan a los pobres, seguirá siendo difícil lograr un crecimiento vigoroso”. Para agregar que “el comportamiento de la economía latinoamericana en las últimas décadas ha sido decepcionante y la región se ha quedado atrás en comparación con las economías dinámicas de Asia”. Existen muchas razones políticas, sociales y culturales para explicar esa diferencia en el crecimiento de esas regiones, pero una es evidente: los países asiáticos no siguieron las políticas recomendadas por la dupla FMI-BM.
América latina se ha desprendido no sin esfuerzos de la tutela asfixiante del Fondo. Sería una torpeza cambiarla por la del Banco Mundial, que mostrando su rostro de preocupación por los pobres ofrece millones de dólares en créditos para el área social y de infraestructura. Préstamos que mantienen la matriz conceptual del Consenso de Washington, readaptado para los nuevos vientos, en su orientación y beneficiarios. Por caso, los autores de ese documento sobre crecimiento y pobreza recomiendan “equidad de los programas de gasto público orientándolos hacia quienes realmente los necesitan, en lugar de gastar recursos en subsidios dirigidos a los sectores acomodados, tales como el consumo de energía, las pensiones y las universidades públicas”. Resulta necesario traducir este consejo, para Argentina, en el renovado lenguaje bancomundialista y, de ese modo, evitar confusiones: una estrategia para disminuir la pobreza, según el BM, requiere subir tarifas a los sectores medios y altos, profundizar la privatización de las jubilaciones y arancelar la universidad. Cada una de esas medidas puede ser discutida, pero no como parte de una política de reducción de la pobreza, porque los millones de pobres en América latina no existen por un Estado despilfarrador o un gasto público poco eficiente. La receta del BM sigue siendo muy parecida a la que siempre tuvo, y que más brutalmente expresa el FMI. El problema está en el gasto público, en cómo se asigna, en su desborde; en cambio, las regresivas estructuras impositivas así como también magras retribuciones a los trabajadores no forman parte de las propuestas del Banco Mundial. También plantean mejorar la educación como base estructural para sacar de la pobreza a millones. Esta se trata de una estrategia de largo plazo, que resulta indispensable, pero que debe ser complementada con medidas de corto y mediano. Sin embargo, cuando el Banco Mundial tiene que opinar sobre cuestiones coyunturales critica, en el caso argentino, los acuerdos de precios para manejar las expectativas inflacionarias o la suba del mínimo no imponible en Ganancias para los trabajadores en relación de dependencia.
Pese a que a la mona la vistan de seda, mona queda.
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